Beirut, imperdonable negligencia
Una inesperada catástrofe, de proporciones absolutamente inusitadas, con un saldo trágico de cerca de 200 muertes y más de 6000 personas heridas, castigó a los libaneses, además de dañar una vasta porción de los edificios de la ciudad de Beirut. Unas 2500 toneladas de nitrato de amonio –material que se utiliza esencialmente para la fertilización agrícola– depositadas en los silos de cereal emplazados en la zona portuaria de la ciudad ocasionaron dos tremendas explosiones.
Afortunadamente, la comunidad internacional ha reaccionado rápidamente en auxilio de las víctimas. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, se trasladó personalmente a Beirut, movido por los profundos vínculos sociales, culturales y económicos que unen a su país con el Líbano.
Es de esperar que la renuncia del gabinete libanés en pleno, anunciada ayer tras las multitudinarias protestas, posibilite la unión de una sociedad malherida social, religiosa y políticamente, y sumida en una ola de corrupción e incompetencia gubernamental.
No es posible que sin ningún control ni cuidados se haya almacenado en los silos portuarios semejante cantidad de un producto que puede ser altamente explosivo, tanto que en la Argentina está prohibido su uso puro desde hace diez años. Claramente no se ha tratado de un accidente, sino de una imperdonable negligencia que ha suscitado indignación en contra de las autoridades.
El Líbano, como todas las naciones, debe contar y hacer cumplir protocolos adecuados para el eficiente manejo de sustancias peligrosas, según la normativa vigente, por parte de una administración transparente. Y, desde luego, recibir el auxilio sanitario y humanitario que hoy necesita con urgencia, ayuda en la que nuestro país, como gran productor de alimentos, debiera poder empeñarse, para llevar a la práctica la declamada solidaridad.