
Joaquín y Carlos Borbalán, hijos de un inmigrante español y oriundos de Amenábar, recuerdan el impulso de las colonias santafecinas; los arados de asiento y rejas múltiples, las espigadoras tiradas por caballos y las trilladoras de vapor recobran movimiento en sus relatos
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AMENABAR, Santa Fe.- A 70 kilómetros al sur de Venado Tuerto la historia de la agricultura se conserva en la memoria de los hermanos Borbalán.
La imagen del padre, un español que se convirtió en chacarero arrendatario hacia 1916, está presente en el relato biográfico que construyen Joaquín y Carlos.
La trayectoria de su familia coincide con la expansión del área sembrada en la provincia.
En ese entonces, la férrea voluntad de trabajo era el pilar del crecimiento. Movida por la necesidad de progreso, la mano de obra inmigrante produjo un cambio en el escenario rural.
El espíritu de esa época sobrevive en el patrimonio fotográfico del Archivo General de la Nación. Las escenas en blanco y negro muestran la resistencia de las cuadrillas en las calurosas cosechas de trigo; el acopio de las bolsas en sólidos galpones de chapa y madera; el itinerario de las chatas tiradas por caballos; los embarques de cereal hacia Europa...
De ese tiempo también quedan rastros en las estaciones de ferrocarril de algunos pueblos que adquirieron identidad al convertirse en terminales de transporte.
La pujanza de la economía rural de fines del siglo XIX y principios del XX, que simbolizan esas construcciones de estilo inglés, es ahora sólo una estampa del pasado.
La vieja locomotora ya no se detiene a cargar la producción agrícola. La quietud de la soledad reemplazó al movimiento en los andenes y esa atmósfera de recesión se expandió al corazón urbano para extinguirlo.
La cadencia del diálogo con los Borbalán es el trampolín natural que lleva al pasado. Sus andanzas "en la época que el paisaje era abierto" afloran con la nitidez de las anécdotas de ayer. Joaquín y Carlos se mantienen inmunes al influjo de la globalización.
"Hasta 1930 la vida en el campo fue durísima. Ahora decimos que estamos mal porque no tenemos memoria", evalúa Carlos. Y apunta un detalle para justificar su postura. "Entonces comíamos el mismo pan durante una semana y, si no alcanzaba, la pobre finada mamá preparaba tortas fritas."
Entre ellos se advierte que el lenguaje de las emociones es mucho más elocuente que el de los labios.
Silencios y risas se alternan para hilvanar los testimonios. Y la nostalgia invade desde el jardín, donde yacen ruedas carcomidas por el óxido, hasta el comedor, donde el temblor de las manos evidencia más de siete décadas de trabajo.
"Aprendimos con el ejemplo de nuestro papá, un almeriense que llegó a la Argentina a los 19 años. Había quedado huérfano. No sé cómo pudo escapar en esa época de guerras y venirse solo en barco", explica Joaquín.
"El fue arrendatario de Alfredo Cernadas desde 1916 hasta 1958. Primero vivimos en una chacra lejana al pueblo, pero después tuvimos que mudarnos porque resultó chica para una familia con siete hijos", agrega Carlos.
¿Con qué conocimiento se inició el inmigrante en las tareas rurales? "Se fue haciendo como la mayoría de los europeos.... ¡empezó con pequeños carpidores de mancera !".
A esa imagen suceden los arados de asiento y rejas múltiples, las espigadoras tiradas por caballos y las trilladoras de vapor. "¡Mirá qué económicas eran las máquinas que las calderas se alimentaban con agua y paja de trigo!", advierte Joaquín.
"A los 11 años me senté por primera vez en un arado. Había que manejar los caballos y darles a las palancas para avanzar equilibrado.... en cambio ahora ¡los equipos son hidráulicos y se manejan por computadora!", señala Carlos.
"En esta zona los tractores empezaron a aparecer cerca del año 30 en los campos de las familias pudientes. Tenían ruedas de fierro y eran medianones en comparación con los actuales".
¿Qué se cultivaba entonces? "Maíz, trigo, lino, avena, centeno... el girasol empezó por los años 40 y la soja la conocimos aquí en la década del 70. Los rendimientos se evaluaban por la cantidad de bolsas que se obtenían por ha. Pero esos números serían penosos para los productores actuales", resumen.
Recuerdan la cosechadora Massey Harris que su padre compró en 1939. "El ancho de trabajo era de 12 pies, o sea, 3,6 metros. Había que atarle 12 caballos", explica Carlos, que ya los 19 años manejaba esta ruda herramienta.
Joaquín acota que el sacrificio físico de las jornadas veraniegas también afectaba a los animales. "¡Si se habrán muerto ahogados por el calor y el excesivo esfuerzo!"
"Después vinieron las máquinas autopropulsadas -agrega-. Y desde entonces la evolución técnica no se detuvo."
Los Borbalán mencionan el cambio que significó la aparición de las ruedas de goma, "que dieron velocidad a los equipos", y las cabinas con aire acondicionado, "que protegen del polvo y de la rigurosa presencia del sol".
Con la habilidad del mecánico autodidacto, en 1947 Carlos quiso probar mejor suerte en Buenos Aires. Pero a los tres años volvió.
A partir de 1958 los hermanos, ya instalados en el pueblo, se dedicaron a la compra y venta de todo tipo de implementos agrícolas. Los domingos tenían un compromiso ineludible con los remates. Allí encontraban desde herramientas de mano hasta engranajes que devolvían movimiento a las antiguas maquinarias sobrevivientes o que, ya rotulados como chatarra, terminaban en la fundición.
Para mejorar las finanzas, los hermanos se convirtieron en taxistas. Pero al poco tiempo, el accidente que sufrió Carlos camino a Río Cuarto puso fin a la aventura.
Entonces volvieron a los remates y la reventa hasta la década del 80, cuando el Estado les otorgó la "retirada oficial". Hoy la serenidad y los recuerdos alimentan la rutina.
De los Borbalán, Joaquín es quien se mantiene más cerca del mundo rural. Desde hace 29 años que registra las lluvias y, de vez en cuando, sale en bicicleta para mirar las nuevas cosechadoras en marcha.
El mismo cuenta: "Un domingo por la tarde, hice un alto en el camino hacia Lazarillo cuando advertí que una enorme máquina levantaba el trigo. El conductor me vio pegado al alambrado y se dio cuenta de que yo disfrutaba con sólo mirar... "¿Quiere subir a dar una vuelta?", me dijo... Ya en la cabina sentía frío y me acordaba cuando, en la misma escena, a nosotros el sol nos pegaba fuerte".





