A comienzos del siglo XX esta danza se rescata y se divulga en los ámbitos en los que ya había sido olvidada
En la chacarera, la deuda europea puede verificarse tanto en lo musical como en lo literario. En lo melódico y rítmico se asocia con una antigua generación de danzas europeas que se bailaron en los salones del siglo XVI y en lo literario, por cuanto las coplas responden a la forma española, aunque el contenido de las letras se refiere siempre a temas americanos.
Otro camino que puede colaborar en la tarea de búsqueda de sus orígenes es el notorio parentesco que tiene la chacarera con otras especies como el gato, el escondido, el marote, el Palito, el ecuador y el remedio, entre otras danzas, aparentemente.
De todas formas, su origen preciso es muy difícil de determinar pues son pocos los documentos de referencia. A pesar de ello, la tradición oral dice que nació en Santiago del Estero, y el hecho de existir en esta provincia chacareras con letrillas quechuas resulta un factor no desestimable a la hora de atender a esta teoría.
Homenaje a las mozas
La chacarera santiagueña es, según algunos especialistas, una danza con las que se homenajeaba a las trabajadoras de las "chacras" al terminar las cosechas y es posible que el término "chacarera" quiera significar "muchacha de chacra" y resultaría de una hibridación entre "chacra" y el vocablo quechua "chajra" o "chacara", que significa "maíz" y, por extensión, el lugar donde se lo cultiva. De ahí que no falta la suposición de que tal forma musical haya sido irradiada desde el Perú en tiempos de la colonia y reelaborada en nuestras tierras.
Esta forma musical comenzó a tener presencia musical, sin versos, hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. A mediados de 1800 comienza su proceso de acriollamiento y es común que se la denominase también "criolla" en esa época.
Un cronista reconoce su presencia en la provincia de Buenos Aires hacia 1880 y la memoria dice que se bailó en todas las provincias argentinas, excepto en las patagónicas, que estaban dominadas por los aborígenes.
Pero la chacarera sólo perduró en las provincias del noroeste argentino con particularidades diferentes en cada provincia. Más allá de sus variantes propias (chacarera doble, trunca y larga), existen cuatro tipos de chacarera perfectamente diferenciados en nuestro país: la santiagueña, la tucumana, la chaqueña (salteña del Chaco salteño) y la cordobesa, pues no habrá que olvidar que Isabel Aretz recogió chacareras bajo los nombre de "Chacra" y "Molino" en el oeste de Córdoba.
Esta danza alegre, vivaz, picaresca y de ritmo ágil simula, como en casi todas las danzas, un juego de amor y galantería. De pareja suelta e independiente en su acción respecto de otras parejas, el hombre y la mujer se acercan y se distancian representando un cortejo amoroso que conlleva cierto aire de picardía.
Al hombre, como muestra de virilidad, le corresponde el zapateo, mientras que la mujer lo seduce con el típico zarandeo, especie de contorneo en el que se unen la provocación y la timidez.
Poéticamente se compone de dos partes iguales en extensión, cada una de las cuales cuenta con tres estrofas de cuatro versos cada una y un estribillo que se repite en la segunda vuelta.
Musicalmente, las chacareras son, en su mayoría, "bimodales" y con pies rítmicos ternarios marcados por el bombo. Se la interpreta, generalmente, con guitarras, bombo, violín y, a veces, acordeón.
La chacarera gozó de gran aceptación no solamente en el ambiente rural sino también en los salones cultos del interior hasta fines del siglo XIX abarcando en definitiva a todo el país, excepto el Litoral y la Patagonia.
A fines de 1800 y comienzos del siglo XX, de la mano del doctor Ernesto Padilla y de recopiladores de valía, como Andrés Chazarreta y Juan Alonso Carrizo, la chacarera se rescata y se divulga en ámbitos en los que ya había sido olvidada.
"Chacarera me han pedido"
A comienzos de 1921, cuando el tango contaba con su carta de ciudadanía, la chacarera irrumpe en Buenos Aires de la mano de don Andrés Chazarreta y su Compañía de Arte Nativo, integrada por unos 30 gauchos que habían hecho un alto en sus tareas del campo para acompañar al maestro en la conquista de la gran ciudad, con la humildad y la timidez propias del hombre del interior que, por primera vez, conocía la metrópolis. Tal como lo atestigua la prensa de la época, el éxito obtenido fue unánime y coincidente (LA NACION del 18 de marzo de 1921).
"Chacarera me han pedido...", rezan los versos de una muy conocida, y se espera que, para honra, custodia y preservación de nuestra nacionalidad, se la continúe pidiendo.