Futuro del trabajo: bienvenidos a “la Gran... todavía no sabemos qué”
Para los economistas, el devenir del trabajo se convirtió en un terreno sumamente pantanoso para hacer predicciones, porque los cambios van más allá de la disposición de tecnologías y hay varios factores involucrados
En el debate sobre diseño de futuros suele destacarse la capacidad de las novelas de ciencia ficción o fantásticas para anticipar algunas ideas de lo que va a venir (en la realidad). Cuando todo cambia a una velocidad tan acelerada, como ocurre ahora, la creatividad de los grandes autores del género se vuelve un activo más valioso: es más probable que un novelista de ficción con buena imaginación acierte un futuro a diez años que el hecho de que lo haga un economista que trabaja con supuestos base del año pasado +/- 3%.
Pero hay otra cualidad importante de esta literatura, además de la de pensar mundos futuros en profundidad: muchos de estos libros capturan muy bien un “espíritu de época” (zeitgeist) que las estadísticas duras no llegan a revelar. Pasó por ejemplo con Frankenstein: Mary Shelley lo escribió en 1818 para lectores que estaban aterrados por los cambios que traía la Revolución Industrial. El monstruo era una representación de esos miedos.
Y está pasando ahora con novelas que hablan sobre las modificaciones en el presente y futuro cercano del mercado del trabajo. Es una temática de moda en la categoría de ficción de 2021, con lanzamientos como Several People are Typing (Bastante gente está tipeando, de Penguin, aún no traducida), en la que el escritor Calvin Kasulke cuenta la historia de un ejecutivo de relaciones públicas que vive en Nueva York y que por la noche conecta su cerebro al slack de la compañía para la que trabaja, mientras su cuerpo languidece en un sillón en un estado comatoso.
Para los economistas (y futurólogos en general), el devenir del trabajo se convirtió en un terreno sumamente pantanoso para realizar predicciones, porque involucra avenidas de cambio que van más allá de la disposición de tecnología, como hábitos, valores de época, salud mental, regulaciones, etcétera.
Hay pifiadas monumentales en pronósticos, a nivel micro y macro. Dos años atrás, el experto en inteligencia artificial Andrew Ng debió dejar de tuitear luego de que una predicción suya sobre “el fin de los técnicos radiólogos” (por el avance de la IA) resultó fallida: en los meses siguientes fue la categoría que más creció en demanda laboral.
¿Recuerdan haber ido a alguna charla sobre innovación y futuro en la que se habló sobre el final de la profesión de traductores? Con la pandemia y la explosión de series como El juego del calamar (Netflix), en 2021 hubo escasez de traductores. Se acumularon en su momento muchas quejas por los errores en la traducción del megahit coreano, y esto se debió a que las compañías en las que se tercerizan estos servicios tienen dificultades para conseguir traductores de calidad al ritmo de la nueva demanda.
“Hay pifiadas monumentales en los pronósticos sobre qué ocurrirá con las ocupaciones, tanto a nivel micro como a nivel macro”
Y a nivel macro las cosas tampoco están mucho más claras. La divulgación sobre esta discusión en las últimas semanas giró en torno a lo que el académico Anthony Klotz, profesor de la Universidad de Texas A&M, bautizó “la Gran Renuncia”: anclado en las estadísticas de octubre (cuando 4,2 millones de estadounidenses dejaron sus trabajos, una cifra récord), la idea de Klotz hace alusión a un supuesto cambio cultural que se dio en pandemia, según el cual mucha gente está reevaluando sus prioridades y abandonando sus antiguos empleos.
El problema con esta teoría es que los datos son ambiguos y parecen pintar un fenómeno momentáneo. Los últimos números muestran que las empresas reportan dificultades para contratar y, al mismo tiempo, los hogares declaran aumento en empleos, lo cual llevó al inversor de riesgo Fred Wilson a hablar de “la Gran Formación” (en lugar de “Gran Renuncia”), con personas que se pasan al autoempleo o a negocios pequeños no captados en las estadísticas de demanda laboral.
Entre otras cosas porque, según un reciente trabajo del economista Nicholas Bloom, de Stanford, la brecha entre los planes de las personas de días por semana de trabajo remoto versus los de las compañías no para de crecer, y hoy, en promedio, es de un día por semana la diferencia.
Para América Latina y para la Argentina en particular, esta discusión presenta, al igual que ocurrió con El juego del calamar, enormes “problemas de traducción”. Además de momentánea, la “Gran Renuncia” parece estar acotada a los Estados Unidos e Inglaterra: no se verifica ni en Asia ni en buena parte de Europa, y mucho menos en América Latina.
“La mayor diferencia con estas reflexiones y nuestro mercado es el grado de informalidad que tenemos”, dice a LA NACION el economista jefe de Accenture, Tomás Castagnino. Hay algunos temas que sirven para todos, igualmente: Castagnino habla del “renacimiento” del offshoring (más oportunidades para encontrar trabajo en cadenas globales).
Un reciente trabajo de los economistas Agustina Brinatti, Alberto Cavallo, Javier Cravino y Andrés Renick (publicado por el NBER) indaga sobre “el precio internacional del trabajo remoto”, y llega a la conclusión de que, si bien hay enormes posibilidades de arbitraje para empresas e individuos, aún hay fricciones y obstáculos regulatorios (un tercio del precio sigue vinculado al lugar de residencia del teletrabajador).
“El problema con la teoría de la ‘Gran Renuncia’ es que los datos son ambiguos y parecen pintar un fenómeno momentáneo”
Para el economista Ramiro Albrieu, que viene siguiendo esta agenda de cerca, la pandemia cambió el eje del mercado de trabajo hacia un mundo de bajo contacto físico, con lo que implicó en términos de aceleración digital y de problemas de adaptación de capital humano, “que en la Argentina ya venía degradándose y ahora la brecha se amplió”. “La automatización ahora no es una opción en muchos sectores, como el comercio y áreas administrativas, etcétera”, agrega el investigador principal del Cippec y líder de la iniciativa The Future of Work in the Global South.
Albrieu remarca que los cambios que estamos viendo van más allá de lo digital e involucran distintas tecnologías y avenidas de transformación. Castagnino coincide: el metaverso (de cuya economía hablamos la semana pasada en este espacio) será un gran laboratorio para testear muchas de las hipótesis con las cuales hoy se trabaja en esta agenda; por ejemplo, el grado de reemplazo de tareas humanas por inteligencia artificial.
A tono con las novelas y series fantásticas, en el debate por el futuro del trabajo por cada pregunta que se contesta se abren dos nuevas inquietudes. Y también está cruzado por efectos “extraños” y contraintuitivos. Sam Altman, director ejecutivo de Open AI, tuiteó días atrás una predicción: “La IA va a causar que el precio del trabajo que ocurre frente a una computadora baje más rápido que el que se realiza en el mundo físico. Esto es lo contrario de lo que la mayoría de la gente piensa (incluyéndome a mí), y va a tener efectos muy raros”. El personaje de la ficción de Kasulke, con su cerebro enchufado al slack corporativo, además de un cuerpo comatoso, podría pasar a tener serios problemas de ingresos.