Operaciones y jugadas políticas nauseabundas
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Así como Cristina Kirchner se mantuvo al margen de muchas de las causas seguidas a varios funcionarios de su entorno, se involucró de manera expresa en la que señalaba a su principal ministro al frente del Ministerio de Planificación, Julio de Vido, acusado por cobro de millonarias coimas. Tanto es así que participó en las acciones que comprometieron a otros para defenderlo. En 2017, “la jefa” le soltó la mano.
El celular de Roberto Baratta, exsecretario de Control y Coordinación del Ministerio de Planificación, hombre de estrecha confianza de los Kirchner, sigue dando que hablar en la denominada causa de los cuadernos. Cabe recordar que Baratta era el jefe del remisero Oscar Centeno, autor de las anotaciones que dieron origen a la causa, a quien siguió ligado luego de su salida del Gobierno, lo que confirma la confianza que los unía. Herramientas tecnológicas permitieron acceder a nuevas pruebas almacenadas en su celular en poder de la Justicia. Los cruces de mensajes y chats, en tiempos de millonarias recaudaciones, cuyo fin era evitar la detención del todopoderoso exministro, se volvieron irrefutables pruebas de cómo buscó incluso presionar a un fiscal para evitar la detención de su jefe. Surge de esos registros recuperados que también conocía la existencia de los cuadernos desde más de un año antes y que tanto De Vido como su esposa, Alessandra Minnicelli, intercambiaban jugosa información e instruían a Baratta, principal recaudador de sobornos, sobre distintas cuestiones.
En la causa por la tragedia de Once, los esfuerzos por inculpar como único responsable penal al maquinista Marcos Córdoba permiten hablar de una verdadera conspiración político-judicial por exculpar a los secretarios de Transporte del kirchnerismo, Juan Pablo Schiavi y Ricardo Jaime, así como a Sergio Cirigliano, uno de los dueños de la empresaTBA. No obstante, todos fueron condenados por estrago culposo agravado y administración fraudulenta contra el Estado.
Salen a la luz, además, las instrucciones de De Vido a Baratta para atacar al entonces ministro Juan José Aranguren por las subas de tarifas, a Elisa Carrió, al senador Eduardo Costa y al exinterventor en la mina de Río Turbio, Oscar Zeidán, y al fiscal Carlos Stornelli. También, la instrucción de atacar a Darío Lopérfido cuando renunció tras declarar que no fueron 30.000 los desaparecidos; o a Guillermo Dietrich, ministro de Transporte de Macri, cuando De Vido se sintió insultado por él.
En el referido celular se detectaron intercambios sobre cuestiones de corrupción transnacional, como el caso Odebrecht, o ligados a manejos de Vialidad tendientes a deslindar responsabilidades penales y habilitar salvoconductos para la expresidenta y sus funcionarios.
Periodistas y operadores afines, como Roberto Navarro y Horacio Verbitsky, entre muchos otros, recibían “primicias”, indicaciones o consultas sobre las repercusiones de tal o cual información o pedidos de difusión de falsas acusaciones como ocurrió con Ramón Mestre.
“Como me dijo Berlusconi, que no salpique….viste el padrino, vos?”, consultaba De Vido al secretario. Quedó registrado en los chats que Baratta manejaba trolls, que castigaban a sus víctimas desde cuentas apócrifas de Twitter.
Mensajes cargados de seudónimos, palabras encriptadas y secretos aún por descifrar dejan mucha tela para cortar. En la mercería del kirchnerismo, nadie sabe adónde puede conducir tirar del hilo correcto. Las evidencias confirman –una vez más– el material del que están hechos los Kirchner y sus adláteres.
Expertos en juego sucio, un celular se ha vuelto apenas un instrumento más en una larga lista de incontrastables evidencias. Otro llamado de atención que los ciudadanos y la Justicia debemos atender.
LA NACION