El colapso de Afganistán
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En los últimos meses, las encuestas de opinión mostraban a los ciudadanos norteamericanos divididos casi en dos mitades acerca de la capacidad del presidente Joe Biden para conducir la política exterior de su país.
Mientras tanto, él pregonaba: “América está de regreso. Lista para liderar al mundo, no para retirarse de él. Una vez más se ha sentado en la cabeza de la mesa”. A lo largo de su reciente campaña electoral, había insistido en su vasta experiencia acumulada tras largos años de actuación en el Senado federal, cuyo Comité de Relaciones Exteriores presidió, al igual que como vicepresidente de los Estados Unidos.
Lo que acaba de suceder en Afganistán no se condice, para nada, con sus palabras. Tras 20 años de presencia militar forzada en ese país como consecuencia del ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York, los norteamericanos son ahora testigos de la arrolladora y sorprendente conquista de Afganistán por parte de los talibanes, como se llama a los integrantes del movimiento islámico fanático que, en muy pocos días, derribó por la fuerza al gobierno afgano y hoy controla férreamente el país.
A pesar de las claras advertencias previas formuladas por sus asesores militares, en el sentido de que el de los talibanes constituía un peligro vigente a tener en cuenta, Biden había garantizado que nada de lo que hoy ocurre sucedería.
Equivocadamente argumentó que, tras la muerte de Osama ben Laden y la degradación de Al-Qaeda, nada se ganaba con una presencia militar de su país en Afganistán. Sus asesores en materia de seguridad e inteligencia no lograron siquiera que los militares norteamericanos evacuaran Afganistán en un marco de relativa estabilidad. El caos desatado nos exime de mayores comentarios.
Las mujeres afganas y sus niños han quedado a merced de quienes los obligan a recluirse en sus casas, sin posibilidad siquiera de acceder a la educación. El terror se ha instalado de nuevo y muchas vidas peligran, tal como reflejan las imágenes difundidas sobre la desesperación de muchos por intentar huir a cualquier precio. Las tristes imágenes de lo acaecido en Saigón en 1975, en ocasión de la derrota norteamericana en Vietnam, se revivieron en el aeropuerto de Kabul.
La ola de desplazados afganos ya totaliza más de 250.000 personas.
El mundo observa atónito y preocupado la evolución de los acontecimientos, envuelto nuevamente por el temor de que Afganistán vuelva a transformarse en un refugio de grupos terroristas.
Entretanto, la comunidad internacional debería brindar su ayuda sin demora a través de los países vecinos para paliar las consecuencias de una crisis humanitaria cuya gravedad ya se perfila.
LA NACION