Economía espacial: las claves de una competencia entre magnates que se da a 1000 kilómetros de la Tierra
Los satélites de comunicación generan unos US$70.000 millones anuales y la cifra crecerá exponencialmente en los próximos años; cuáles son los intereses que mueven la explotación de un mercado desconocido para muchos
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MADRID.– La conversación se dio en una de las plataformas estadounidenses de lanzamiento de cohetes de SpaceX, propiedad del multimillonario Elon Musk. “Le felicité [al fundador de Tesla] por su ambición de llegar a Marte, algo que estaba cerca de conseguir”, recuerda un alto ejecutivo de una compañía de satélites española. Y la respuesta fue: “¡Usted no ha entendido nada! Llegar a Marte no es un tema complejo, la misión de esta empresa es colonizar”. Por eso, concluye el ejecutivo: “Su propósito es colonizar todo el planeta y explotar sus recursos naturales”.
La conversación muestra el carácter del oligarca de Silicon Valley. Tesla, X (antes Twitter) y SpaceX son colosos bien conocidos. Varios analistas defienden que Musk repite la estrategia monopolista de las grandes tecnológicas. Alguien con una fortuna de US$202.000 millones cuenta su dinero con el mismo desinterés que un niño estrellas. Aunque deja pistas de lo que persigue: quiere escuchar los cánticos de sirenas del lejano Marte. Mientras, desde la Tierra, despega la industria y la competencia. Los satélites de comunicación, según Morgan Stanley, generan unos U$70.000 millones al año y los de observación, cerca de US$10.000 millones. Números que serán pronto superados: la consultora Research and Markets prevé US$24.200 millones en 2030. Euroconsult sostiene que serán, solo en el área de las comunicaciones, hasta US$123.000 millones en 2032. Bank of America mira a un cielo más alto y protector: calcula que los ingresos de la economía espacial alcanzarán 1,4 billones en 2030.
Matthew Weinzierl, economista de la Escuela de Negocios de Harvard, cree que el 95% de la facturación llegará de los satélites. Sobre todo, de órbitas bajas.
Pero el espacio actual nada tiene que ver con aquel que conquistó con el programa Apollo el presidente Kennedy en la década de 1960. Hay que imaginar el espacio como capas superpuestas. La órbita terrestre baja, llamada LEO (Low Earth Orbit), se sitúa una distancia de entre 500 y 1000 kilómetros de la Tierra. Ahí se da la gran pelea económica. Existen órbitas medianas (MEO), a una distancia de 2000 a 36.000 kilómetros, y luego está la geoestacionaria.
Donde opera Elon Musk es en la órbita terrestre baja. Su empresa, SpaceX, encontró cómo construir cohetes pesados reutilizables. En 2019 empezó a enviar satélites de comunicaciones más pequeños. Pesan unos 260 kilos. Se parecen a un coche aplanado, con un gran panel que refleja la luz del Sol. The New York Times los apoda “sofás volantes”. Los satélites se comunican con terminales en la Tierra, por lo que pueden transmitir internet de alta velocidad a casi todo el globo. Proporcionan un sistema de telefonía llamado Starlink. Elon Musk controla la mitad de los 2600 existentes y quiere alcanzar los 42.000. Ofreció conexión (descarga de 100 megabits por segundo) a 60 países.
Sin duda, sueña un cielo de constelaciones de sofás voladores. “El gran cambio es que manejan toda la cadena: fabrican los cohetes, diseñan los satélites [entre 150 y 300 al mes], los operan, crean las aplicaciones y las venden”, resume Panduro. “Y con un precio diferente en cada país”, agrega. Al ser una firma privada pocos saben cuánto gana o pierde Musk por lanzar uno de sus Falcon 9. En teoría, Starlink tiene 1,5 millones de suscriptores (aerolíneas, cruceros y telcos han acudido en masa).
A Elon Musk le gustaría estar solo en esa órbita baja, pero tiene competencia. Telesat Lightspeed, AST SpaceMobile, OneWeb, IRIS2 y Kuiper de Amazon buscan su trayectoria. Diríase que el espacio se convirtió en el patio de recreo de los multimillonarios tecnológicos. Parece que solo Jeff Bezos puede bajar a Musk de la nube. “Amazon tiene un enorme potencial. La gran competencia se reduce a los dos magnates”, observa Stephane Terranova, consejero delegado de Thales Alenia Space España. Bezos planea dar cobertura wifi a través de 3236 satélites en órbita baja. Ese número les da la posibilidad de “volar la constelación [red] más segura con el menor número de satélites”.
Por ahora no han enviado ninguno. “Aunque hemos asegurado 77 lanzamientos con carga pesada gracias a Arianespace, ULA (United Launch Alliance) y Blue Origin [propiedad de Bezos]”, narran fuentes del gigante. La fabricación de satélites empezaría a fines de este año y las primeras pruebas, en 2024.
En esta carrera espacial en la órbita LEO quizá lo último que se dirime sea el dinero. “Se trata de centrar toda la atención en nuestra vida en la Tierra, y el espacio es un lugar para nuevas ideas”, expresó en The Economist, Sophie Hackford, investigadora de la Universidad de Oxford y cofundadora de 1715 Labs, una firma de inteligencia artificial. Suena bien. Pero la realidad muestra un negocio que no es de este mundo. Sobre todo, si está controlado por un multimillonario errático e incomprensible.
“El sector de los satélites es un mercado extremadamente estratégico y muchos países se lanzan a una nueva carrera espacial”, dice Rolando Grandi, gestor del fondo Echiquier Space. “Tener presencia ahí fuera le permite a una nación contar con un sistema de comunicación robusto y protegido de ataques en la Tierra”.
Por cada satélite chino en órbita en mayo de 2022 había siete americanos. Se sabe que China posee satélites con capacidad antisatélite y que Rusia probó misiles contra sus propios aparatos. El gigante asiático lanzó un pájaro con un brazo robótico capaz de capturar otros satélites y colocar explosivos en los propulsores del adversario. La Unión Europea destinó 2400 millones de euros el año pasado a construir una constelación de satélites para destino civil y militar.
Igual que los satélites giran, está historia también, y regresa al problema Musk. Casi todas las semanas, un lanzador de SpaceX (el valor de la startup se estima en US$140.000 millones) cargado con satélites Starlink despega de Florida o California. Esto interfiere en la investigación astronómica. En 2020 intentaron recubrirlos de pintura oscura, pero la mejora fue mínima. No hay ley que proteja la estética del cielo.
Sin embargo, el problema de Musk es mayor. Starlink suele ser la única forma de conseguir acceso a internet en zonas remotas o durante catástrofes naturales. Lo usa el Ejército ucraniano en la guerra contra Rusia. Este multimillonario de 52 años y de lealtades confusas desactivó, en medio de la contienda, el acceso a algunas terminales en Ucrania. Y rechazó usar drones marinos para atacar barcos rusos atracados en el mar Negro. Sus razones van desde evitar escalar el enfrentamiento hasta impedir una tercera guerra mundial. El año pasado planteó un “plan de paz” para la invasión alineado con los intereses rusos. Alarmado, el Pentágono tuvo que comprarle 500 terminales y servicios para que Ucrania no se quedara a oscuras. “Ha pasado mucho tiempo desde que vimos a una empresa y a un individuo ir abiertamente en contra de la política exterior de Estados Unidos en una guerra”, apuntó en The New York Times Gregory C. Allen, investigador senior del programa de tecnologías estratégicas del think tank Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Musk fabrica desconfianza.
Al igual que ha sucedido con los paneles solares, el precio del espacio cae. El coste de los lanzamientos comerciales, según la NASA, a la Estación Espacial Internacional, ya es cuatro veces más barato. El cosmos, cada vez más cerca. Además, la industria militar es Saturno devorando datos. La firma Spire Global, que controla más de 100 constelaciones, sobre todo nanosatélites, que vigilan el planeta casi en tiempo real diseñados para desintegrarse naturalmente, “ha visto un fuerte aumento –dice Joel Spark, jefe de arquitectura satelital– de compras de datos de satélites comerciales por parte de los Gobiernos para aplicaciones de defensa”.
“El espacio se ha convertido en un ámbito muy disputado y la Unión Europea debe salvaguardar sus intereses vitales”, dice Thierry Breton, comisario de Mercado Interior y Servicios. La respuesta europea es la constelación IRIS2 (Airbus, Thales, SES, Hispasat e Hisdesat) que debería estar operativa en 2027. ¿Cuántos miles de satélites tendrán ese año en el espacio Bezos, Musk o China? El Viejo Continente recuerda al conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, cuando mira su reloj de bolsillo y grita: “¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!”. © El País
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