Melbourne, la tierra donde Guillermo Vilas potenció su leyenda
MELBOURNE, Australia.– El Abierto de Australia no siempre fue igual. Por ejemplo, se jugaba en otro sitio, el Kooyong Lawn Tennis Club, a unos nueve kilómetros del complejo donde tiene lugar hoy el primer grande del año: Melbourne Park. Se competía sobre césped y no en cemento. Además, el torneo solía comenzar en diciembre y finalizar en los primeros días de enero. Ello sucedió en la versión de hace cuatro décadas (1978). El primer partido tenía que desarrollarse el 26 de diciembre, pero hubo una tormenta eléctrica con 80 milímetros de lluvia sobre las canchas y se inundó el predio (vestuarios inclusive). Por eso el certamen comenzó un día más tarde. Y terminó el miércoles 3 de enero de 1979, con Guillermo Vilas levantando el trofeo luego de vencer al australiano John Marks por 6-4, 6-4, 3-6 y 6-3. Consiguiendo aquel título, el zurdo rompió la tradición de veinte temporadas ganadas por locales y estadounidenses.
Vilas ya había tenido excelentes resultados en Kooyong, donde había obtenido el Masters de 1974. Además, ostentaba dos trofeos de Grand Slam: Roland Garros y Estados Unidos, ambos de 1977. Pero la obsesión del hombre que popularizaba el tenis en la Argentina era Wimbledon. Anhelaba, junto a su entrenador, el rumano Ion Tiriac, conquistar el All England. Más allá de que en julio las condiciones en Londres eran muy distintas a las de Melbourne a fin de año, la competencia en el césped del abierto australiano era una buena forma de prepararse para ese objetivo (finalmente, sería el único torneo de Grand Slam ausente en su historial de conquistas). Viajaron a Australia en noviembre de 1978 para que Vilas se adaptara a la superficie.
Ya durante el torneo, hubo una sorpresa prematura: la eliminación de Tim Wilkinson (Estados Unidos), que llegaba de ganar el trofeo en Nueva Gales del Sur (el estado al que pertenece Sydney) y era uno de los favoritos más allá de su puesto en el ranking: 54º. El cuadro principal de aquel certamen tuvo solamente un jugador top-ten, Vilas (3º, y 1er preclasificado), y dos top-15: José Luis Clerc (15º y 2º) y el estadounidense Arthur Ashe (13º y 3º).
“Cometí errores con mi revés. De seguir jugando de la misma manera, es indudable que el campeonato no será para mí”, dijo Vilas, molesto y muy crítico, después de un primer éxito sufrido, frente al local Terry Rocavert (116º) en cuatro sets. En la segunda y la tercera ruedas, el argentino vencería con mayor comodidad a otros dos australianos: Brad Drewett (tiempo después, presidente de la ATP, fallecido en 2013) y Allan Stone.
Tony Roche, 32º del tour, ya con 33 años pero con el talento intacto, lo llevó a los límites. Impulsado por miles de aussies que poblaron Kooyong, Roche elevó su nivel, pero finalmente Vilas resolvió en cinco sets. En la semifinal, el estadounidense Henry Pfister (29º; único rival no australiano en la campaña del argentino) fue un escollo superado en apenas 90 minutos. La final es historia más conocida: Vilas respondió a su favoritismo frente a John Marks y conquistó su tercer trofeo de Grand Slam, el mismo que se le había negado en la final de 1977, contra Roscoe Tanner, y que volvería a lograr en 1979, derrotando a John Sadri.
Ni bien el revés de Marks (era 63º) se fue largo y Vilas selló el título, el argentino trotó hacia la red, estrechó la mano a su adversario (usaba un gorro de estilo Piluso), giró la cabeza hacia Tiriac y, con seriedad absoluta en el rostro, fue hacia su silla, se colocó la campera y esperó la premiación. ¿Por qué no celebró? El propio Guillermo lo cuenta a LA NACION casi 40 años más tarde, desde Montecarlo, donde está radicado con su mujer y sus cuatro hijos: “Había hecho una promesa con Dios para que ganara otro Grand Slam. Algo íntimo que nunca quise dar a conocer, pero como Tiriac se enojó al no festejar yo –pensó que no le había dado importancia al título– tuve que decírselo y se aclaró. Él estaba tan alterado que no me habló hasta el siguiente torneo en Hobart, cuando se lo conté y comprendió. Terminó la final, le di la mano a Marks y me fui rezando el padrenuestro hasta mi silla, agradeciendo”.
Como resbalaba tanto y no tenía un calzado acorde en el primer abierto, con un cuchillo le corté la suela como en pequeños taruguitos para lograr mayor adherencia
El Abierto de Australia repartió 300.000 dólares en premios y Vilas se llevó un cheque de 41.000. Hay una leyenda alrededor del calzado que utilizó el Poeta en el torneo. Pero él mismo se ocupa de aclarar que las zapatillas que usó eran reglamentarias. Que no hubo trampa. “Fue un tema menor, porque como resbalaba tanto y no tenía un calzado acorde en el primer abierto, utilicé uno común con la misma estética y, con un cuchillo, le corté la suela como en pequeños taruguitos para lograr mayor adherencia. Nada más. Me los cambiaba cuando salía de la cancha, pero no representaba nada ilegal, sino un recurso extra para no patinar y caerme tan seguido. Para el siguiente abierto tuve un calzado acorde que me hizo Puma y no me preocupé más del tema”, explica.
Australia es un país en el que Vilas disfrutaba competir. Le gustaban sus playas y el estilo de vida de sus habitantes. “Siempre sentí un gran cariño de parte de los australianos, especialmente en Melbourne, donde gané el Masters cuando no era, ni por casualidad, favorito. A partir de entonces siempre tuve una relación muy linda con la gente y con los jugadores. Hacía sesiones de entrenamiento con Ken Rosewall, John Alexander, Brad Drewett, Peter McNamara, y a veces con juniors, como Pat Cash, que luego ganó Wimbledon; todos, conducidos por Ray Ruffels, que armaba las prácticas. Toda gente de primerísimo nivel, grandes tenistas y mejores personas. Me encantaba jugar en el Kooyong, a pesar del calor, las moscas y, en definitiva, la superficie, que no me favorecía. Aprendí a jugar allí y no puedo quejarme de los resultados”, relata Vilas, a los 65 años.
¿Qué lugar le da al Australian Open de 1978 entre los grandes logros de su carrera? “Imagino que para cualquier jugador el mayor desafío luego de ganar un Grand Slam es ganar otro. En mi caso, ya había cumplido con eso y el objetivo fue conseguir un tercero en una superficie diferente y difícil para mi tenis, el césped. Tenía la experiencia del Masters en el mismo club y sobre el mismo tipo de pasto, y además, fui mucho tiempo antes al lugar. Pude entrenarme sin problemas, me daban una cancha en mal estado para que hiciera lo que quisiera y allí probaba los golpes y las tácticas. Muchos se sorprendieron cuando gané dos veces en Australia y no, por ejemplo, en Roland Garros, que era mi cancha favorita, pero el trabajo de adaptación al césped fue realmente muy fuerte”, narra.
El jueves 4 de enero de 1979, al otro día de ganar su tercera copa de Grand Slam, Vilas se trasladó en avión (aproximadamente una hora y media de viaje) al torneo de Hobart, de cemento y al aire libre. No tuvo descanso. Jugó y ganó dos partidos el mismo día. “No tuve tiempo de practicar aquí. No hice más que bajar del avión y trasladarme a la cancha. Estoy conforme con mi actuación, pero me siento un poco agotado”, declaró entonces. Como para no estarlo. Eran otras épocas y seguramente quien gane el abierto australiano el próximo domingo no podría jugar dos encuentros un día más tarde. Ese era el espíritu de Vilas, un deportista cuyo combustible era la superación.
Australia, ese país que tan bien le caía al argentino
MELBOURNE, Australia.– El profesor Juan Carlos Belfonte cumplirá 79 años el primer día de abril. Tiene un empuje fenomenal y trabaja en la escuela de tenis del Centro Cervecero de Quilmes. Pasaron 50 años desde que conoció al mejor tenista argentino de la historia. De quien fue mucho más que su preparador físico.
Belfonte estuvo en aquella gira por Oceanía. Así la rememora: “La primera vez que fui con Guillermo a Australia fue en el ’74, para el Masters. Siempre jugó bien en Australia, desplegaba un buen nivel. ¿Cuál es la razón? No la sé exactamente, pero hay una teoría comprobada sobre la fuerza de gravedad de Australia, sobre su posición en el globo. Si un jugador hace un saque en Estados Unidos difícilmente tenga la misma velocidad que en Australia. Guillermo sacaba bien, pero además tenía una gran devolución de saque y en eso hacía la diferencia”, manifiesta el Profe Belfonte a la nacion.
Y apunta algo sobre el estado de ánimo que tenía Guillermo en este país: “Disfrutaba mucho de ir a Australia. Le gusta la gente, le gustaban las playas, que le servían para distenderse. Se sentía muy bien allí”.
El césped-tierra
El preparador físico, que próximamente tendrá un documental de su vida que será emitido en algunas salas de cine, recuerda la evolución de Vilas sobre la superficie de césped. “Fue queriendo de a poco al pasto. Generalmente, por el calor, el pasto de Australia iba quemándose, y terminaba jugando casi sobre la tierra, algo que no pasaba tanto en Wimbledon, por las lluvias y la humedad. Él ya había jugado muy bien en la gira del ’75, cuando perdió en los cuartos de final de Wimbledon contra Roscoe Tanner en cinco sets. Al año siguiente, en el ’76, también llegó a los cuartos de final; perdió contra Björn Borg. Por eso no me sorprendieron los logros que después tuvo en Australia”, repasa.
Belfonte, orgulloso por la parte de responsabilidad que le toca en los éxitos de su pupilo, no tiene dudas sobre lo que hizo Vilas y lo que representó: “Guillermo siempre luchó para ser el mejor. Gracias a él creció mucho el tenis en el país. Ese es su gran triunfo, más allá de los títulos y el ranking”, destaca.