Paquirri no la vio venir. Justo él que hacía fácil lo difícil. Justo él que conocía como nadie el comportamiento animal. Justo él vino a recibir la cornada mortal del toro "Avispado", cuando ya lo tenía dominado y preparado para ponerlo en suerte: aquella tarde de septiembre de 1984, en Pozoblanco, Córdoba, se fue para siempre el gran matador y nació el mito del hombre que se había convertido en sinónimo de torero.
Francisco Rivera Pérez, que así era su nombre original, había nacido el 5 de marzo de 1948, en Zahara de los Atunes, Cádiz, en el sur de España. Era hijo de un humilde novillero que trabajaba en el matadero municipal de Barbate, una localidad vecina.
Junto con su hermano, acompañó desde muy chico a su padre a los corrales y fue ahí, entre novilleros experimentados, donde empezó a torear y a conocer a fondo el comportamiento de los toros. Siempre supo que quería ser torero. Como dicen algunos en España: "Ese tío nació torero".
Pero había algo más que su deseo y su pasión: su padre siempre lo impulsó a abrazar la vida de torero, pero no la de cualquier torero, sino que él quería que su hijo fuera el mejor. Albaro Casillas, torero y atleta español, lo resume muy bien: "Paquirri fue una gran figura del toreo por sus méritos, lógicamente, pero también tuvo mucho que ver su padre, el cual todos saben lo que le exigía".
Su debut tuvo lugar en Barbate, el día 16 de agosto de 1962, fecha en la que se enfrentó con reses de Núñez Polavieja. A partir de entonces, su valor y su conocimiento natural de las reacciones del ganado bravo difundieron su nombre de principiante. En 1964 intervino en su primera novillada en la plaza de toros de Cádiz.
Dos años después, en la plaza Monumental de Barcelona, tomó la alternativa, es decir, se convirtió en matador. Conquistó no solo al público de su país, sino que también deslumbró en las arenas de Perú, Colombia y Venezuela, donde engrandeció su figura y volvió a España como un ganador.
Paquirri hacía fácil lo difícil. No era un fenómeno estético, pero su valentía, su serenidad delante de los toros, su perfecto dominio de todas las variables de la lidia y, en definitiva, su extraordinario conocimiento del comportamiento del animal, hacían prever que estaba destinado a la gloria. "A mí, siempre me ha transmitido ser uno de los toreros con más valor y técnica de su época. Defensor del toreo, del torero y del toro. Del sacrificio y de la disciplina. Y gran mediador del triunfo y del fracaso", comenta Casillas.
Casillas, que hace dos años estuvo en la Argentina para participar del "Summit Aconcagua", afirma que Paquirri creó escuela y fue un referente para muchos toreros que empezaban, por todo lo que transmitía dentro y fuera del toreo. "Siempre se ha dicho en el mundo del toro que un torero tiene que serlo dentro y fuera de la plaza. ¡Y así era él! Cuidador absoluto de esa imagen por la admiración y respeto a su profesión", cuenta.
Convertido en una figura consagrada, durante la década de los setenta cosechó innumerables éxitos y se vistió de luces un promedio de 70 veces por año, regando su destreza en colmadas plazas de toros de toda España. "Fue una figura que atrajo muchas masas a la fiesta, desde deportistas, políticos, artistas, medios de comunicación y toda variedad de seguidores. Fue de los toreros más mediáticos de su época, ayudando así a engrandecer al mundo taurino", subraya Casillas.
Pero el "diestro" también era admirado fuera de las plazas de toros, sobre todo por las mujeres. De sonrisa compradora y ojos hechiceros, acumuló un amplio listado de amores, pero un día se enamoró perdidamente de la bella y millonaria Carmina Ordóñez. Al casarse con ella, Paquirri, nacido en la pobreza, ingresaba en la elite española. Sin embargo, siete años después se divorció y en 1982 se casó con la cantante Isabel Pantoja.
Hacía ya un tiempo que había ingresado en el olimpo de los toreros: el 27 de abril de 1979 la multitud lo sacó en andas por la Puerta del Príncipe en la plaza de toros de Sevilla, después de haber concretado una de las más inolvidables faenas sobre la arena. Eso no es todo. Antes de que transcurriera un mes, volvió a ser sacado en hombros, pero esta vez por la Puerta Grande de Las Ventas, la mítica plaza de toros de Madrid.
Aquel chico de origen humilde, que había aprendido a torear en el matadero, era ahora el torero más aclamado de España, su figura era conocida en el mundo entero y había amasado una fortuna que le había permitido comprar su propia finca. Tenía éxito, dinero y amor. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero… siempre hay un "pincelazo" que termina con la fiesta.
El 26 de septiembre de 1984, en la plaza de Pozoblanco, Córdoba, Paquirri estaba por concretar una faena increíble, tenía al toro totalmente dominado y se disponía a ponerlo en suerte, cuando el animal, de nombre "Avispado", le dio una tremenda cornada en el muslo derecho. El público se paralizó, mientras el matador empezaba a bañarse en sangre.
Así describió ese aciago momento el diario ABC de España, cuando se cumplieron 30 años de ese día: "El reloj marcaba las siete y veinte de la tarde cuando sobrevino la trágica cogida. Ya han pasado 30 años. Corría el año 1984. Paquirri había saludado al cuarto toro de Sayalero y Bandrés con verónicas mirando al tendido".
El mismo artículo describe cómo recordó la acción su banderillero Rafael Torres en el 25 aniversario de esa jornada. "Estuvo enorme… Mientras el caballo de picar se colocaba, se aguantó al toro en el burladero. Cuando se dirigió a Paquirri, se le cruzó. Y al siguiente lance se le venció por el izquierdo y le echó mano. Su instinto fue agarrarse a la cara y el pitón lo zarandeó durante mucho tiempo hasta penetrar en varias trayectorias. El toro no soltaba a Paco y el boquete era cada vez más gordo. Hasta que humilló y lo dejó".
Mientras perdía sangre a borbotones, Paquirri fue atendido en la precaria enfermería de la plaza y quedó grabado el momento en que Paquirri, con total serenidad, le habló al médico: "Doctor, la cornada tiene al menos dos trayectorias, una p'acá y otra p'allá. Abra todo lo que tenga que abrir. Lo demás está en sus manos. Ah… y tranquilo, doctor". Esas fueron prácticamente sus últimas palabras.
Su estado agravó y el médico ordenó trasladarlo al hospital de Córdoba. Durante el viaje en ambulancia, empeoró aún más, por lo que se decidió derivarlo al Hospital Militar, que quedaba algo más cerca. Al llegar allí, Paquirri ya estaba muerto. Se había terminado así, a los 36 años, la vida del torero que se convirtió en mito.
Cuando se recuperó de su largo duelo, un duelo que también enlutó a España, su viuda, Isabel Pantoja, empezó a engrandecer el mito de Paquirri, al dedicarle la canción Marinero de luces, compuesta por José Luis Perales. Desde alguna parte, el gran matador quizá pudo escuchar: "Marinero de luces, con alma de fuego y espalda morena. Se quedó tu velero perdido en los mares. Varado en la arena. Olvidaste que yo gaviota de luna te estaba esperando. Y te fuiste meciendo en olas de plata. Cantando, cantando".
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