Cayó el apartheid, pero no las desigualdades
Crear una vasta clase media de origen negro y rescatar del atraso a las grandes mayorías es un desafío aún pendiente
JOHANNESBURGO.- Elvis Mudeba es zulú, maneja un taxi y habla nueve lenguas, aunque con sus amigos prefiere hacerlo en sutu. Se despierta muy temprano para realizar sus primeros viajes, mientras su esposa, empleada doméstica, parte hacia su trabajo. Curiosamente, Mudeba se pasó este año de una empresa de taxis con patrones negros a otra de dueños blancos, “porque está mucho mejor organizada”, un comentario que refleja la nueva encrucijada en esta Sudáfrica con un gobierno de mayoría negra.
Hoy, el gran desafío del país es crear una amplia clase media de extracción negra.
La asunción al poder de Nelson Mandela, en 1994, trajo para Mudeba y para millones como él una esperanza. Tres años después, esa esperanza sigue intacta, aunque ya todos saben que el bienestar no llega de la noche a la mañana.
La elección de Mandela, el gran luchador por la igualdad racial, fue el eslabón final de una cadena de hechos cuyo impacto en el país puede compararse con la caída del muro de Berlín, en Alemania. Una cadena que fue iniciada en febrero de 1990 por el presidente Frederik De Klerk y que llevó al desmantelamiento total del apartheid, tras casi medio siglo de segregación, dos décadas de sanciones económicas y un progresivo aislamiento internacional del régimen de minoría blanca.
Al histórico gesto de De Klerk de poner fin a la segregación racial le siguió un ciclo en el que Sudáfrica se reinventó a sí misma, con una nueva bandera, otra Constitución y el establecimiento de pautas que tratarán de moldear en el futuro una sociedad multirracial y multicultural.
La tarea que le esperaba a Mandela no era fácil: primero, reconciliar el país luego de la hostilidad y la violencia; segundo, redistribuir los frutos de la economía para tratar de corregir los enormes desequilibrios creados por el apartheid, que sumieron en el atraso a la mayoría de la población negra.
Disparidades que saltan a la vista: ciudades del Primer Mundo, con los mayores avances tecnológicos, rodeadas de villas miseria donde faltan los servicios esenciales y conviven desempleados, granjeros empobrecidos y delincuentes comunes. Disparidades expresadas en cifras: un estudio de la UN sobre desarrollo humano, de 1994, indicaba que la Sudáfrica blanca estaba en el puesto 34 entre los países del mundo, junto con España, Hong Kong y Grecia; en cambio, la Sudáfrica negra estaba en el puesto 123, junto con Congo y Camerún.
Comienzo con contratiempos
Las reglas establecidas para las elecciones de 1994 crearon un gobierno de unidad nacional integrado por el Congreso Nacional Africano (CNA, de Mandela) y el Partido Nacional (PN, de De Klerk), que asegurara una transición fluida.
El PN se alejó del gobierno en 1996 para pasar a la oposición, con vistas a las elecciones generales de 1999.
De la mano de sus aliados, el Partido Comunista y la central sindical Cosatu, el CNA impulsó un plan económico que puso énfasis en la redistribución para paliar las necesidades de la mayoría postergada: empleos, tierras, viviendas, agua, electricidad, salud y seguridad social. Pero el lento crecimiento de la economía (del orden del 3 por ciento anual) hizo que las expectativas superaran con creces los resultados.
El golpe de timón llegó con la estrategia denominada GEAR (Growth, Employment and Redistribution), que hace hincapié en la producción, el libre mercado y la lucha contra la corrupción, también un flagelo en estas latitudes.
El plan, que provocó las primeras grietas en la alianza del CNA con el PC y la Cosatu y la aparición de las primeras protestas gremiales, busca solucionar un problema acuciante: el desempleo. Porque si bien el desmantelamiento del apartheid trajo la anhelada igualdad de oportunidades, en la práctica el ingreso de los negros en el gran circuito económico ha sido limitado, por las desventajas acumuladas durante años de una educación diferenciada que los relegó y la falta de entrenamiento laboral. Los analistas estiman que corregir esto llevará aún bastante tiempo -algunos hablan de más de una generación- y que la mejor receta no está en la "acción afirmativa" (affirmative action), emprendida por el gobierno para beneficiar a los negros en el acceso a los empleos, sino en el éxito de la nueva política educativa igualitaria.
De luchadores a accionistas
Sin embargo, los cambios existen. Pueden advertirse en las mejoras de infraestructura en el Soweto, la ciudad madre de la Sudáfrica urbana negra, donde no se pagaban impuestos en protesta por el régimen blanco y que fue escenario de violentos incidentes, en 1976. También en las calles de Johannesburgo, donde se ven a algunos entrepreneurs negros con trajes a medida y teléfonos celulares al volante de Mercedes-Benz o BMW.
"Hace ocho años participábamos de la desobediencia civil en Soweto. La semana última compré por primera vez acciones en la Bolsa, algo que para nosotros estaba vedado", dijo a La Nación el reverendo Frank Chikane, consejero principal del casi seguro sucesor de Mandela en la presidencia del partido y del país, Thabo Mbeki.
Poco a poco, las grandes corporaciones que dominaron la economía están vendiendo algunas de sus compañías a empresarios negros. Tal es el caso de la Anglo American, el monstruo que emplea a 100.000 personas, que vendió la GCI (minería) y la Johnnic (holding industrial) a empresarios de color.
En los últimos meses, la brecha de ingresos entre blancos y algunos negros se achicó, al mismo tiempo que se ensanchaba la existente entre los negros ricos y los negros pobres. La creación de empleos que permita conformar una clase media de extracción negra con alto poder adquisitivo parece ser un ingrediente fundamental para la receta del éxito en la gigantesca tarea de la integración social. Constituye uno de los desafíos del gobierno, junto con la lucha contra el delito -de proporciones alarmantes- y la corrupción.
Kobus Meiring, ministro de Finanzas de la provincia de Cabo Occidental y miembro del Partido Nacional, tiene una definición exacta de la realidad: "Lo sucedido aquí en los últimos años ha sido un milagro político. No es suficiente. Ahora necesitamos un milagro económico".
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