
La tragedia de Gaza
El objetivo inmediato de la comunidad internacional debe ser el cese del fuego y la constitución de una fuerza de paz
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Las hostilidades militares y el horror de la guerra han reaparecido en Medio Oriente. Esta vez la batalla tiene por escenario la zona de Gaza, territorio palestino. Como suele suceder, las víctimas civiles inocentes se multiplican, conformando un nuevo capítulo de una demasiado dilatada tragedia. Desde hace casi dos semanas, los bombardeos aéreos son incesantes y las columnas militares israelíes operan tenazmente en zonas urbanas. En respuesta, pese a la dureza de la invasión, los misiles Grad, presumiblemente suministrados a las milicias de Hamas por Irán, siguen volando hacia Israel.
El objetivo israelí es terminar con los incesantes lanzamientos de misiles que se realizan desde Gaza hacia su territorio. El año pasado, pese al prolongado cese del fuego acordado, unos 3200 misiles se dispararon desde Gaza contra Israel, según denunciaron autoridades de este país. Esto supone una ola continua de terror conformada por la explosión de un misil disparado sin blanco fijo, cada tres horas, noche y día, incluidos sábados, domingos y feriados, con el objetivo implícito de asesinar a cualquiera, quienquiera que sea y dondequiera que esté.
Para un Estado, que tiene el deber primordial de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, la respuesta a esta situación no puede ciertamente ser la pasividad frente a lo que el derecho internacional define como "crimen de guerra".
En el terreno, el ejército israelí destruye centros de comando y operación de Hamas, así como depósitos de municiones y explosivos ubicados, una vez más, en subterráneos construidos bajo las viviendas, escuelas, hospitales, edificios públicos y hasta templos religiosos. Los "escudos humanos" multiplican inevitablemente las víctimas civiles inocentes, pero de ninguna manera éstas pueden ser caratuladas de simples "daños colaterales", como ocurrió anteayer con el ataque perpetrado contra las tres escuelas de la ONU, acto totalmente repudiable y fuera de toda lógica y espíritu humanitarios.
Por ello, y frente a esta tragedia recurrente, el objetivo inmediato de la comunidad internacional está muy claro. Debe ser el cese del fuego. Por esto nuestro país debe apoyar sin reservas las gestiones que, en ese sentido, está realizando el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, apoyado por Nicolas Sarkozy. La mediación propuesta no debe tardar; a través de ella, una fuerza de paz conformada quizá con aportes de los países árabes moderados debería hacerse cargo de la seguridad en toda Gaza urgentemente. Sus tareas deberían apuntar a impedir que desde ese territorio se siguieran lanzando misiles hacia Israel, pero también se deberá garantizar el flujo normal de la ayuda humanitaria hacia Gaza.
Hay un segundo paso obligado. La sufrida población palestina debe poder salir del prolongado bloqueo económico a la que ha sido sometida, que ha provocado una profunda crisis humanitaria y alimentado odios y resentimientos que conducen a la desesperación. Entre los responsables de esto están también los propios dirigentes palestinos, que han consentido y utilizado a su propio pueblo como rehén.
Es hora de que la diplomacia se haga cargo de conducir el diálogo y se abandone definitivamente la violencia. Con una Palestina dividida por visiones diferentes entre Fatah y Hamas, la tarea no será para nada sencilla. No obstante, debe acometerse sin dilaciones.
A partir de allí parece necesario retomar el marco amplio del proceso de paz, hoy empantanado. Para eso, la participación y la ayuda de la comunidad internacional son esenciales. Ese camino conduce inevitablemente a la creación de dos Estados que sean efectivamente capaces de vivir en paz. Los obstáculos son conocidos; las alternativas para tratar de superarlos, también.
Es tiempo pues de que la racionalidad pueda superar al fanatismo y, paso a paso, aplacar pasiones cuya intensidad no sólo ha ahogado hasta ahora los esfuerzos en favor de una paz duradera, sino también que ha mantenido a las partes como rehenes de una situación siempre precaria, cuya continuidad es para todos peligrosa y para muchos, además, absolutamente insoportable.



