Elecciones bonaerenses: reino de impostores
Resultó bochornoso el espectáculo del cierre de listas, con candidatos testimoniales, sospechosos cortes de luz y una dirigencia sin reemplazos
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Nada retrata con mayor crudeza el deterioro de las prácticas políticas en territorio bonaerense que lo ocurrido el último fin de semana con el cierre de listas para las elecciones provinciales del 7 de septiembre.
Una vez más, asistimos al despliegue de un espectáculo vergonzante, en el que el apuro de último momento, la improvisación sistemática y la desesperación por retener poder dejaron al desnudo un sistema de partidos corroído e impermeable a las degradantes consecuencias que generan muchos de sus miembros con esos procederes.
Tanto en el oficialismo provincial peronista, ahora rebautizado con el artificioso nombre de Fuerza Patria, como en las principales agrupaciones opositoras, el resultado fue el mismo papelón: numerosos candidatos de cartulina, nombres de dirigentes repetidos que hubo que subsanar cuando la evidencia ya era patética y una coreografía de urgencias que amenaza la credibilidad de los comicios y la dignidad del proceso democrático.
Numerosos candidatos de cartulina, nombres de dirigentes repetidos y una coreografía de urgencias que amenaza la credibilidad de los comicios y la dignidad del proceso democrático es el lamentable saldo del cierre de listas bonaerense
Los cortes de luz durante la inscripción de las listas –“casualmente” ocurridos en momentos críticos de la carga digital– le brindaron al peronismo una prórroga decisiva, que fue concedida con sospechosa generosidad por la Justicia Electoral. Así, los arquitectos del caos pudieron ganar varias horas vitales para cerrar una negociación interna desbordada de tensiones, amenazas de ruptura, pases de factura y una feroz competencia por la exclusividad de la lapicera electoral. ¿Casualidad o estrategia? El beneficio fue tangible: más tiempo para que Fuerza Patria salvara un armado que estaba al borde del estallido.
Lo que se terminó presentando ante la Justicia Electoral fue un menjunje urticante de nombres reiterados, candidaturas testimoniales y dirigentes que o no asumirán si resultan elegidos o lo harán para eludir las restricciones que les impiden candidatearse para un nuevo mandato consecutivo en sus actuales cargos. Uno de los casos más escandalosos es el de Verónica Magario, vicegobernadora en funciones y postulante a diputada por la tercera sección. Pero la nómina es larga: competirán por distintos cargos la actual intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza; el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, quien se encuentra al borde del juicio oral y público en la causa en la que se lo investiga por abuso sexual; Jorge Ferraresi (Avellaneda); Mario Secco (Ensenada); Juan José Mussi (Berazategui); Diego Nanni (Exaltación de la Cruz); Mario Ishii (José C. Paz); Mariano Cascallares (Almirante Brown), todos ellos intendentes en ejercicio con mandatos hasta 2027.
Nadie puede hoy garantizar a ciencia cierta que lo que voten los electores en septiembre será respetado tres meses después cuando quienes se inscribieron como candidatos testimoniales decidan no asumir en sus nuevos cargos
El fenómeno, sin embargo, no se agota en el peronismo. También en La Libertad Avanza y en la coalición Somos Buenos Aires se repite la receta. Diego Valenzuela (Tres de Febrero) y Guillermo Montenegro (General Pueyrredón) encabezarán listas libertarias, acaso más como plataforma hacia 2027 que como genuina voluntad de legislar. En el espacio “alternativo”, Julio Zamora (Tigre), Pablo Petrecca (Junín) y Maximiliano Suescún (Rauch) siguen la misma lógica.
¿Cuántos asumirán sus cargos si resultan elegidos en septiembre? Nadie puede hoy garantizar a ciencia cierta que lo que voten los electores ese mes será respetado por esos dirigentes tres meses después.
¿Cuántos volverán a presentarse para gobernar sus distritos dentro de dos años, apelando al atajo legal de renunciar antes de mitad de mandato? Se estima que podrían ser varios, lo que configura otra estafa a quienes van a ir a las urnas de buena fe, anhelando que quienes se proponen como sus representantes realmente los representen.
Es hora de que nuestra dirigencia abandone la mezquindad cortoplacista y se haga cargo de una vez por todas de reconstruir el vínculo con una ciudadanía hastiada de promesas y mala praxis
Nada debería sin embargo sorprender si se recurre al archivo. La historia política es una sola por más que haya quienes quieran reescribirla a su gusto. Está más que claro que el kirchnerismo convirtió la candidatura testimonial en una herramienta siniestra en 2009, cuando un entonces todopoderoso Néstor Kirchner impuso esta práctica nefasta como una forma de plebiscito político, habilitando a que los postulantes no cumplieran con el mandato para el que habían sido votados. Desde entonces, esa conducta se ha naturalizado, degradando aún más el vínculo ya resquebrajado entre representación y ciudadanía.
El cuadro se agrava todavía más este año por la inquietante variable de la falta de renovación generacional en las principales fuerzas políticas. Casi no hay dirigentes nuevos, no hay cuadros de recambio ni propuestas frescas en los partidos tradicionales, mientras que en las nuevas fuerzas, como La Libertad Avanza, por la necesidad de llenar listas para las que no se tienen suficientes insumos se terminan convirtiendo en un repositorio donde colocar familiares, amigos, conocidos y hasta a los propios funcionarios.
Los partidos, atrapados en su propia endogamia, se ven obligados a reciclar a sus referentes –muchos de ellos ya agotados, desgastados o, en algunos casos, directamente impresentables– como única vía para intentar sostener algo del menguante caudal político.
La apatía, el ausentismo y la indiferencia que se vienen registrando en la escasa participación electoral durante los últimos comicios provinciales tienen una misma raíz. No se trata de que los partidos no comprenden el mensaje de las urnas que dio cuenta de una altísima proporción de ciudadanos que evitan concurrir a votar. Lo ignoran con deliberación. Prefieren persistir en prácticas tramposas y en atajos reeleccionistas, antes que asumir el reto –legítimo, sano y democrático– de ofrecer nuevas alternativas, de ensayar otras voces, de no subestimar al votante.
El cierre de listas bonaerense, lejos de ser una formalidad administrativa, fue una radiografía de la decadencia dirigencial. Un cierre, pero no solo de candidaturas, sino de ideas, la claudicación frente a principios éticos y la consagración de la falta de respeto.
No hay democracia saludable sin partidos serios, sin dirigentes responsables y sin elecciones genuinas. Es hora de que nuestra dirigencia abandone la mezquindad cortoplacista y asuma de una vez por todas el deber de reconstruir el vínculo con una ciudadanía hastiada. La política no debe consolidarse como el reino de los impostores.




