Renovar la misión: la era de los economistas todoterreno
En la Argentina, hay unos 15.000 profesionales de los números; sus tareas se expanden a cada vez más ámbitos
La ciudad de Lira tiene 80.000 habitantes y está ubicada en una de las zonas más pobres de Uganda, en el África oriental. Si alguien que vive allí se aleja sólo 100 kilómetros en cualquier dirección, es muy probable que deba comunicarse por señas: en Uganda se hablan unos 70 dialectos.
"Esto implica desafíos enormes para el desarrollo de un país que además es muy pobre, y cuestiones como la educación temprana en lengua materna se vuelven todavía mucho más cruciales que en otras culturas", cuenta Natalia Cantet, una economista argentina que pasó varios meses en Lira evaluando un programa para mejorar los contenidos de la educación temprana en 2000 chicos de 158 escuelas primarias.
Cuando aceptó ese trabajo, tras haber hecho un posgrado en Estados Unidos, la descripción de las tareas que supuestamente se le iban a requerir se agotaba en el manejo de base de datos y armado de encuestas. Pero a las pocas horas de aterrizar en Uganda se dio cuenta de que ésa era una muy pequeña parte de lo que le esperaba en una cultura completamente distinta, donde la resolución de problemas diarios en un marco de extrema pobreza le requirieron un nivel de creatividad y flexibilidad que no se enseña en la facultad y a las que no estaba acostumbrada.
"Te volvés, porque no hay opción, una todoterreno", cuenta Cantet a LA NACION. Esta nueva línea de trabajo para economistas, anclada en programas de desarrollo en lugares muy pobres donde hay que meter los pies en el barro lejos de la comodidad de los centros de estudio, es una de las más recientes avenidas de expansión para la profesión de Adam Smith y John Maynard Keynes. La de los programas de evaluación de programas sociales.
"Hasta no hace mucho se gastaban fortunas en programas que nadie sabía si realmente funcionaban o no", comentó la semana pasada en el Coloquio de IDEA la economista del centro de investigaciones Cedlas María Laura Alzúa, que trabajó en zonas de extrema pobreza de América latina, África y Asia. "Hoy la medición de impacto es parte central de estas políticas", dijo al participar en el panel sobre inclusión.
"El rol clásico del economista parece estar cambiando radicalmente", explica Walter Sosa Escudero, profesor de las universidades de San Andrés y de Illinois, además de autor de diversos libros académicos y de divulgación sobre econometría y estadística. "El imaginario popular nos suele situar como analistas, en ámbitos como grandes empresas, el sector público, la consultoría o el sector financiero. Hoy se da una expansión hacia lugares hasta hace poco impensados", dice Sosa Escudero. De acuerdo con diversas estimaciones -el estudio más exhaustivo lo hizo en su momento Guillermo Rozenwurcel-, se estima que en la Argentina hay unos 15.000 economistas activos, la mitad de ellos egresados de la UBA.
La revolución tiene distintos explicadores. Por un lado, el boom de la economía empírica o experimental, que llevó a que se disparara la demanda de economistas todoterreno, como Cantet o Alzúa, que se involucran en etapas tempranas de los procesos de investigación y no se limitan, como antaño, a "comprobar" hipótesis de algún modelo teórico.
Lo que el experto del MIT Joshua Angrist llama "revolución de la credibilidad" en la economía viene de la mano del mejoramiento de las bases de datos y del refinamiento de técnicas econométricas, que permiten encontrar mejores respuestas para dilemas de políticas públicas o inversión privada. Esto tiene su correlato en el segmento académico: un trabajo del investigador Daniel Hamermesh mostró cómo en la actualidad los artículos de base empírica llegan al 70% del protagonismo en publicaciones académicas de primera línea, cuando eran sólo el 30% en los 80.
El segundo explicador viene por el lado del fenómeno de big data (crecimiento vertical de la información disponible en Internet), que aumentó a su vez de manera exponencial las posibilidades de investigación para la otrora "ciencia sombría". La demanda por este tipo de profesionales en empresas con uso intensivo de bases de datos, como las firmas de tecnología, se multiplicó.
Este nuevo mundo requiere habilidades de versatilidad y combinación de formación cuantitativa con visión integral y humanística, para lo cual los economistas parecen estar especialmente bien preparados. "El economista tiene una formación matemática y estadística lo suficientemente sólida como para entrar rápidamente en cuestiones técnicas, y a la vez una amplitud conceptual que es producto del perfil analítico de la disciplina", continúa Sosa Escudero. "De alguna manera podemos decir que «llueve sopa (de datos)» y a los economistas nos agarra con la cuchara en el bolsillo".
Cuando la empresa Blizzard lanzó al mercado su videojuego Diablo III, una de las novedades fue la de una casa de subastas donde los jugadores podían comprar y vender ítems necesarios para sus aventuras en forma directa. En la compañía pensaron que las fuerzas del libre mercado asegurarían que todos obtendrían lo necesario a un precio de equilibrio, o al menos esa era la idea original.
Pero todo resultó un dolor de cabeza desde el inicio. Los participantes se amontonaron para comprar ítems iniciales, la inflación se disparó a niveles astronómicos y la casa de subastas quebró. Las empresas del sector aprendieron la lección y en los meses siguientes se multiplicaron los pedidos de economistas jefes para diseñar bien los mercados virtuales. En una de las contrataciones más resonantes, la firma Valve fichó a Yanis Varoufakis, el ex ministro griego. "Las burbujas eventualmente explotan y eso hace que a muchos jugadores se les parta el corazón. Y a las firmas de videojuegos no les conviene tener tantos jugadores tristes", explicó Varoufakis.
Ese nuevo ámbito de trabajo para economistas es una nota al pie de un fenómeno mucho más amplio: el de la invasión, también muy reciente, de estos profesionales a emprendimientos tecnológicos, que siguen los pasos del pionero Hal Varian, economista jefe de Google y una de las máximas figuras académicas mundiales en el campo de la microeconomía.
Varian es hoy uno de los abanderados de la revolución del big data en la economía. Susan Athey, una de las economistas más prestigiosas del mundo, ganadora de la medalla John Bates Clark (en el ámbito académico se considera más difícil de lograr que el Nobel), encabeza al equipo de economistas de Microsoft.
Cuestión de sueldos y desafíos
"Hay sueldos mucho más altos y desafíos interesantes, y de alguna manera el volumen de firmas como Uber, Amazon, Google o Microsoft es algo así como un negocio de golosinas para los economistas", describe Sosa Escudero, quien el mes pasado tuvo exceso de demanda en un curso sobre "datanomics" que abrió en San Andrés y que no se cansa de referir graduados para proyectos tecnológicos. "No puedo llevar a cabo un experimento con dos millones de personas en Stanford", le dijo Athey, que era profesora de esa universidad, semanas atrás al New York Times. Pero sí puede hacer eso en el océano digital.
La demanda está tan caliente que inclusive Amazon armó un sitio web para atraer economistas, y hoy tiene unas 30 posiciones por cubrir. Los convoca Patrick Bajari, otra estrella académica que asegura que las decisiones tomadas a partir de insights encontrados por su equipo de economistas ya tuvo un impacto medible en miles de millones de dólares.
Guido Imbens o John Geweke son otros académicos de prestigio que decidieron dar el salto: se estima que los salarios en empresas como Google, Microsoft, Amazon, Airbnb, Nertflix o Uber son por lo menos el doble que los que se pagan en posiciones académicas. Así como algunos profesionales se dedican a perfeccionar mercados de subastas (como Varian o Varoufakis), otros se sumergen en el océano de datos y traen descubrimientos que valen millones en el mundo de los negocios.
En el corto plazo, es probable que esta tendencia se intensifique. Glen Weyl es un economista que trabaja en Amazon y que lanzó un curso sobre "diseño de economía digital" en Yale. Para Weyl, la economía del conocimiento propicia una explosión de "nuevos mercados" que necesitan ser diseñados de la mejor manera posible con habilidades de economistas.
Por ejemplo, es muy probable que la digitalización, las redes sociales y la economía colaborativa hagan que pronto los activos pasen a tener mucho menos tiempo ocioso: que en lugar de poseer un auto se popularice un sistema estilo Netflix con suscripción a una flota de un determinado modelo. Lo mismo puede pasar con una costosa cafetera gourmet: que terminemos de desayunar y un drone la traslade a otro hogar, para que no esté ociosa el 99% del tiempo.
Los economistas hoy están en todas partes, aún en rubros que tradicionalmente no los tenían como protagonistas. "Te sorprendería comprobar lo relacionada que está la economía con cualquier negocio y con el mercado de la publicidad en particular", dice Noelia Alcoleas, jefa de Operaciones de Trade, una central de medios y firma especializada en marketing. "Lo que se observa en los últimos años es que el herramental comúnmente usado para llevar adelante modelos económicos, es también aplicable y resulta sumamente útil en empresas privadas y entidades públicas de las ramas más disímiles", sostiene. Alcoleas empezó a trabajar en publicidad antes de recibirse de economista, en 2010. "Cuando se habla de publicidad, estamos refiriéndonos a una herramienta fundamental en la rueda de consumo. Estamos ante la presencia de dos aspectos estrechamente vinculados no sólo en lo conceptual; en las aplicaciones diarias de nuestro trabajo hay conceptos de economía detrás de mediciones de audiencia, etcétera; hay un mar de datos esperando que alguien los interprete", dice.
El fenómeno de la expansión del campo profesional de los economistas es global, pero se siente muy fuerte a nivel local. Sosa Escudero afirma no dar abasto sugiriendo nombres de recién graduados que son buscados por instituciones. Hay, por ejemplo, una fuerte demanda de economistas desde todos los ministerios: "Da la sensación de que los funcionarios se están topando con filones muy ricos y voluminosos de datos y están tratando de sacar el mayor provecho de ellos", dice el profesor.
Si pudiera elegir, Natalia Cantet volvería a pasar por la experiencia de investigación en Uganda sin dudarlo. "Fue un choque cultural fuerte pero extremadamente divertido", cuenta. Cada una de sus reuniones con maestros comenzaba con una canción infantil, por ejemplo. "Y ni hablar de las veces que me perdí y se acercaban cuatro o cinco personas muertas de risa ansiosas por ayudar a una chica muzungu (blanca) con la que no podían entablar conversación." Fue, al fin y al cabo, describe Cantet, "lo más parecido a ser Indiana Jones que uno puede encontrar en el campo de la economía del desarrollo".