La última gran figura del siglo XX en los hipódromos quedó al borde de acumular premios por 10 millones de dólares, gestó una campaña inolvidable y los fanáticos salieron a las calles para despedirlo
Cigar fue el primer caballo de carreras en el mundo en causar asombro por las ganancias acumuladas en su campaña de pistas y la última gran figura del siglo XX. Al finalizar su etapa competitiva en octubre de 1996, quedó a sólo 187 dólares de alcanzar los 10 millones en premios, prácticamente una cifra de ciencia ficción para la época. La necesidad de generar grandes éxitos de calidad extendidos en el tiempo hacía parecer imposible acercarse a los ocho dígitos en el turf. Nunca había sucedido. Hasta que surgió este crack que trascendió las fronteras de los hipódromos y, tras su retiro, terminó siendo paseado por las calles de Manhattan y exhibido en el mítico Madison Square Garden, en Nueva York.
Nacido el 18 de abril de 1990 en una cabaña de Bel Air, una localidad en el centro del estado de Maryland, el zaino generaba expectativas por sus genes. De un lado, un padre (Palace Music) con múltiples éxitos clásicos tanto en Estados Unidos como en Europa que transitaba sus comienzos en la cría. Del otro, una madre (Solar Slew) que no pudo vencer en ninguna de sus siete carreras, pero era fruto de la unión de Seattle Slew, un ganador de la Triple Corona norteamericana, y la gran velocista argentina Gold Sun, exportada luego de sus conquistas clásicas en Palermo y La Plata a fines de los 70.
Dueño de la madre, Allen Paulson optó por quedarse con Cigar y no llevarlo a las ventas. Huérfano desde los 13 años, había vivido parte de su adolescencia en su Iowa natal, donde alternaba sus días entre la venta de diarios en las calles y su puesto de conserje en un hotel, y en California, donde el trabajo en una granja lechera le permitía costearse los estudios y comenzó a familiarizarse con los caballos. Cuando seis décadas más tarde el potrillo nació, Allen estaba en las antípodas de las necesidades de aquel niño obligado a afrontar en solitario su incierto futuro. Ya se había convertido en un empresario millonario, tras servir en el cuerpo aéreo del ejército, recibirse de ingeniero de vuelo, insertarse en la compra-venta de autos de lujo y, utilizando sus conocimientos de mecánica, abrir una empresa que pasó de vender piezas refaccionadas a las aerolíneas a transformarse en una de las mayores distribuidoras de aviones de segunda mano. Se aferró tanto a esa pasión que convirtió su proyecto en el mayor fabricante de aviones privados de lujo. En ese contexto, su jubilación llegó sin zozobras, con los buenos negocios acompañados del éxito en las carreras, donde se involucró de lleno desde los 80 y disfrutó de las condiciones de una campeona en césped como Estrapade o el que fue Caballo del Año en Europa en 1991, Arazi, por el que un jeque árabe le pagó 9 millones de dólares por el 50%.
Un refrán popular asegura que “la plata llama a la plata”. Cigar resultó otro billete de lotería, contra las señales poco prósperas que podían resultar haberse perdido la campaña de 2 años y haber vencido en apenas dos de sus primeras 13 competencias, entre febrero de 1993 y octubre de 1994. En ese lapso, en las reuniones familiares –recrea un capítulo de un libro del historiador Edward Bowen– eran habituales las bromas referidas a que su esposa Madelaine había sido la dueña original del potrillo, pero le pidió cambiárselo por la potranca campeona de 1992. Allen accedió a la formalidad. Todo quedaba en casa. Detrás de ese trueque, además, había cierto desprecio, porque Cigar tenía una pequeña cicatriz en el pecho, consecuencia de haberse cortado al momento de ser apartado de su madre y mostrarse como un potro genioso y pateador.
Lo que Madelaine –ni Allen– imaginaban era que con la madurez se apartaría de ese molde arisco y se convertiría en una dócil estrella. Pero, sobre todo, cuando Alex Hassinger Jr dejó de ser su entrenador y William Mott tomó la posta priorizando las carreras sobre arena por sobre las de pasto, la superficie de 11 de aquellos 13 intentos iniciales. La transformación fue majestuosa desde la decimocuarta salida: el 28 de octubre de 1994, cuando alcanzó su tercera conquista en un cotejo de una milla en Aqueduct, inició una seguidilla de 16 primeros puestos consecutivos hasta julio de 1996, sumándose a Ribot y Citation con ese récord en aquella hípica. Una decena de esos triunfos de Cigar fueron en grandes premios en diversos hipódromos norteamericanos y en la versión inaugural de la Dubai World Cup (2000m), en su viaje al desierto de los Emiratos Árabes para competir en Nad al Sheba, por primera vez de noche. Acumulaba ganancias, trofeos y admiración en todo el mundo.
La serie de conquistas se interrumpió con el segundo puesto en el Pacific Classic (G1) de 1996 en Del Mar, pero aún le quedaban tres objetivos antes de despedirse de los aficionados al final de esa misma temporada. De regreso a Nueva York, se lució en otro Grupo 1 en Belmont Park. Enseguida, perdió por la cabeza en la misma pista en otro clásico y viajó a Toronto, Canadá, para cerrar su campaña con otra derrota ajustada, el tercer puesto en la Breeders’ Cup Classic, la tarde en la que todos esperaban que superara los 10 millones de dólares en premios. La mayoría de los que llenaron el hipódromo de Woodbine quedó atónito. Necesitaba al menos ser segundo entre los 13 competidores, pero en su avance cedió en un final de hocico y cabeza, en una definición en tiempo récord (2m1s los 2000m) donde un puñado de centímetros lo separaron de la despedida triunfal que casi todos deseaban y de los 2.080.000 millones de dólares reservados al primero. La gloria fue para el tordillo Alphabet Soup, delante de Louis Quatorze, que luego llegaría a la Argentina como padrillo en el haras La Quebrada, la cuna de Gold Sun, la abuela de... Cigar.
La última carrera de Cigar
Con 19 victorias en 33 carreras, el campeón se sacó al menos una foto triunfal en nueve pistas distintas: las dos de Hollywood Park y las de arena en Aqueduct, Belmont Park, Gulfstream Park, Oaklawn Park, Pimlico y Suffolk Downs, en Estados Unidos, y la de Nad al Sheba, en la única ocasión que cruzó el océano Atlántico y, además, compitió con luces artificiales. La mitad de sus ganancias las consiguió en 1995, la temporada del pico de su rendimiento y de arrasar en los premios Eclipse, que son el tributo anual de la industria a sus figuras en suelo norteamericano.
A lo largo de su campaña lo corrieron seis jockeys. Con Patrick Valenzuela, Chris McCarron y Mike Smith ganó una vez, con Julie Krone y José Santos no logró triunfar y con Jerry Bailey obtuvo 16 victorias. El jinete texano ya era una figura de renombre cuando llegó a la silla de Cigar y su comunión fue atípica para aquellos tiempos. “Era difícil entablar una relación con algún caballo, porque a uno le llovían ofrecimientos en hipódromos de ambas costas o te bajaban si perdías, y eso hacía las relaciones poco duraderas. Ibas como saltando de caballo en caballo”, recordó Bailey, que tras su retiro en 2006 se convirtió en analista de las cadenas deportivas. Tras la segunda de sus conquistas juntos, nunca más se separaron.
“Todos sabíamos que Bill [Mott] creía que era mucho mejor de lo que estaba mostrando, pero no había explotado y nos turnábamos entre varios. Hasta que ganó en Aqueduct por ocho cuerpos. Esa noche, yo estaba viajando por Meadowlands y Mike [Smith] me llamó para decirme que ‘se salía de la pantalla del televisor’ y que él se había comprometido a montar al favorito Devil His Due en el NYRA Mile, el Grupo 1 que iba a ser la siguiente carrera de Cigar, al mes. Dos semanas antes de que se hicieran las inscripciones para el clásico llamé a mi agente [Bob Freize] y le pedí que se asegurara de hablar con Mott para decirle que estaba disponible”, amplió Bailey, que fue convocado para montarlo ese 26 de noviembre de 1994. Le ganó por siete cuerpos al gran candidato. “Esa actuación confirmó que lo que decían era cierto”, le admitió al sitio especializado Paulick Report hace unos años. Ya no volvería a cederle a nadie las riendas.
Aunque no siempre fue tan fácil. Acostumbrado a correr en pistas secas, el Classic de la Breeders’ Cup de 1995 representó un desafío extra en un terreno muy afectado por las lluvias del otoño neoyorkino. “Largamos 10, entre 11, y yo quería que el caballo quedara detrás de los punteros, sin tener que correr por afuera de varios rivales ya en la primera curva. Pero él tenía otras intenciones. La sensación era que se me iba de los dedos, que los tenía completamente entumecidos. Enseguida estaba tirando fuerte y se iba para adelante. Era como si me dijera: ‘ya largamos, vamos’. Los demás estaban luchando por mantener el ritmo y Cigar iba al 80% de su capacidad. Era tan bueno, tan talentoso. Tenía una elevada velocidad crucero y le gustaba estar al frente en la salida y en la llegada”, confesó Jerry. Aquella es una de las carreras más emblemáticas de todos los tiempos.
El triunfo de Cigar en la Breeders’ Cup 1995
La conexión entre el crack y el jockey fue más allá de aquella mencionada última carrera en Canadá. Ellos eran uno solo. Y volvieron a encontrarse una semana después en Nueva York, el 2 de noviembre de 1996, para la despedida más descomunal que se haya visto en el turf. Cigar fue subido en el hipódromo donde estaba alojado a un camión ploteado con su imagen y nombre, atravesó el puente de Brooklyn camino a Manhattan seguido por autos y cámaras, y algunas calles de la ciudad estaban cortadas, como si fuera una fiesta nacional. Desde las veredas, cientos de personas saludaban ante su paso y mostraban carteles expresando su amor. Hasta que invadieron las calles, junto a una banda musical que seguía los pasos de tres personas que portaban un inmenso cartel en inglés que presagiaba el gran momento: “El Madison Square Garden saluda a la estrella de las carreras Cigar”.
Al momento de llegar al estadio multiuso más icónico, en el cruce entre las avenidas Séptima y Octava de las calles 31 y 33, por encima de la estación Pensylvania, el caballo bajó entre aplausos por la rampa hacia el asfalto. En unos minutos, ingresó al coliseo de los deportes inaugurado en 1968, atravesó los pasillos y, tras la presentación con trompetas, asomó montado por un sonriente Bailey como si se tratara de los momentos previos de una carrera. En un Madison Square Garden completo, con los asistentes de pie, Cigar caminó bajo una ovación por un piso lleno de arena. No estaba a la vista ni el parquet en el que podían jugar los Knicks en la NBA ni el cemento en el que Gabriela Sabatini conquistó el Masters de tenis ni el ring al que subieron Ringo Bonavena y Carlos Monzón para agigantar sus leyendas. Todos los flashes eran para la celebridad de cuatro patas, acompañada de su peón, Juan Campuzano, y del entrenador. Al desensillarlo Bailey, los Paulson y todo el equipo posaron frente a las tribunas, mientras la esposa del jinete no lograba contener las lágrimas. Con una manta de laureles sobre el lomo, el rey se alejó de los ojos del público por última vez, en la cima de su popularidad. La cadena ESPN transmitió en vivo el evento.
La despedida de Cigar en el Madison Square Garden
Tras el retiro, al dueño le llegaron múltiples ofertas para incorporar al caballo como reproductor. Finalmente, la sociedad conformada por Coolmore Stud y Michael Tabor pagó por el 75% de sus derechos reproductivos 25 millones de dólares y se estableció una póliza de seguro que requería que cubriera 20 yeguas dos veces. En su rol de padrillo, sirvió a 34 en la primera temporada en Ashford Stud, la división estadounidense de Coolmore, pero allí se dio un impacto adverso: ninguna quedó preñada y se comprobó que era infértil. Sin hijos, su éxito después de las carreras no tuvo continuidad y pasó el resto de su vida en un campo en Kentucky abierto al público que alberga a campeones retirados. Allí, sí, podía ser visitado.
Paulson bautizó a muchos de sus caballos con nombres de cinco letras referidas a las intersecciones en las cartas de navegación aeronáuticas. Cigar no estaba inspirado en el tabaco. A la campeona Azeri, la yegua que crio en Kentucky y obtuvo 17 primeros puestos –11 seguidos– en 24 presentaciones, Allen no llegó a verla competir porque falleció el 19 de julio de 2000. Michael, uno de sus hijos, fue quien decidió seguir adelante con el proyecto de la crianza.
Tras complicarse un cuadro de osteoartritis en la columna vertebral por el que tenía inestabilidad en las patas, Cigar murió a los 24 años, el 7 de octubre de 2014. Aunque su estampa sigue viva, a tamaño natural, en la estatua de bronce que se encuentra a pasos de la redonda de exhibición del hipódromo de Gulfstream Park, en Hallendale Beach, al norte de Miami, donde ganó las cuatro veces que fue llevado.
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