La Argentina, un país con dos PBI perdidos y dos PBI latentes
La historia de inestabilidades en la economía local no es gratuita para el bienestar de la población; cuáles son las consecuencias de las malas políticas y de la debilidad institucional y qué oportunidades siguen presentes
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La vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, se refiere con frecuencia a que existe un monto de dólares de argentinos fuera del país equivalente a un PBI, es decir, a la producción total de bienes finales que la Argentina genera en un año (Producto Bruto Interno). Más concretamente, mencionó días atrás un monto de US$428.000 millones (eso equivalen a un PBI si se usa para la conversión de pesos a dólares un promedio entre el tipo de cambio oficial y el blue), que constituye el total de activos argentinos formados en el exterior. La cifra surge del informe sobre la Balanza de Pagos, posición de inversión internacional y deuda externa publicado por el Indec. Ese número incluye la inversión directa en el exterior, la inversión en cartera, los activos de reserva y otras inversiones de argentinos en moneda extranjera.
Existen dos formas de enfocar este tema. Buena parte de los dirigentes políticos del país plantea que la existencia de esos activos afuera es la fuente principal del estancamiento económico argentino y que se origina en acciones malintencionadas y poco patriotas de ciudadanos locales que prefieren sacar su capital del país. Técnicamente, se debe hacer una aclaración importante: una porción de esos recursos se encuentra en realidad dentro del país, aunque fuera del sistema económico (está en cajas de seguridad bancarias, en el “colchón”, etcétera), por lo que no aporta a la actividad económica corriente.
Una segunda visión, claramente más realista, entiende el problema de la salida de capitales como el reflejo de las malas políticas económicas desarrolladas por décadas en el país, que derivaron en una alta inestabilidad y en muy bajo crecimiento. Eso, junto con los problemas de mala calidad institucional e inseguridad jurídica, incentivó la salida de fondos al exterior. Se trataría de ahorros de argentinos que intentaron e intentan evitar una “expropiación” total o parcial de su capital, que se derive de las malas políticas y el poco apego a respetar los contratos por parte las autoridades locales.
Como ejemplo, se puede mencionar el problema de la inflación, que licúa los ahorros en moneda local. En el casi medio siglo que transcurrió entre 1975 y 2023, la Argentina exhibió una inflación “normal” (de un dígito) en solo el 20% de esos años. Y el índice resultó de tres dígitos en un 35% de los años de ese lapso. En este 2023 la inflación será de tres dígitos, y el año pasado pegamos en el palo.
En ese período de casi 50 años, además, detonaron tres hiperinflaciones, cuatro defaults de la deuda y no menos de cinco períodos de fuerte atraso cambiario que se alargaron demasiado en el tiempo, y que originaron salidas traumáticas, incluyendo importantes eventos de inseguridad jurídica. Con la historia económica de las últimas décadas, lo extraño resulta que una porción todavía importante de ahorristas siga confiando en la economía del país.
En esta segunda visión, la fuga de capitales se percibe en buena medida como originada en la masiva existencia de dirigentes políticos que sostienen la primera visión y que, cuando ocupan el poder (incluso desde la oposición) actúan generando la clase de políticas o expectativas que incentivan el resguardo de capitales en destinos más estables y seguros, fuera del sistema local. Pero también existieron dirigentes y programas económicos inicialmente bien intencionados y enfocados, pero que, por errores u otras circunstancias económicas o políticas, terminaron en crisis y en eventos de inseguridad jurídica que ahuyentaron capitales. Todo tipo de dirigente político (y económico) local debe aprender de los errores y las lecciones del pasado.
Efectos sociales de no crecer
Claro que ese historial económico no fue gratuito para el bienestar de los habitantes del país. Entre 1975 y 2022, el PBI local creció solo 1,7% anual, cuando la población lo hizo a un ritmo de 1,2% promedio anual. Si la producción de la Argentina hubiera aumentado en ese período a la misma tasa promedio a la que creció entre 1960 y 1974 (4,2% anual, similar al crecimiento de Chile y Perú entre 1990 y 2022), en 2022 nuestro país hubiera exhibido un PBI equivalente al triple que el observado en la realidad. Es decir, la Argentina “perdió” dos PBI en el último medio siglo, como consecuencia de sus políticas equivocadas y la mala calidad institucional.
El muy bajo crecimiento económico de Argentina y su persistente inestabilidad en el último medio siglo, por supuesto, tuvieron graves efectos sociales. La última medición oficial, correspondiente al segundo semestre de 2022, muestra una tasa de pobreza de 39%; el índice se mantiene como mínimo en un cuarto de la población desde mediados de la década del 90. Además, en los picos de las mayores crisis pasadas, la tasa de pobreza resultó de 47% (mayo de 1989) y de 57% (octubre de 2002).
Recursos bajo tierra
Pero también hay oportunidades para la Argentina, que podrían ayudar a recuperar al menos parte del terreno perdido. La más evidente está bajo tierra y es el yacimiento no convencional de Vaca Muerta, una reserva de más de 30.000 kilómetros cuadrados de extensión, que la convierten en la cuarta reserva de petróleo y la segunda reserva de gas no convencional del mundo. Según el último Informe de la Administración de la Información sobre Energía de los Estados Unidos (2019), se estima que en Vaca Muerta existen reservas por 16 billones de barriles de petróleo y 308.000 billones de pies cúbicos de gas natural.
Con el aumento en la producción de gas y petróleo de los últimos años y con los avances en las obras de infraestructura (y las que faltan construir), se podrá pasar de un déficit comercial energético de US$6000 millones en 2022 a un superávit de US$11.000 millones en 2025. Claramente, si se termina de revertir la errónea política energética desarrollada en los primeros 15 años de este siglo, y que reapareció en los inicios del actual Gobierno, y si se aprovecha la oportunidad que brinda la necesidad de abastecimiento de gas en la Unión Europea y en algunos países vecinos, el sector de la energía puede aportar, junto con el litio, las mayores posibilidades de recuperación de la economía local en las próximas dos décadas.
La tarea de atraer los recursos
Mala calidad institucional y políticas económicas muchas veces erróneas condujeron a una muy baja expansión de la economía argentina en el último medio siglo, y hubo previsibles consecuencias negativas en términos sociales. Si desde mediados de la década del 70 el país hubiera mantenido el ritmo de crecimiento que su economía exhibió en los 15 años previos, actualmente ostentaría el triple de ingresos anuales que el observado.
Así, de los dos PIB que la Argentina perdió de sumar en los últimos 50 años, alrededor de la mitad está constituido por ahorros financieros o reales que compatriotas poseen fuera del sistema económico local, ya sea dentro o fuera del país. Se trata de un PBI “latente”, que eventualmente se puede recuperar. Para ello se deben desarrollar políticas macro y microeconómicamente consistentes a largo plazo, en un marco de mayor seguridad jurídica y calidad institucional. No se trata de una tarea fácil, pues dado el fracaso y la desconfianza que se acumularon en varias décadas, se deberá hacer buena letra durante bastante tiempo para que dichos capitales confíen y regresen masivamente al país.
Como se planteó, a partir de las oportunidades que brindan la energía y los minerales, como mínimo hay latente otro PBI bajo tierra que, también con mayor calidad institucional y política macro y sectorial adecuada, tenderá a aflorar para mejorar el bienestar de la población.
Pero el desafío institucional será doble, pues la Argentina deberá evitar, primero, que una economía con cada vez más peso de energía y minerales deteriore (la ya escasa) calidad institucional existente, como suele ocurrir en muchos países petroleros y/o altamente primarizados. En segundo lugar, deberá desarrollar nuevas instituciones económicas, además de mejorar el funcionamiento de su sistema republicano, para atraer capitales externos, pero, a la vez, evitar los procesos de fuerte apreciación cambiaria (enfermedad holandesa) a que suelen dar lugar el aumento de las exportaciones primarias y la entrada de capitales al país. Así, la mayor actividad en energía y minerales, además de la tradicional fortaleza en el sector agropecuario, no deberán morigerar las chances de crecimiento en el sector industrial con alto valor agregado y en los servicios modernos.
Con ese fin, será necesario generar un importante superávit fiscal y crear un fondo anticíclico, que ayude a estabilizar la economía y a evitar tanto las expansiones exageradas de la demanda a corto plazo, como las recesiones pronunciadas. Esto es, aprender a manejar el ciclo económico, como la mayoría de los países lograron hacerlo luego de la segunda guerra mundial, mientras que la Argentina siguió con una economía altamente volátil, y con crecimiento prácticamente nulo a largo plazo.
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