No jugar con fuego
Honrar los 40 años de democracia es también reconocer que urge renovar una dirigencia que nada tiene para ofrecer en bien de la República
No estamos en el mejor de los mundos, y menos con la demolición de Ucrania por este Putin desorbitado, un Hitler de los tiempos modernos a quien es preciso detener.
No entendemos a Putin por el principio de razón, pero tampoco entendemos a las masas que se manifiestan en las urbes de Francia, poco menos que enloquecidas, a raíz de la norma por la que el gobierno de Macron ha resuelto elevar de 62 a 64 años la edad jubilatoria. ¿Se sienten, acaso, los franceses revoltosos a esa edad como se sentían sus padres, o peor, sus abuelos, en tiempos en que la edad promedio de vida no sobrepasaba los 50 años y, quienes tenían 60, eran considerados ancianos?
Las sociedades no quieren hacerse cargo de que los beneficios de extensión del promedio de vida hasta los largos 70, y en algunos casos, 80, colapsa los sistemas nacionales de seguridad social e imposibilita el orden fiscal de los Estados, si no se modifican las reglas y convenciones sociales del pasado. Menos lo entienden los sindicalistas argentinos que acaban de pedir, con máxima irresponsabilidad, la reducción de las horas de trabajo en un país devastado por los políticos y los gremialistas que ayudaron a encumbrar a ese irresponsable e inútil binomio presidencial que ha perseverado desde el primer día en demoler el Estado y agrandar el gobierno, pero para beneficio exclusivo de la tropa adicta.
Si se quiere honrar de verdad, para los 40 años de democracia continuada que se conmemoran este año la consigna debe ser de más trabajo y más horas de estudio, y no menos, porque la restauración del país, a partir de las ruinas en que lo deja el kirchnerismo, no puede hacerse a costa de pedir a otros que hagan el esfuerzo que nos negamos nosotros a realizar. Para decirlo de modo cacofónico: sobra desfachatez y falta sensatez.
Es verdad que por 40 años nos hemos encontrado a salvo de los golpes de Estado que interrumpían la continuidad institucional de la Nación, pero alguien deberá cargar con la injusticia histórica de que quienes derrotaron con métodos brutales a la subversión autora de terribles crímenes que debían detenerse fuego con fuego, pero también con la fuerza de la ley, han sufrido injusticias inadmisibles: cárcel por largos años sin procesos ni condenas, cientos de muertos en los lugares de detención, aplicación del Tratado de Roma con posterioridad a los delitos cometidos, o sea, retroactividad de la ley penal, violación del principio de cosa juzgada, y demás garantías y derechos humanos también vulnerados.
La oposición deberá fijar posiciones sin las evasivas vergonzosas de estos años
La oposición deberá fijar posiciones en estos temas, sin complejos, con franqueza, sin las evasivas vergonzosas de estos años, y pedir explicaciones de cómo es posible que en la democracia ocupen altos cargos públicos quienes han sido autores de actos de terrorismo que acabaron en su tiempo con la vida de miles de inocentes. Solo la verdad nos hará libres; no hipocresías como la de pretender responsabilizar a organismos financieros internacionales por nuestra decadencia, en lugar de apartar de una vez por todas con el voto a quienes han sido inútiles para gobernar porque han vivido con pies fuera de la tierra y manos dentro de las bolsas.
Celebremos los 40 años de democracia, pero convengamos que con la democracia no se come. La desigualdad, el crecimiento de la pobreza y la estabilidad del índice de ingresos per cápita desde 1974 nos colocan con Venezuela en los lugares de más retraso en América Latina, y entre los cuatro o cinco peores en el mundo.
Celebremos los 40 años de democracia con el compromiso de cerrar el abismo existente entre el fenómeno político surgido con la elección de Néstor Kirchner en 2003, y su constelación de cómplices y beneficiarios a cualquier costa a cargo del resto de la sociedad formal, y por otro, la vasta muchedumbre de argentinos que trabaja, estudia y observa con desaliento las perspectivas cada vez más magras que el país puede ofrecerles para el crecimiento personal y el ahorro.
Celebremos los 40 años de democracia con la voluntad de reconstruir la Argentina con la participación de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, pero sabiendo que, como vamos, penetraremos en encrucijadas cada vez más penosas. Que urge un cambio en muchos órdenes esencial: los dos primeros, el de la seguridad personal perdida porque el Estado abandonó su deber de prevenir la violencia haciendo uso, si es necesario, de la coacción por la fuerza, y el otro, el de la inflación que destruye el valor de la moneda y hunde al país en la zozobra diaria y la imprevisión, antesala del caos.
Celebremos los 40 años de democracia, pero sin temor a descalificar, en los términos más severos, a irresponsables como ese sindicalista de la industria automotriz que llamó a confiscar la soja de los productores que no vendan hasta el último gramo de lo cosechado en la sequía más grave de los últimos cien años. Nada se puede reconstruir con dirigentes propensos a violentar la propiedad privada y la decisión de vender según los cálculos de tiempo oportuno en cada tipo de producción, que ahuyentan las inversiones sin las cuales la recuperación de la nación sería en el mejor de los casos lenta, y hasta tardía, y desconocen los derechos del único contrato que mantiene, mal que mal, unidos a los argentinos: la Constitución nacional.
Nada se puede reconstruir con dirigentes que desconocen el único contrato que nos mantiene unidos: la Constitución
Celebremos los 40 años de democracia, pero sin ocultar o decir con ambigüedad que urgen cambios estructurales sustanciales en la Argentina: que la educación sea conducida por docentes enamorados de su noble tarea y no por sindicalistas incapacitados para dictar una sola clase de las que se imparten entre los cientos de horas que se pierden y atrasan la educación de nuestros chicos y jóvenes, últimos entre los últimos en las pruebas comparativas internacionales de conocimientos adquiridos. Que las leyes laborales sean ecuánimes, eviten la industria del juicio y contribuyan a elevar el concepto de que el trabajo dignifica mucho más que las migajas de planes sociales que han originado la aparición de una nueva casta de burócratas e intercesores a costa del Estado, o sea, en definitiva, del resto de la población que paga sus impuestos.
Celebremos la democracia, pero advirtiéndole a la oposición que había encendido una luz de esperanza en medio de la espesura de oscuridad en que la sumió la casta tan prevaleciente hasta aquí en el siglo XXI, que no juegue con fuego. Que es intolerable tanta liviandad de su parte, tanta pérdida de tiempo en conflictos que nada aportan a la sociedad. Que deben acordar una unidad suficientemente firme para hacer posible un liderazgo confiable, y no trepidar en el apartamiento de advenedizos que nada constructivo aportan a la seriedad que la hora exige, a las expectativas electorales que trasuntan las encuestas de opinión, y a la exposición de ideas claras sobre lo que cabe realizar con un cambio de gobierno.
Celebremos la democracia, con la voluntad de apartar democráticamente de los dominios políticos a quienes ya nada tienen para ofrecer en bien de la República, uniéndonos a fin de encender una nueva ilusión, y no un fuego que termine por destruir lo que aún queda en pie de lo que la Argentina fue.
Gracias, gobernador Gildo Insfrán, porque sus palabras en principio lamentables por la procacidad con la que se refirió a los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, por la osadía de haberlas dicho con ocultamiento de que recibe de la Nación 93 de cada 100 pesos que gasta en su provincia, permite identificarlo como el político atroz, nefasto y retardatario, solo comparable con la dupla presidencial de la que debemos desembarazarnos el 10 de diciembre.
Nunca más, Argentina, con políticos de esa calaña.