La muerte del Papa (Última parte). Saneamiento institucional y diálogo interreligioso
El fallecido Sumo Pontífice heredó una situación complicada, con inmoralidades inadmisibles, que incluyeron pedofilia y vicios financieros
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Fueron tantos los frentes que cubrió, las ideas que produjo y las actividades que desarrolló que es muy difícil hacer una descripción acabada del pontificado de Francisco. Es más, hay cosas que se entenderán dentro de muchos años.
Por ejemplo, su valioso afán por hacerse cargo de los abusos y la pedofilia. En tiempos de Juan Pablo II, estos temas no se trataban institucionalmente. Benedicto XVI comenzó a hacerse cargo y a legislar, pero Francisco fue más terminante: aplicó lo que se ha dado en llamar “tolerancia cero”. Modificó y promulgó leyes en las que hasta los obispos quedan comprometidos si no intervienen directamente en este tipo de casos. Produjo distintos protocolos que deben aplicarse obligatoriamente. Estableció procesos eclesiásticos cuidadosos, y determinó que se informara a la Justicia Civil y se colaborara con ella sin reticencias. El resultado ha sido el de un crecimiento exponencial de sanciones sumamente graves y una notable baja de casos, salvo los que salen a la luz después de muchos años de cometidos. Ha crecido en toda la Iglesia, así como en la sociedad civil, la conciencia de la malignidad de estos hechos, y se han incorporado actividades y estudios al respecto en las etapas de formación.
La purificación de las finanzas vaticanas y de sus procedimientos ha sido otra cuestión importante. Con grandes capitales de la mafia y rutas de dinero con destinos inconfesables, el papa Francisco no solo heredó una situación complicada, sino inmoralidades inadmisibles. Llegó a denunciar a personas, incluso a altos clérigos, que incurrieron en diversos delitos económicos, que luego fueron procesados. Su manera de encarar algunos temas candentes no siempre fue consultada con expertos, sino que se trató de decisiones personales. También, a riesgo de perder ganancias, cerró una enorme cantidad de cuentas de procedencia ilícita. Por lo demás, abrió la información de los trámites económicos del Vaticano y suscribió a las leyes europeas contra el lavado de dinero.
Hay asuntos que tienen que ver con criterios evangélicos y con el modo de vivir de la Iglesia, pero que afectan al mundo en general. Por ejemplo, todo lo que hizo Francisco respecto del diálogo interreligioso, algo que comenzó antes de llegar al papado, pero que profundizó y potenció ya en su pontificado. Es innumerable la cantidad de episodios, gestos y textos al respecto. Se puede señalar el olivo plantado en el Vaticano por dos líderes enemigos y el abrazo frente al Muro de los Lamentos con sus amigos argentinos judío y musulmán. Se dieron pasos enormes, como la encíclica acerca de la fraternidad humana. Ningún papa llegó a adentrarse tanto en el mundo árabe y a establecer un diálogo semejante con el islam. Y su prédica contra la guerra y a favor de la paz ha sido insistente y constante.

Sus numerosas visitas a países pequeños, poco tenidos en cuenta o sufrientes, para hacer presente el mensaje evangélico, redundó, además, en una mirada sobre el mundo global desde una perspectiva distinta, más amplia y precisa. El Papa hizo visible al planeta total, incluso corriendo graves riesgos personales; en Congo, por ejemplo, dijo que estaba en el país más rico y más empobrecido del mundo, aludiendo a la corrupción de su dirigencia y a la ambición y frivolidad del mercado de joyas.
La suma de los discursos de cada viaje resulta un corpus inmenso, de una enorme riqueza. Por ejemplo, en los campos de refugiados, rodeado de traductores improvisados que le transmitían pedidos y clamores en varias lenguas, le dijo algo a Europa: va a ser caótico, pero no se puede evitar asistir a los hermanos que sufren, estar en medio de ellos. Su apoyo a los inmigrantes fue permanente. Las conferencias de prensa en los aviones al retorno de esos viajes resultaban verdaderas exégesis, suplementos interpretativos de los viajes.
Angela Merkel visitó varias veces al Papa, a quien llegó a considerar uno de los verdaderos estadistas del siglo XXI. Le sorprendió que Francisco advirtiera sobre ciertos movimientos de la OTAN que podrían derivar en un conflicto entre Rusia y Ucrania; lo dijo un año antes de que se produjera la invasión rusa.
La encíclica Laudato si’ se publicó poco antes de la cumbre de París, donde, al cumplirse los 25 años de estas reuniones acerca del medio ambiente, se había decidido establecer por primera vez algunos procedimientos de modo vinculante. Francisco les marcó una agenda de un peso enorme. Laudato si’ resultó un documento que influyó en el mundo, fuera de la Iglesia, como pocos documentos lo han hecho.
Pocos papas han destacado tanto el papel de las mujeres y ninguno anterior ha concedido cargos del nivel de responsabilidad que Francisco les ha dado en la vida y las decisiones de gobierno de la Iglesia
Francisco ha interpretado y aplicado la apertura del Concilio Vaticano II de modo inédito por la audacia con que acometió contra la brecha existente entre cierta doctrina y la praxis pastoral. Un ejemplo de esto es la encíclica Amoris Laetitia, con las posibilidades que este documento abre para el acceso a los sacramentos a personas antes cuestionadas.
Enfrentó discretamente a los grupos más conservadores y también puso condiciones para la celebración de la tradicional misa en latín.
Sin llegar a concederles el sacerdocio a las mujeres, pocos papas han destacado tanto el papel de estas y ninguno anterior ha concedido cargos del nivel de responsabilidad que Francisco les ha dado en la vida y las decisiones de gobierno de la Iglesia.
De lo primero que se acusó al papa Francisco fue de no hablar claro, de no repetir de modo nítido las verdades de la doctrina de la Iglesia. Lo que no se advirtió en ese momento fue que estaba hablando clarísimo. Su intención, por decirlo de modo figurado, era despejar la pregunta “¿qué dice la Iglesia?”. La idea de fondo fue animar a crecer en profundidad espiritual y en madurez humana y cristiana.

Es interesante ver cómo, en la asamblea sinodal de 2024, donde se esperaba el tratamiento de muchos temas medulares y la toma de decisiones, Francisco habló del Espíritu Santo en todas sus alocuciones, señalando así que todo lo que se estaba deliberando ahí debía surgir, en cada uno, de una inspiración para el bien de toda la Iglesia. Con valentía y profundo espíritu de fe, el Papa entendió que todo lo tratado en el sínodo tenía realmente ese sello de un discernimiento en comunión, y decidió no tener una “última palabra” y publicar, como es de uso, una encíclica posterior, “conclusiva”, tomando algunas de las cuestiones formuladas en el documento final.
En un mundo y una cultura de enorme variedad, de escondidas riquezas, complejo y variable, las certezas pueden llegar a ser una tentación, y hasta un peligro, precisamente por lo dudoso del contexto, en el que los cristianos participan. El peligro del clericalismo, de sacerdotes y de laicos, tantas veces denunciado por Francisco, termina por resultar una sacralización de disciplinas y catecismos que pueden perfectamente variar, y que se anteponen al evangelio y a su espíritu. Acaso precisamente se trate de volver al evangelio del amor –el más grande mandamiento–, ese en el que el Señor nos llama amigos y nos comparte su naturaleza divina y humana. Más buenos, más simples y más libres.
Fue un papa amado por el mundo, con la capacidad de la cercanía. Incluso, a veces en la atención a cada uno, sin que se pudiera entender muy bien cómo, con su agenda cubierta, podía hacer llegar sus llamados telefónicos y sus cartas.
Francisco ha sido receptivo a las realidades del presente, reconociendo las necesidades de quienes quedan muchas veces al margen de la sociedad para cobijarlos bajo el amoroso manto de una Iglesia más dispuesta a adaptarse a los signos de los tiempos sin abandonar su magisterio.
