La invasión de las emociones
Un directivo no sabe si incentivar o no la expresión de las emociones en la compañía
¿Quién no se enfureció alguna vez cuando no ganó un ascenso?, ¿quién no consoló a un compañero de trabajo en un mal día de llantos? Todos vivimos este tipo de situaciones, que por provenir de un ámbito laboral suelen esconderse. Es normal decir que las emociones deben dejarse en la puerta de la oficina. ¿Cuántas veces hemos frenado las lágrimas –un sinónimo de antiprofesional– incluso ante algo que podía ser emocionante por lo bueno?
Desde hace años, la expresión de las emociones ha sido evaluada como una debilidad del empleado que siempre expresa lo que siente. Esta frase o muchas similares hemos escuchado o hemos dicho en nuestra vida profesional, dando como un hecho que expresar y emocionar o emocionarse no está bien.
Las emociones son parte de una persona. En los equipos la interrelación entre sus individuos es productiva en tanto el clima y las emociones acompañan el desarrollo de las tareas y se mantienen bajo ciertos parámetros de estabilidad. El control constante de las emociones negativas impacta en la rentabilidad de la empresa. Por lo tanto es previsible que cada día sea más importante tenerlo en cuenta para prevenir posibles implicancias sobre la salud de los trabajadores y de la misma organización.
A pesar de que en la historia reciente hemos sido más racionales por el avance de la tecnología que en algunos casos ha modificado la manera de relacionarse, las personas no somos sólo recursos humanos aislados de un mundo exterior e interior, y por eso tanto en la vida como en el trabajo, lo que sentimos sí importa. Esas sensaciones, sentimientos, emociones, no pueden quedarse en la puerta de la oficina: nos acompañan a todo lugar al que vamos e influyen –irremediablemente y en un porcentaje elevado– en nuestro quehacer diario y rendimiento laboral.
En la actualidad, todos los expertos en el tema afirman que obstruir las emociones impacta en forma negativa en la persona. Pero también lo hace en el rendimiento laboral y finalmente en los resultados de la organización. Entonces, ¿qué hacemos con ellas? ¿Las dejamos fluir? ¿Las controlamos? ¿Cómo las canalizamos? Hoy es posible sentirse feliz en el trabajo y expresarlo, sin que ello constituya un signo de debilidad. Es lo que nos pasa internamente a cada uno de los que constituimos la organización y es productivo vivenciarlo.