Liceos militares, historias de vida compartida
El respeto, los vínculos y los valores aprendidos en esos calificados centros de estudios son debidamente asimilados por los alumnos y perviven en los egresados, enriqueciéndolos a lo largo de los años
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Mucho se habla hoy sobre la importancia de la educación y de los valores por inculcar en la juventud para que la sociedad se desenvuelva en un entorno que promueva a través del tiempo redes de solidaridad y vínculos de entendimiento mutuo. Nadie discute el papel que les cabe en tal sentido a las instituciones que integran el sistema educativo nacional en esa desafiante tarea.
Los liceos militares, navales y aeronáutico son nueve. Aúnan características básicas comunes dentro de una diversidad de objetivos que definen su identidad. Están distribuidos por todo el país y constituyen, en verdad, colegios secundarios con estilo y naturaleza apropiados a la índole de institutos dependientes de cada una de las Fuerzas Armadas. Buscan educar al adolescente que se incorpora en aspectos morales, intelectuales y físicos, con planes de estudio comunes a cualquier establecimiento educativo nacional o provincial, más las materias específicas de la actividad de los ámbitos militares en que se insertan. Habilitan, como es natural, a la continuación de estudios en niveles superiores, tanto terciarios como universitarios. A su vez, los egresados son considerados oficiales de reserva, hombres y mujeres potencialmente aptos para integrar las fuerzas armadas en caso de necesidad nacional.
Sin embargo, durante demasiado tiempo, diferentes motivaciones impulsaron a varios gobiernos, sea por razones administrativas, políticas ideológicas o por futileza de prejuicios trasnochados, a procurar el cierre de estos liceos. Uno de los jefes de Estado Mayor General de la Armada durante los años noventa, el almirante Carlos Marrón, decía, sin segundas intenciones, que no contaba con el suficiente número de oficiales de élite como para derivarlos a las responsabilidades de conducción de liceos en desmedro de las actividades operativas de su fuerza. Otros más invocaron razones presupuestarias adversas, tan evidentes, en verdad, en las últimas décadas por las peripecias que en ese renglón han atravesado las Fuerzas Armadas.
Quien combatió sin ambages a los liceos fue la nefasta ministra de<b> </b>Defensa durante el gobierno de<b> </b>Néstor Kirchner, Nilda Garré. Con su equipo de trabajo, buscaron su cierre o transformación total
Nadie invocó argumentos pedagógicos o de resultados sobre la eficiencia de los liceos. Es bien sabido que su prestigio ha estado a la par o un renglón por encima de los colegios secundarios de primer nivel de la Argentina. Otro cantar han sido las motivaciones ideológicas reñidas con la existencia de los liceos por parte de la izquierda radicalizada. Paradójicamente estos establecimientos debieron superar en los años setenta crisis provocadas por pertenecer algunos de sus alumnos a movimientos subversivos. Es famoso el caso de los orígenes que investían algunos de entre quienes secuestraron y mataron vilmente en mayo de 1970 al teniente general Pedro Eugenio Aramburu, expresidente de facto de la Nación. Fue una demostración indubitable de que casi ninguna institución del país estaba a salvo de quienes quisieron a cualquier costo apoderarse del poder, y lo hicieron con el apoyo de regímenes comunistas, como el de Cuba, y de corrientes tercermundistas que dañaron particularmente a la Iglesia católica.
Este tipo especial de liceos existe en muchas partes del mundo y de modo ajeno a la inspiración que pudieran haber insuflado en su creación gobiernos militares. Quien combatió sin ambages a los liceos fue la nefasta ministra de Defensa durante el gobierno de Néstor Kirchner, Nilda Garré. Con su equipo de trabajo buscaron su cierre o transformación total.
Llegaron a instrumentar el llamado “Plan liceos 2010” a fin de introducir profundas modificaciones en la enseñanza por considerar que se apoyaba sobre bases inapropiadas para adolescentes. Se impugnaban, especialmente, materias que se impartían, como las de instrucción militar. También impugnaban su régimen disciplinario en el paroxismo del delirio ideológico. Era tanto como impugnar a las academias nacionales por comportarse exactamente como lo que son, academias nacionales.
No importó a quienes dejaron al país en el estado de latrocinio y de ruinas que asombra al mundo que estos institutos hayan formado a personalidades de la política como los presidentes Raúl Alfonsín o Fernando de la Rúa; o de la educación, como Avelino Porto, o de la ciencia, como Juan Martín Maldacena, el físico argentino varias veces nominado al premio Nobel, además de destacados profesionales de los más diversos ámbitos.
Precisamente, una de las críticas se fundaba en la valorización del mérito de los aspirantes a ingresar en los liceos. ¿Qué otra cosa, sino esfuerzo, perseverancia y disponer de un razonable talento puede esperarse de chicos y chicas dispuestos a ingresar a establecimiento de alta jerarquía? Desde la fundación del primero de los liceos, en 1938, el número de aspirantes superó notablemente la disponibilidad de vacantes. Cuando en las décadas de los cincuenta, los sesenta y los setenta los aspirantes a entrar eran entre 2000 a 3000, solo podían ingresar unos 200. Se los seleccionaba, como ocurre ahora, entre los más destacados por sus condiciones intelectuales y aptitudes físicas que los hicieran aptos para las exigencias de convertirse al fin de cinco años en oficiales de la reserva.
Gracias a la oposición organizada de exalumnos y padres de cadetes, finalmente, en 2017, una resolución del Ministerio de Defensa derogó el referido siniestro plan y buscó recuperar la esencia original de los liceos.
La vida cotidiana a lo largo de los años que transcurren en el interior de los liceos favorece las estrechas relaciones de camaradería y solidaridad entre compañeros. Se prolongan en el tiempo a pesar de los distintos caminos que por su actividad tomen los egresados. Esa misma solidaridad se expresa en el apoyo que brindan los antiguos cadetes a sus respectivos liceos, afianzándose de tal modo en el tiempo los lazos entre las instituciones y quienes pasaron por sus aulas. La estrecha relación con las autoridades a cargo de estos establecimientos se expresa de distintas formas, siempre con vistas a estimular la educación de las futuras promociones.
Por todo esto, no es de extrañar que el pasado 11 de octubre, al celebrarse el Día del Liceísta, el decano de los liceos, el Liceo Militar General San Martín, viera congregarse al actual alumnado y a integrantes de 82 promociones de egresados para compartir la jornada. Así también, recientemente, la promoción 23° celebró 60 años de su egreso. Unos 50 exalumnos de más de 75 años honraron juntos su historia común en una manifestación de que el respeto, los vínculos y los valores en los que maduraron perduran y enriquecen sus vidas a lo largo de los años.



