Venezuela: el ejemplo de Barinas
El triunfo de la unidad opositora en el estado venezolano de Barinas, con Sergio Garrido como candidato, se irguió por sobre todo el aparato del Estado chavista. Como es su costumbre, el régimen no se detuvo en cuestiones éticas: no faltaron las amenazas de todo tipo, la censura a medios y periodistas o la reubicación de electores y mesas de votación a última hora. Puso en práctica todas las estrategias que le han servido en las pasadas elecciones para torcer resultados, pero que en esta ocasión no le resultaron favorables. En parte, fracasó el oficialismo porque esta vez los opositores se organizaron realmente para vigilar el voto, reclamar y denunciar.
Con esta derrota, el chavismo perdió uno de sus feudos emblemáticos, a pesar de haber movilizado masivamente a militares, ministros y dirigentes nacionales bajo el inocultable amparo del Palacio de Miraflores. Por más que los seguidores del régimen dictatorial de Nicolás Maduro intentaron minimizar la derrota por tratarse de una elección regional, la magnitud de la ventaja, su contundencia y significado no les permitieron alegar desconocimiento frente a sus rivales.
El resonante triunfo electoral ha terminado por consolidar la certeza de que, votando y manteniendo unida a la oposición, se obtienen resultados favorables. De haberse mantenido fragmentada, el régimen de Maduro hubiese cosechado una nueva victoria en detrimento de las atomizadas fuerzas opositoras. Barinas se convirtió en la principal referencia reciente de lo que pueden hacer las fuerzas opositoras cuando se agrupan en torno a un candidato, una plataforma organizada y un programa único.
El ejemplo del comportamiento de la oposición en las recientes elecciones de Barinas debería ser tenido en cuenta también por los principales referentes de la coalición opositora al gobierno de Alberto Fernández. Su triunfo en las elecciones legislativas del 14 de noviembre último, lejos estuvo de traducirse en una oposición efectiva y creativa. Lo primero que se observó fueron peleas por cargos, por despachos en el Congreso y otras cuestiones ajenas a las necesidades de un país en crisis.
Tanto desde el binomio Fernández-Fernández como desafortunadamente también desde la propia oposición intentan debilitar y enemistar a la coalición opositora. La responsabilidad de sus desencuentros y divisiones, sumada a la consiguiente falta de liderazgo, surge en muchos casos por anteponer ambiciones puramente personales a los graves y acuciantes problemas que padece la sociedad argentina.
Mientras la oposición no supere estas limitaciones y construya una unidad robusta, la ciudadanía que los acompañó con su voto se verá nuevamente frustrada y la necesaria alternancia en el poder estará, una vez más, amenazada. En la unidad de la oposición radica la única fuerza capaz de poner coto a los desmanes oficialistas.
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