El mundo, la Argentina y los impuestos
Comparar el sistema impositivo de nuestro país con los de aquellos que logran mejores resultados brinda un diagnóstico de competitividad que apunta a desandar el camino de obstáculos existente
Las exportaciones argentinas de bienes superaron levemente los US$61.000 millones en 2018 logrando un alza de 5% comparadas con las de 2017. Debe destacarse, empero, que los resultados medidos mes a mes mejoraron en noviembre y diciembre últimos, comparándolos con los exhibidos hasta octubre, lo que parece mostrar que comenzó en ese momento a tener efecto el estímulo surgido de la devaluación del peso (en ese último bimestre el crecimiento de las exportaciones fue de 15%, porcentaje que triplica el promedio anual). De mantenerse las nuevas condiciones se podrían augurar para 2019 exportaciones con resultados anuales que traspasen los US$70.000 millones.
Pero el resultado anual medido en su conjunto no fue precisamente (una vez más) superlativo si se lo compara con otras economías en la región. Nuestro país se ubicó apenas en el cuarto lugar como exportador en América Latina, detrás de México (sus exportaciones alcanzaron los US$450.000 millones, creciendo 10% en relación con 2017), de Brasil (sus exportaciones crecieron 10% y alcanzaron los US$240.000 millones), y de Chile (que llegaron a unos US$75.500 millones, creciendo 9%).
Dice Roger Kaufman que conocer es comparar: la Argentina exporta desde hace no poco tiempo menos que Chile (aunque exportaba 50% más que su vecino trasandino al inicio del siglo XXI), pero además se ha alejado de los resultados de Brasil (que exporta casi 4 veces lo que exporta Argentina mientras que a inicios del presente siglo vendía al exterior poco más del doble que la Argentina), a la vez que ha mostrado también menor evolución que México (que hoy exporta casi 7,5 veces lo que vende al exterior la Argentina mientras que a inicios del corriente siglo lo hacía en aproximadamente 6 veces la cifra que alcanzaba nuestro país).
Durante muchos años las exportaciones argentinas han padecido problemas de competitividad y por ello están entre las de peor evolución desde que comenzó el siglo XXI en toda la región. El reciente ajuste cambiario corregirá el atraso respectivo que afectó a no pocos exportadores en 2018, pero en modo alguno subsanará otros problemas persistentes. Si se analiza la última versión del Índice de Competitividad del World Economic Forum (edición 2018), en el que la Argentina apenas aparece en el puesto 81 entre 140 países (los mejor posicionados son Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Suiza); se advierte que mientras el ámbito en el que mejor se califica a nuestro país es el del capital humano, por el contrario los principales obstáculos para la competitividad relevados son la tasa de inflación, la carga de las regulaciones gubernamentales, la ineficiencia en la solución de controversias legales, el bajo cumplimiento de los derechos de propiedad, las restricciones a importaciones, el escaso financiamiento disponible, las rigideces en las relaciones laborales y los efectos distorsivos de impuestos y subsidios (entre otros).
Ahora bien, desde hace no poco tiempo la competencia comercial internacional es creciente y son numerosos los países que trabajan para mejorar sus condiciones. Y, como dice el profesor español José C. Jarrillo, lo que importa de un mercado no es lo atractivo presente sino su atractivo futuro. Por ello, para ingresar de manera adecuada en esa corriente de espacios competitivos dinámicos internacionales, estas asignaturas pendientes (y algunas otras) deberán ser corregidas tomando nota de lo que hacen los que logran mejores resultados.
La Argentina se encuentra entre los cinco países con mayor tasa impositiva actual a las sociedades, junto a India, Francia, Congo y Malta
Y un ejemplo especial de esto se observa en la dificultad que supone el sistema impositivo.
Es relevante por ello un reciente trabajo de la OCDE que muestra que desde el inicio del siglo se está produciendo en el planeta una tendencia a la reducción de la carga tributaria para empresas. El trabajo reporta que el promedio de tasa de impuesto a las empresas era en el mundo de 28,6% en el año 2000 y ha descendido a 21,4% en 2018. Y expresa que más del 60% de los 94 países evaluados tenían tasas de impuestos a empresas iguales o mayores a 30% en el año 2000, pero en la actualidad son menos de 20% de los evaluados los que imponen alícuotas de aquel nivel. En 2018 puntualmente, 78 países muestran alícuotas menores a las que exhibían en 2000, mientras 12 mantienen los mismos niveles que en aquel año y solo 6 exhiben alzas en esos impuestos a las sociedades.
La Argentina se ubica en el análisis referido entre los cinco países con mayor tasa impositiva actual a las sociedades (35%), grupo en el que están también la India, Francia, Congo y Malta. Se encuentran con algo menos de presión fiscal sobre empresas (alícuota levemente menor a 35%) –aunque cerca de la incómoda posición argentina– Brasil, Senegal, Kenia, Mónaco y México. En nuestra región, en el lugar opuesto, los países mejor posicionados (con menor alícuota) son Paraguay (10%), Panamá, Uruguay y Chile (25%).
En América Latina en general, además, la relevancia de los impuestos corporativos en la recaudación total de impuestos es de solo 9%, mientras que el promedio en los países desarrollados es de 15,4% (y 13,5% en el promedio de todos los países medidos). La alícuota, en verdad, no es el único modo de mensurar la dificultad que generan los impuestos. La complejidad de administración del sistema es otro (un trabajo de hace algún tiempo de Idesa mostraba que en la Argentina se destinan en promedio más de 400 horas de trabajo para cumplir con los trámites financieros y procesales relativos al cumplimiento con los tributos, mientras que la media en América Latina es de unas 360 horas y en los países de la OCDE de unas 180 horas). Y además de ello debe recordarse que los llamados por el trabajo referido "impuestos corporativos" son apenas una parte del mapa de esta materia en nuestro país, dado que hay muchos otros que deben ser considerados para completar el entorno tributario (de hecho, la Argentina exhibe la rareza de tener un tributo impuesto a las mismas exportaciones).
Recuperar terreno en la inserción productiva, comercial y económica trasfronteriza requerirá ya no solo recobrar estabilidades macroeconómicas, sino también empezar a desandar el camino de obstáculos para la inversión, el desarrollo de proyectos de largo plazo y el emprendimiento por parte de empresas que fueron creadas durante varios lustros.
En esta materia no cabe sino seguir la recomendación de hace un lustro de César Milstein: un problema absurdo que tenemos los argentinos es querer aprenderlo todo de nuevo y no ir a ver cómo otros hicieron lo mismo que nosotros procuramos hacer.