Madre y abuela
Una joven de 25 años, casada, afectada por el síndrome de Rokitansky, que se traduce como ausencia de útero entre otras características, se veía por tanto imposibilitada de gestar y cumplir su deseo de ser madre biológica. Ese anhelo era compartido por el esposo, ya que ambos hicieron explícita su voluntad procreacional.
La madre de la joven, de 50 años por aquel entonces, ofreció prestar su vientre para implantar el embrión de la pareja, fecundado in vitro, hasta dar a luz al bebé. Una vez producido el nacimiento, el hasta entonces concebido pero no nacido –nasciturus, como lo define el derecho constitucional– pasaría a ser su nieto.
Ambos padres y la gestante por subrogación se presentaron ante un juez de familia de Rosario, manifestando la pareja su voluntad de ser padres y ratificando la madre el ofrecimiento de su vientre en subrogación para que su hija cumpliera su deseo de tener un bebé. Un auténtico acto de amor.
La autorización judicial, que fue acertadamente otorgada, se imponía, pues si bien nuestra ley respeta la voluntad procreacional de los padres genéticos del embrión, también establece que la mujer que da a luz es la madre del bebé. Las tres partes intervinientes en la gestación por subrogación expresaron ante la autoridad judicial, de manera libre e informada, su voluntad de acceder a la maternidad por esta vía y la conformidad para que el hijo por nacer se inscribiera como propio de la pareja de padres genéticos.
Así lo decidió el tribunal, que dispuso adicionalmente la obligación para los padres de informarle al hijo sobre su origen gestacional cuando adquiriera la edad y el grado de madurez suficientes.
Lo especial del caso hace que la resolución judicial se considere un acierto, en ausencia de los obstáculos que justificarían ser extremadamente cautelosos en esta materia si en lugar de un acto amoroso entre familiares se planteara una negociación espuria o el simple tráfico de niños.