Terminar con el cepo a las carnes
Pese a las reiteradas advertencias de la historia y los llamados de atención de cuantos conocen el comercio de carnes, el Gobierno volvió a equivocarse este año al imponer un cepo a la exportación de carnes junto con la prohibición de exportar siete cortes populares.
No tienen arreglo los nuevos daños infligidos a la economía productiva, a través de uno de los sectores esenciales por magnitud y dinamismo, y a las finanzas nacionales. Estas desesperan por la vulnerabilidad que representa la pobreza de divisas de libre disponibilidad en manos del Estado. El lucro cesante para la Argentina ha sido de más de 700 millones de dólares.
El Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina informa que, en 2020, el país colocó en el exterior 897.464 toneladas de carnes bovinas por US$2709 millones. Este año, estimaciones del propio Gobierno indican que se exportarán 779.376 toneladas, el 87% de las ventas de 2020.
Como si fuera fácil conquistar mercados, y no la ardua tarea de años de negociación y de una acrisolada confiabilidad a lo largo del tiempo, la Argentina ha debido resignarse a que Uruguay la desplace en 2021 del segundo lugar que ocupaba en las ventas del rubro a China, país de incesante crecimiento como importador.
El falaz relato oficialista dice que el “cepo no existe”. Existe y se prolongará en los términos actuales hasta el 31 de diciembre próximo por lo menos. En sucesivos pasos, en sí mismos contradictorios, el Presidente anunció el 17 de mayo a la industria frigorífica el cierre completo de las exportaciones por 30 días, exceptuando cuotas arancelarias asignadas al país por Europa y los Estados Unidos.
Esa medida debía expirar el 23 de junio, pero fue prorrogada. Más tarde, el Gobierno aceptó, en medio de enérgicas protestas por lo módico de la revisión, el envío de 3500 toneladas a Israel y la faena de 140.000 vacas viejas con destino a China. Obsesionado con todas las subas que pudieran producirse en los alimentos en plena campaña electoral, no en cuanto a las distorsiones suscitadas por la dilapidación de fondos públicos, el Gobierno se atuvo a un índice anacrónico sobre lo que comporta la carne bovina en la canasta de gastos de los hogares.
Según estadísticas del Indec referidas a la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, la carne bovina participa en el 5,45% de tales gastos hogareños. Las restricciones a la exportación se hicieron con olvido de los cambios trascendentales que han ocurrido en las últimas décadas. Estudios de instituciones relevantes establecen que la Argentina ha descendido hace ya décadas del primer puesto en el podio de los mayores consumidores de carne bovina en el mundo. Que ha bajado de 80 kilos anuales por persona a unos 50 kilos, y algo menos, pero ha subido de manera notable en la ingesta total de proteínas de origen animal, que incluye aves y cerdos.
En 2021 el consumo de carne aviar se cerrará con 20 kilos más por persona que en 1970. Hace 50 años, apenas, se consumían 8 kilos de esa carne. Otro tanto ha sucedido con la porcina, cuya presencia en la gastronomía se ha potenciado hasta representar a esta altura 15,7 kilos año/persona.
El Ministerio de Agricultura hizo llegar a entidades agrarias un documento del que se desprende que mantendría el actual esquema administrado para 2022, pero dejaría sin restricciones las ventas a Chile, que hoy están cuotificadas en el 50%. Ofrece también “garantizar las exportaciones de cuota Hilton, 481, EE.UU., Israel, Colombia y Chile, así como también la exportación de un millón de vacas y toros categorías D y E”, y generar una línea de crédito para fomentar la ganadería a tasas bonificadas.
Corresponde al Gobierno levantar a la máxima brevedad las restricciones a la exportación de carnes bovinas. Mal podrían considerarse un elemento disuasorio para hacerlo los aumentos de los últimos días en la venta de ganado en pie cuando tantas razones convergieron para impulsarlo: desde el faltante de suficiente hacienda terminada hasta las cámaras frigoríficas vacías y, como bien se ha señalado, el espejismo creado por una demanda estimulada por el dinero fácil del “plan platita”.
Fue un plan que no sirvió para ganar elecciones, pero sí para atenuar por días los efectos inmediatos de un desgobierno que pronto se hará sentir con nueva intensidad si no se palían los efectos de una política económica tan extraviada como desconcertante desde hace ya dos años.