Dólar y coronavirus: 2021 y los senderos que se bifurcan
El futuro se nos presenta como un infinito espectro de posibilidades de las cuales una sola se materializa, cuenta Jorge Luis Borges en El jardín de los senderos que se bifurcan. Según qué sendero se concrete, el punto de llegada será distinto, sirviendo a su vez como punto de partida para otro sendero que se bifurcará, y así sucesivamente.
¿Por qué empiezo de esta manera, aparentemente filosófica, una nota de economía? Porque la economía argentina llegará a 2021 con dos grandes encrucijadas, por las que se definirá si el año será de crecimiento y recuperación, o de aceleración de la inflación y problemas que se agravan. Según cómo se resuelva la corrida cambiaria en la que estamos inmersos desde hace poco más de seis meses y según cómo impacte la segunda ola de coronavirus, el resultado del año que viene cambiará sustancialmente. Veamos.
En 2020 la recesión fue tan importante como inédita. El coronavirus y la cuarentena devastaron la actividad, que sufrirá su peor caída en más de 30 años. A pesar de que en su campaña Alberto Fernández prometió cuidar las cuentas públicas -y de que cuando llegó al poder tomó algunas medidas en este sentido-, la pandemia trastocó todos los objetivos de política económica, desplomando la recaudación y obligando al Gobierno a subir el gastos en pos de evitar un retroceso todavía mayor del nivel de actividad. Así, se disparó el rojo fiscal, que debió ser financiado con emisión, producto del cierre de los mercados de crédito en 2018 y 2019, reforzado este año.
Este desequilibrio generó una liquidez récord, que dio lugar a un exceso de oferta de pesos, contracara del exceso de demanda de dólares. Llevamos ya más de seis meses de corrida cambiaria, tanto en el mercado oficial como en el paralelo, y las reservas netas, verdadero poder de fuego del Banco Central, se acercan peligrosa y rápidamente a los mínimos de 2015. En consecuencia, aun cuando el dólar oficial esté muy controlado y tengamos un cepo incluso mayor al de 2012-2015, las presiones devaluatorias siguen latentes.
Un salto cambiario aceleraría la inflación, golpeando al poder adquisitivo y dando por tierra con cualquier recuperación incipiente de la actividad. El Gobierno está buscando por todos los medios evitarlo. Si lo logra, la inflación permanecerá en estos niveles y hasta es probable que el salario le gane a los precios en 2021. No obstante, las reservas siguen en rojo y las restricciones a la compra de dólares, en aumento. Eso afecta no solo las operaciones de ahorro, sino también las importaciones. Por lo tanto, las posibilidades de una devaluación siguen abiertas, aunque con una menor probabilidad que hace algunas semanas.
Esa no es la única encrucijada a la que nos enfrentamos. La segunda ola de Covid es un hecho en Europa y la velocidad a la que crecen los casos es un problema en la región. Para peor, la llegada de la vacuna se demora día a día. Un nuevo golpe de la pandemia, que frenaría cualquier atisbo de corrección fiscal, sería insostenible para una economía con la demanda por el piso y la liquidez por el techo, para una economía con tanta incertidumbre como pesos dispuestos a volcarse al dólar. Por lo tanto, según cómo se resuelva la cuestión sanitaria, la producción podría recuperarse en 2021 o, por el contrario, agravar su caída.
El desenlace de estos desafíos, la batalla cambiaria y la pelea contra el Covid marcarán la economía de 2021. Pero no son los únicos parteaguas: también habrá que alinear las cuestiones políticas, sociales y la dinámica global. Como en el cuento de Borges, los senderos que se bifurcan son infinitos, tanto como sus puntos de llegada, nunca definitivos. Hay dos encrucijadas mayores e incontables imponderables menores. Esperemos que las cosas salgan bien y los senderos transitados sean los mejores: la economía y la sociedad lo necesitan.