Una sociedad catártica que opera “en fase Will Smith”
Las encuestas de opinión muestran un clima social de cierta ira, pero a la hora de actuar, la gente sigue comprando, como lo muestran algunos datos; inflación, pandemia y tecnología, tres factores que se conjugan para este cuadro
Las evidencias ganan nitidez y densidad. Nos encontramos frente a un momento original. Múltiples variables confluyeron para gestar patrones de conducta que, a simple vista, lucen erráticos y contradictorios. Los relevamientos cualitativos y las encuestas de opinión pública muestran un colectivo social que está ingresando peligrosamente en la “fase Will Smith”.
La gente está tan enojada que quiere abofetear a alguien. En simultáneo, una vez que se apagan “el micrófono y la cámara” y ya no se trata de opinar, sino de hacer, los mismos ciudadanos que braman su hastío se dan vuelta y compran. Si hubiera que titular la configuración actual del humor social, bien podría llamarse “grito y consumo”.
En el primer trimestre del año, comparado con el mismo período de 2021, las ventas de zapatos y carteras crecieron 31%; las de muebles, 25%, y las de ropa, 23%, en los comercios a la calle, según la CAME. Los shopping centers también crecen en el orden del 25%. Los productos de consumo masivo tuvieron un incremento del 7%. Se destacan las bebidas con alcohol y las golosinas: ambas suben 19%. Explícita búsqueda de placer. Si miramos únicamente los autoservicios de barrio del interior del país, allí el crecimiento fue del triple: 21%, todo de acuerdo con los datos de Scentia.
Se aprecia aquí el fuerte impacto del boom que vive el sector turístico. No solo la temporada de verano fue récord, sino también la reciente Semana Santa, con tres millones de turistas, acorde con las mediciones del Ministerio de Turismo de la Nación. El viaje ya no solo es un objeto central del deseo de época, sino que ahora adquirió una dimensión espiritual: es necesario para “sanar”.
En el primer bimestre las ventas en restaurantes y hoteles que registró el Indec crecieron 33%. Por otra parte, los insumos para la construcción se expandieron 8% en los primeros tres meses del año, tal como lo que refleja el índice Construya.
Si bien se prevé que al concluir el año se expanda cerca de un 3%, las cifras oficiales indican que en este primer bimestre la economía creció 7%. En el mercado es vox populi: “Hoy el que tiene mercadería vende”.
Una parte de la explicación de lo que sucede a esta altura ya es “un clásico argentino”. En la calle, más allá de que algunos tengan más y otros menos y que la gran mayoría sienta que “no vale nada”, plata hay. Y circula. Cada vez más rápido. Las paritarias que se están cerrando y los bonos que se acaban de anunciar hacen prever que, al menos en el corto plazo, esto continúe siendo así.
Por otro lado, hay tres grandes demandantes de dinero que están “fuera de la cancha”. Son los inmuebles, los autos y los viajes al exterior. En 2011 y en 2017 se escrituraron cerca de 64.000 viviendas en la ciudad de Buenos Aires; en 2021 fueron menos de la mitad: 29.000. En 2013 y 2017 se vendieron más de 900.000 autos por año; en 2021, apenas 382.000. Y si seguimos como vamos, este año con suerte serían 350.000 unidades. En 2011 viajaron al exterior 2,2 millones de personas. En 2017, 3,7 millones. En 2021 fueron solamente 620.000. Segunda conclusión característica de la argentinidad: pesos hay; dólares, no tanto.
La contracara es obvia. El Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central proyecta una inflación anual del 60%, y subiendo. Hemos ingresado a “otro nivel del juego”. La última medición de Synopsis, que se acaba de concluir, indica que para el 59% de la población del país, la principal preocupación hoy es la inflación. En enero ese valor era del 46%.
El Índice de Confianza del Gobierno que mide Poliarquía para la Universidad Torcuato Di Tella alcanzó 1,44 puntos en abril. El valor más bajo desde febrero de 2014. Es decir que la sociedad expresa su profundo malestar, mientras sigue comprando. Puesto en la incipiente lógica Will Smith, “furia y baile”.
Más allá de que la imagen histórica será la de la bofetada al conductor y comediante Chris Rock, los rumores que dejó filtrar Hollywood atribuyen el enojo del sistema no únicamente a ese hecho, sino especialmente a la aparente diversión posterior en una de las tradicionales fiestas del Oscar, como si nada hubiera pasado. Ya está, ya descargué mi furia, ahora me meto nuevamente en mi mundo y sigo con mi vida.
Bueno, no fue tan así. Seguramente su representante no tuvo la mejor semana: los productores y las plataformas hicieron tronar los teléfonos y los proyectos futuros se postergaban, modificaban o directamente se caían. Para peor, su esposa, a la que procuró defender con una agresión que se salió de todo libreto imaginable, dijo que “sobreactuó”.
El caso Will Smith tiene muchas lecturas posibles. Quiero detenerme en la relación de lo público con lo privado. Él estaba encerrado con sus pensamientos, se levantó de la silla, produjo un hecho disruptivo a la vista de todos y regresó a la situación inicial creyendo que no habría consecuencias, o por lo menos subestimándolas. Se dejó llevar por la ira. Según la sabiduría de Séneca, el peor de todos los sentimientos, porque se apodera del ser humano cooptándolo por completo y haciéndole perder la razón.
En esta interacción de lo público con lo privado que podría estar reconfigurándose, se conjugan el impacto psíquico del confinamiento con las transformaciones subterráneas que está provocando la tecnología en el carácter de los seres humanos.
Un hecho del que alerta el filósofo francés Eric Sadin en su ensayo más reciente: “La era del individuo tirano”. Dice allí: “Todos, hoy en día, disponemos de medios que nos permiten creer que podemos compensar nuestras fallas, nuestras infelicidades, nuestros fracasos, por medio de la práctica desenfrenada de la nueva pasión contemporánea: la expresividad (…) Hay una práctica que ahora nos salva: el uso personalizado y universalizado de procedimientos dotados de una facultad catártica (…) Hemos pasado en dos décadas de la era del acceso a la era del exceso. Y esto ocurre particularmente porque practicamos, de modo regular, la enunciación pública de las propias opiniones a través de una pantalla que suministra la oportunidad de liberar la rabia, de denunciar día y noche –aunque bastante inútilmente– un cierto orden de cosas. Estas modalidades no hacen sino consolidar nuestras propias creencias y atizar las tensiones contemporáneas (…) Este espíritu tensado de la época probablemente esté llamado a tensarse todavía más después de la pandemia”.
Lo que Sadin procura advertir en su nuevo libro es el riesgo de cierta disolución de “lo colectivo”, que estaría siendo reemplazado por la multiplicación ad infinitum de individualidades fragmentadas que intervienen en lo público a lo Will Smith: “Pego y salgo”. Estos individuos “tiranos” se encierran en sus burbujas y cámaras de eco, retroalimentadas de manera permanente por los contenidos que los softwares de inteligencia artificial programan “a medida”, y solo irrumpen en la escena para expresar su descontento “por mano propia”, liberar su adrenalina y satisfacer su ego.
Extrapolando el pensamiento de este filósofo francés, podríamos decir que por ahora los argentinos están sentados en la silla, mirando el espectáculo. Se los puede ver ensimismados en su individualidad. Expresan su bronca haciendo catarsis en las burbujas tecnológicas, ya sea a través de las redes sociales, la información que procesan o las encuestas que contestan. Intervienen así en lo público, de momento, sin lograr modificarlo demasiado.
Lo que no sabemos, porque no se ve, aunque se puede intuir, es qué están metabolizando en sus mentes.
Cabe entonces preguntarnos: ¿se pararán de la silla en algún momento? ¿Lo harán dominados por la ira o guiados por la racionalidad? ¿Qué harán con su ofuscación? ¿Primará la furia o la sensatez? ¿Considerarán la cohesión colectiva o solo les importará satisfacer sus pulsiones individuales? Mientras en la profundidad se gestan las respuestas a estos interrogantes, en la superficie, se vende.
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