¿Nos importa la educación?
La desinversión en materia educativa y la falta de debates sobre este tema en el Congreso dan cuenta de una de nuestras más devastadoras contradicciones
LA NACIONEn los últimos 15 años, el acceso de jóvenes a trabajos de calidad se redujo, según reporta el movimiento Argentinos por la Educación. En el mismo lapso, por falta de inversión, el Estado acumuló una deuda de 3,4 billones de pesos con la educación, equivalente a un 5% del PBI de 2020, casi un año de inversión que debería pagarse lo más rápido posible. La obligación legal de destinar el 6% del PBI a estos fines, fijada por la ley de financiamiento educativo propuesta por el oficialismo actual en 2005, se cumplió solo en los años 2009, 2013 y 2015, pero ya ha vuelto a ser una entelequia en la que gobiernos de distinto signo siguen coincidiendo.
La situación se ve agravada por la ausencia de una adecuada planificación educativa, que contemple una asignación eficiente de los escasos recursos disponibles, como lo demuestra la creación de 17 universidades nacionales, atendiendo fundamentalmente a los intereses ideológicos y al amiguismo partidario.
De cada 100 estudiantes que comienzan la escuela primaria, apenas 16 terminarán el secundario en los tiempos previstos, pero eso no es noticia para las autoridades gubernamentales. Tampoco, los bochornosos resultados de los alumnos en distintas evaluaciones educativas. Sí lo es que semanas atrás una maestra de Necochea fuera atacada por la madre y el hermano de una alumna de quinto año que había desaprobado por tercera vez una evaluación, episodios que se repiten en un escenario convulsionado por un principio de autoridad erróneamente cuestionado. El repudio hacia la agresión movilizó a los gremios docentes con suspensión de clases en todos los niveles del distrito. Lamentablemente, la subversión de valores conduce a estos inconcebibles episodios cuando la autoridad docente pretende sensatamente imponerse a la sinrazón de una familia. Pero no se escuchan esas voces reclamando, por ejemplo, ante el incumplimiento de pago de la millonaria deuda educativa.
La paradoja contempla también que mientras la cantidad de proyectos presentados y no sancionados en la última década creció, la sanción de leyes ligadas al plano educativo cuantitativamente bajó. Así surge del reporte del Observatorio Hacer Educación de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, que analizó los últimos 40 años y pone el acento en la importancia de transformar el sistema educativo, la ciencia y la tecnología. Aunque hubiera sido deseable, nadie podía esperar que la cuestión educativa fuera la excepción en medio de la vertiginosa y vergonzosa caída de la producción legislativa en el último año.
Los enormes cambios que el sistema educativo requiere para responder a los tiempos demandan consensos que superen el lapso de una gestión gubernamental. Los estériles e insuperables enfrentamientos que han caracterizado al Congreso llevaron a que, en los últimos años, de 531 proyectos educativos presentados solo se sancionaran tres. Es evidente que los legisladores no logran ponerse de acuerdo detrás del carro que debieran priorizar. Se trata de uno de los efectos de la pasmosa degradación democrática y de la inexistencia de suficiente conciencia sobre la gravedad de la emergencia educativa y sus consecuencias.
Peor aún, para muchos personajes identificados con el kirchnerismo, como el dirigente Juan Grabois, la educación puede ser estigmatizante a juzgar por la caterva de gruesos insultos que profirió estos días al aire a una periodista de vasta trayectoria, entre los cuales no faltó el despectivo calificativo de “educadita”.
Educar es promover el desarrollo de las personas. Es alimentar su curiosidad tanto como su pensamiento crítico. Es brindar herramientas para construir la propia dignidad a partir del trabajo y el esfuerzo, premiando el mérito. Es favorecer la equidad y la inclusión, así como la inserción en un mundo que demanda habilidades y destrezas que el viejo sistema educativo ya no brinda.
¿Qué sería de los populismos si los pueblos experimentaran las mieles de una educación de calidad? ¿Y qué sería de los dirigentes que construyen poder a partir de la ignorancia de sus hambrientos acólitos? Todo lo que hagamos en favor de la educación sabrá a poco. Si no hemos podido hasta ahora siquiera saldar la millonaria deuda por años de desinversión, ¿cómo podríamos pensar en aumentar los recursos que destinamos a formar a nuestros niños y jóvenes? Estamos ante una más de nuestras graves contradicciones; tal vez la de efectos más devastadores y la que nos plantea uno de los desafíos más complejos. Debemos exigir que las plataformas electorales contemplen estas cuestiones y que los compromisos en este terreno sean irrevocables. Sin educación no habrá futuro. ¿Será que a alguien le importa?
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