Este año, la imagen de los camiones esperando para descargar granos en fábricas y puertos del Gran Rosario llama la atención por un motivo diferente a lo que sucedía en otras épocas. Antes era por los problemas de congestionamiento de tránsito, ahora es porque los dólares del campo son imprescindibles para alcanzar la estabilidad cambiaria en los próximos meses. Sin buscarlo, la agricultura está en el centro de las miradas de funcionarios, economistas, políticos, analistas y líderes de opinión, que sorprenden a los hombres de campo con sus -en muchos casos- presuntos conocimientos sobre la cosecha. "Cosa 'e mandinga", diría un gaucho de otros tiempos, muy lejos de los productores que hoy usan drones para monitorear los cultivos.
"¿Guardarán los granos en los silobolsas? ¿Liquidarán los dólares de la cosecha?", son las preguntas más repetidas que se escuchan y se leen. Más de un productor rural se sorprende por el súbito interés que despierta su actividad en la opinión pública. De golpe son colocados en el banquillo de los acusados porque, a diferencia de lo que sucede con otros agentes económicos, ellos están prácticamente obligados por una suerte de orden patriótica a vender su mercadería. A un industrial textil no se le exige cuando empieza el invierno que rebaje los precios de los abrigos que fabrica. En cambio, a los agricultores se les pide que vendan su cosecha cuando la oferta llega a su pico máximo y, como enseña la economía, los precios caen.
Esta suerte de reclamo suele desconocer que todos los productores no actúan de la misma forma. Algunos, más sofisticados, operan en los mercados de futuros y se cubren de eventuales oscilaciones de precios. Otros venden en el momento de la cosecha para cubrir sus necesidades financieras o tapar agujeros de malas campañas anteriores. Y también están los que embolsan los granos para venderlos a medida que necesitan el dinero para sus ingresos o para la próxima siembra. En todo caso, todos ellos coinciden en que deben prepararse para un contexto de incertidumbre económica y mayor presión fiscal que en la campaña pasada.
Y deben hacerlo con los factores propios de la actividad: el riesgo climático y la volatilidad de los precios internacionales. Saben que cuando alguno de esos factores juega en su contra, pocas veces la atención de la opinión pública vuelve sobre ellos.