Irán: atrocidades que no cesan
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Cientos de niñas han sufrido misteriosos envenenamientos con gas en las últimas semanas en escuelas de Irán, incidentes que parecen destinados a tratar de paralizar la educación de las estudiantes. El primer caso de envenenamiento se registró a finales de noviembre en la ciudad de Qom y, desde entonces, se han repetido en numerosas escuelas de al menos 15 ciudades del país.
Decenas de alumnas fueron hospitalizadas en Teherán por un reciente caso. Al igual que ocurrió con los anteriores, las estudiantes se quejaron de dolores de cabeza, palpitaciones, náuseas y mareos.
Muchas personas sospechan en Irán que las estudiantes están siendo envenenadas en un intento por cerrar las escuelas de niñas, que han sido uno de los centros de las protestas contra el gobierno desde septiembre último.
La falta de información, la ineficacia de las fuerzas de seguridad y los dichos de las autoridades alimentan un creciente malestar entre los padres. La educación femenina no se ha puesto en duda en décadas. De hecho, el 60% de los universitarios iraníes son mujeres.
Mohammad Habibi, portavoz del Sindicato de Docentes de Irán, tuiteó el 26 del mes pasado: “El envenenamiento de alumnas, que se ha confirmado que son actos deliberados, no fue arbitrario ni accidental”. Es creciente el número de personas que creen que el envenenamiento puede estar relacionado con las protestas del movimiento Mujeres, Vida, Libertad.
Sobre esta oleada de envenenamientos, el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Ned Price, manifestó: “Esperamos que las autoridades iraníes investiguen a fondo y hagan todo lo que esté en su mano para detener y hacer rendir cuentas a sus autores”.
La obsesión con el control es absoluta; la crueldad, mayúscula; el irrespeto a los derechos humanos, generalizado. La reacción oficial es típica de un régimen que, además de ser dictatorial, se asienta en dogmas religiosos cerrados.
La persistencia y frecuencia de los casos de envenenamiento en las escuelas durante los últimos tres meses lleva a pensar que estos incidentes no pueden ser accidentales, sino el resultado de acciones organizadas, dirigidas por grupos que apuntan a objetivos específicos.
Ni el islam ni ninguna otra religión pueden servir para justificar la restricción de las libertades de las mujeres. Cuando eso ocurre, es obligación de los demás países presionar para que la situación se revierta.


