¿Por qué pretender saber lo que no se puede saber?
Cuando pregunto si 90 minutos después de que me practiquen una cirugía ambulatoria podré regresar a mi casa, como cuando pregunto si tendré que llevar paraguas cuando salga de mi oficina el 23 de mayo de 2024 a las 14, lo único que consigo son sonrisas por parte del médico y el meteorólogo a los cuales les formulé los interrogantes. En economía ocurre exactamente lo mismo, solo que en ese caso soy yo quien esboza la sonrisa. Claro que saber es mejor que no saber, pero pretender saber lo que no se puede saber es peor todavía.
Al respecto conversé con el estadounidense Walter Evans Hoadley (1916-2003). Cuando le preguntaron cómo se volvió economista, respondió con esta anécdota de su vida: una profesora preguntó en clase cuántos padres estaban desocupados; levantaron la mano 27 de 30 alumnos (entre ellos, el propio Hoadley). “No sé nada de economía, pero trataremos de entender qué está ocurriendo”, afirmó la maestra. Nunca encontraron la respuesta, pero el evento cambió su vida. Agudo observador, apuntó que “en una fábrica cuando hay mal olor nadie protesta, porque quiere decir que hay trabajo”.
–¿De qué se ocupó al terminar la Segunda Guerra Mundial?
–De restablecer el funcionamiento de los sistemas bancarios de Alemania y Japón. Durante la guerra, quienes tenían uniforme lograban que muchas cosas se hicieran. El nuevo problema consistía en ganar la paz. En Japón no sabíamos ni dónde quedaban los bancos, luego tuvimos que averiguar quiénes eran los líderes del sector. Como americanos, pensábamos que éramos mucho mejor que cualquier otro, y, por consiguiente, no necesitábamos averiguar qué era lo que los otros estaban haciendo.
–Me interesa destacar un comentario suyo referido a la formación de los economistas.
–El entrenamiento los prepara para ser analistas, no para adoptar decisiones o para entender el proceso decisorio. Cuando se reúne un pequeño grupo de personas con condiciones de liderazgo, que tienen una visión y descubren una necesidad, se pueden lograr milagros. Hablar con autoridad es importante, pero más importante es hablar con autoridad y con la verdad.
–¿Cuál es su principal consejo en materia de pronósticos?
–Que deben ser económicamente sanos, políticamente factibles y psicológicamente probables, lo cual implica que luego de formular un pronóstico, un economista vinculado con el mundo de los negocios debe filtrarlo con consideraciones políticas y de la sociedad en general, para conjeturar si algún factor de naturaleza extraeconómica podría afectarlo. Sinteticé todo esto en Mirando más allá de la bola de cristal, que publiqué en 1988.
–Arrancó 2024 y en la Argentina todo el mundo demanda precisiones sobre el futuro. Y algunos se arriesgan a proporcionarlas.
–Joan Violet Robinson, quien no tenía pelos en la lengua, calificaba de keynesianos bastardos a quienes habían transformado el mensaje principal de La teoría general de John Maynard Keynes, basado en que la realidad no es incierta, sino muy incierta, en gráficos que hoy equivaldrían a planillas Excel, que encima se llenan con cifras que incluyen decimales.
–Resultado de que, como en tantas disciplinas, desde mediados del siglo pasado el análisis económico se americanizó.
–Efectivamente, pero la crítica también incluye al gráfico IS-LM, incluido en el comentario bibliográfico que John Richard Hicks hizo del libro de Keynes. A ningún economista inglés se le ocurre hablar de “sintonía fina”.
–¿Pero no sería mejor que el futuro fuera predecible?
–Chocolate por la noticia. El punto es que, por definición, la incertidumbre no se puede modelar. Como digo, saber es mejor que no saber, pero pretender saber, cuando no es posible saber es peor aún. Porque confunde y distrae.
–¿Cómo tomar decisiones si no sabemos lo que va a pasar?
–La ignorancia no es total. A partir del 10 de diciembre de 2023 hay un nuevo gobierno, cuyo contundente estilo ya está claro: ajuste fiscal y monetario, desregulación económica, invitación a que el sector privado reemplace la menor demanda del sector público, etcétera. Nada de esto es numérico y menos aún se puede plantear en términos del calendario. Pero esto no quiere decir que no esté generando efectos.
–¿Cómo cuáles?
–En el caso de los gobernadores y los intendentes, decisiones derivadas del hecho de que, como “no hay plata”, la restricción presupuestaria se modificó. ¿Resultado? Más impuestos, menos gastos, quizá deudas, cuasimonedas, etcétera.
–¿Y en el caso del sector privado?
–Revisión de las listas de precios, con un ojo puesto en el mostrador. Fundamental, porque está muy bonito cargar en los precios las realidades, las dudas y el “por si acaso”; pero luego hay que vender con los nuevos precios. Porque la vida de las empresas pasa por vender, no por no vender.
–¿Cuánto, cuándo, etcétera?
–Como le digo, entiendo todas las preguntas, más allá de que no siempre las formulan quienes tienen que adoptar decisiones, sino también quienes tienen mera curiosidad o interés periodístico. Este último, dicho sea de paso, exagera con la importancia de contar con pronósticos y la imposibilidad de encarar la vida en ausencia de estos. En un contexto como el argentino, los empresarios están acostumbrados a adoptar sus decisiones sin contar con tanta información.
–¿Por qué en otros países se puede pronosticar y aquí no?
–Piense en los Estados Unidos. Desde mediados de 2022 tuvieron que implementar una política antiinflacionaria, porque en aquel momento la tasa de inflación interanual había subido a 9,1%, algo intolerable en ese país. ¿Qué hicieron? La FED subió las tasas de interés y la tasa de inflación se desplomó, mucho antes de lo que en 1963 Milton Friedman y Anna Schwartz habían predicho que demoraba un cambio en la política monetaria para abatir la tasa de inflación. Pero no fue necesario desregular la economía, eliminar distorsiones, etcétera. Déjeme ser algo más específico.
–Adelante.
–En un país donde las tendencias son robustas, los desequilibrios se corrigen rápidamente y el Estado no interviene en el mecanismo de precios, cualquier principiante formula pronósticos macroeconómicos razonablemente buenos. Si el PBI de un país crece 3% anual y el año pasado aumentó 2%, lo más probable es que este año suba 4%.
–¿Los argentinos somos diferentes?
–Están enfrentando desafíos diferentes, que imposibilitan pronosticar como se hace en otros países. Es un hecho desafortunado, pero los decisores no se la pasan lamentando, sino resolviendo problemas. Por eso, más que prestarle atención a la andanada de pronósticos que se formulan en los medios de comunicación, recomendaría mirar el mostrador, reflexionar sobre la experiencia propia y ajena y, sobre todo, estar permanentemente atento, dada la fluidez que todo tiene en su país.
–Don Walter, muchas gracias.
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