Boko Haram les puso bombas en el cuerpo, pero lograron escapar
Chicas adolescentes relatan cómo evitaron ser usadas como atacantes suicidas en Nigeria
MAIDUGURI, Nigeria.- Las chicas no querían matar a nadie. Caminaron un rato en silencio, con el peso de los explosivos sujetos a la cintura que las empujaba hacia abajo, mientras palpaban los detonadores con los dedos y trataban de pensar una manera de escapar.
"No sé cómo sacarme esto de encima", recuerda haber dicho Hadiza, de 16 años, al salir rumbo a su misión. "¿Qué piensan hacer con las de ustedes?", le preguntó a una chica de 12 años que estaba a su lado, también con una bomba sujeta al cuerpo. "Me voy a alejar hasta quedar sola y me voy a hacer explotar", respondió la chica, desesperada.
Todo ocurría a gran velocidad. Este año, después de ser secuestrada por Boko Haram, Hadiza fue increpada por un combatiente del campo donde la tenían presa. Quería "casarse" con ella. Hadiza lo rechazó. "Te vas a arrepentir", le dijo el miliciano. Un par de días después, la llevaron frente a uno de los líderes de Boko Haram, que le dijo que la enviarían al lugar más feliz que ella pudiese imaginar. Ella pensó que la mandaban a su casa. El hombre hablaba del paraíso.
Hadiza recuerda que fueron a buscarla de noche, que traían un cinturón suicida y se lo ataron a la cintura. Junto con la chica de 12 años, los combatientes las mandaron a pie a detonar las bombas en un campo para civiles nigerianos que habían escapado de la violencia que Boko Haram le ha infligido a la región. "Sabía que iba a morir y que también iba a matar a otra gente", recuerda Hadiza. "No quería eso."
El nordeste de Nigeria se encuentra en guerra con Boko Haram desde hace ocho años y se ha convertido en un lugar donde les tienen miedo a sus propias chicas. En lo que va del año, los milicianos llevaron a cabo más del doble de atentados suicidas que en 2016, y la cuenta sigue.
Según Unicef, más de 110 chicos fueron usados como atacantes suicidas desde comienzos de este año, y por lo menos 76 eran mujeres, en su mayoría menores de 15 años. Una de ellas se voló a sí misma con un bebe sujeto a su espalda.
El uso de chicos se volvió tan aterradoramente frecuente que en las zonas donde opera Boko Haram las autoridades les advirtieron a los ciudadanos que estén atentos a la presencia de chicas con explosivos. Aquí, en Maiduguri, ciudad natal de Boko Haram, un inmenso cartel llama a "frenar el terrorismo" con la imagen de una chica de ceño fruncido y ojos enfurecidos que tiene explosivos sujetos al pecho y el detonador aferrado en la mano.
En una serie de entrevistas con chicas que fueron enviadas en misiones suicidas por Boko Haram, todas ellas relataron cómo los milicianos armados les sujetaron por la fuerza cinturones explosivos alrededor de la cintura, o granadas en las manos, para luego empujarlas en medio del gentío. A la mayoría de ellas les decían que la religión las obligaba a cumplir esas órdenes. Y todas ellas se resistieron y evitaron el atentado rogándoles a ciudadanos comunes o a las autoridades que las ayudaran.
Barbarie
Aisha, de 15 años, huyó de su hogar con su padre y su hermano de 10 años, pero fueron capturados por Boko Haram. Los terroristas asesinaron a su padre y poco después Aisha vio cómo le ataban una bomba a su hermano y lo subían a una moto junto a dos milicianos. Más tarde, los hombres volvieron exultantes, sin el chico. Aisha escuchó que su hermanito había hecho volar una barraca llena de soldados.
Al igual que otras chicas, Aisha dijo haber pensado en caminar hasta un lugar aislado y apretar el detonador, para no lastimar a nadie más. Pero Aisha decidió acercarse a unos soldados y los convenció de que le retiraran con cuidado los explosivos del cuerpo. "Les dije que mi hermano había estado ahí y que había matado a algunos de sus hombres", recuerda Aisha. "Mi hermano no tenía edad de entender que no debía hacerlo. Era apenas un chiquito."
A Amina, de 16 años, le dijeron que hiciera volar a los fieles reunidos en una mezquita, pero al acercarse a la multitud divisó a su tío, que la ayudó a salvarse.
A Hajja, de 17 años, los milicianos le indicaron que esperara hasta encontrar una gran concentración de civiles, pero que si primero encontraba a uno o dos soldados solos, apretara de inmediato el detonador. Por el contrario, ella se cruzó con un soldado y le mostró la bomba. El soldado la llevó hasta un campo abierto y allí pudo retirar con cuidado los explosivos.
Fati, de 14 años, formaba parte de un grupo de otras nueve chicas, todas enviadas en distintas direcciones a atacar blancos diferentes. Fati caminó hasta una estación de policía a pedir ayuda, sujetando el bolso con explosivos que le habían dado los terroristas. Los policías se espantaron y salieron corriendo, recuerda Fati, pero finalmente volvieron y le pidieron que dejara el bolso en un descampado y se alejara.
Maryam, de 16 años, dice que la ayudó un hombre que encontró durmiendo debajo de un árbol. El hombre le pidió que se mantuviera a distancia, para poder interrogarla y asegurarse de que no tenía intenciones de hacerlo volar por los aires.
Para ellas, como para tantas otras chicas, incluso acercarse a las autoridades para pedirles ayuda era sumamente peligroso. Los soldados y los puestos de control están en alerta roja a la espera de cualquier sospechoso, y por lo general eso significa de cualquier mujer o niña, que como en su mayoría usan largas túnicas y echarpes pueden esconder explosivos entre sus ropas. Según las Naciones Unidas, tan sólo en los últimos tres meses de 2016, 13 chicos de entre 11 y 17 años fueron asesinados tras haber sido confundidos con atacantes suicidas.
Al igual que Hadiza, la mayoría de las chicas entrevistadas dicen haber sido usadas como atacantes suicidas después de haberse negado a casarse con un miliciano. Hace años que los milicianos de Boko Haram fuerzan a las chicas a "casarse", un eufemismo para violarlas y, a veces, embarazarlas.
Muchas otras chicas corroboran el relato de Hadiza y dicen que los milicianos les prometían el paraíso a cambio de apretar el detonador. Cuando Hadiza y la niña de 12 años se acercaron a un puesto de control, tuvieron miedo de la reacción de los soldados. Hadiza le dijo a la otra chica que esperara junto a un árbol, a una distancia prudencial, mientras ella les explicaba la situación a los soldados. Hadiza sabía que la chica menor despertaría sospechas, porque era demasiado pequeña para andar caminando por el descampado sin sus padres.
Los soldados les creyeron y ayudaron a ambas a sacarse los cinturones explosivos antes de separarlas para interrogarlas individualmente. Luego Hadiza fue enviada al campo para desplazados. Sigue sin saber dónde está su madre, ni si siquiera está viva. Pero un par de semanas después de su llegada, su padre se apersonó en el campo. Cuando Hadiza le contó lo que le había pasado, el hombre gritó de horror y de alivio.
"Papá nunca me rechazaría", dice Hadiza. "Estaba realmente feliz de haberme encontrado con vida."
Dionne Searcey, The New York Times