Coronavirus: son adolescentes y se ofrecen como voluntarios para recuperar sus vidas
NUEVA YORK.- Para zafar de la clase de ciencias de hace un par de viernes, las mellizas King tenían una excusa perfecta, muy año 2021.
Isabelle y Alexandra King, de 14 años, tuvieron que perderse la clase de ciencia, con examen incluido, para ser parte ellas mismas en un experimento científico real: un ensayo clínico de la vacuna para el coronavirus de laboratorios Moderna destinado a evaluar si es efectiva y segura para menores de entre 12 y 17 años.
“En la clase de ciencia estamos aprendiendo sobre genética y cosas así”, dijo Alexandra durante el periodo de observación y monitoreo posterior a la inoculación, en una clínica de la ciudad de Houston. “¡Capaz que la profe dice que no tenemos que hacer el examen porque ya hicimos nuestro aporte a la ciencia!”
En comparación con los niños pequeños, el doble de adolescentes se contagian el coronavirus, pero en Estados Unidos, las vacunas autorizadas son mayormente para adultos: la de Moderna para mayores de 18, y la Pfizer de 16 años en adelante.
Aunque los adolescentes no se enferman gravemente de Covid-19 con tanta frecuencia como los adultos, las investigaciones sugieren que como suelen ser asintomáticos y descuidados en cuanto al distanciamiento social, sí son eficientes propagadores de la enfermedad, no solo entre ellos, sino contagiando también a sus padres, abuelos y docentes. Y aunque la vacunación de los docentes será un importante factor para mantener abiertas las escuelas, vacunar a los estudiantes también será crucial.
Conclusión: para lograr una inmunidad generalizada contra el coronavirus, los adolescentes son un eslabón crítico, y hace falta una vacuna que funcione también en ellos.
Pero reclutar adolescentes para ensayos clínicos es más difícil que reclutar adultos. Además, los adolescentes son difíciles de manejar y descuidados con la parte que les toca hacer ellos mismos, como mantener un registro diario de síntomas y asistir a los controles programados, hasta seis al año, con extracción de sangre incluida, dato que a muchos les alcanza para rechazar la oferta.
Para llegar a los estudiantes, algunos investigadores recurrieron a sus conexiones con instituciones educativas, pediatras de la zona o campañas en las redes sociales. Mientras esperaban la fecha para asistir a las clínicas de investigación, algunos adolescentes ignoraron el consejo de no mencionar en las redes sociales que serían sujetos de prueba voluntarios, y postearon videos en TikTok, lo que terminó alentando a muchos de sus amigos a sumarse. Pero los ensayos de la vacuna para adolescentes son mucho más reducidos que los de adultos: entre 2000 y 3000 sujetos de prueba, en vez de 30.000.
“Hay que conseguir todos los adolescentes que sean necesarios, pero ni uno más, para exponer a la menos cantidad posible”, dice el doctor Robert W. Frenck, director del Centro de Investigación de Vacunas del Hospital de Niños de Cincinnati.
Para inscribirse en un ensayo, a los menores se les exige prestar un “asentimiento” legal, que es una versión del “consentimiento” adecuado a su edad. Pero además los investigadores necesitan el permiso o consentimiento de los padres, las reuniones informativas con los padres son engorrosas y largas, y basta una objeción del progenitor o del menor para que la postulación se caiga.
“Hay padres dispuestos a someterse ellos a un estudio, pero no a sus hijos”, dice el pediatra James Campbell, especialista en enfermedades infectocontagiosas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, que dirige ensayos de vacunas. “En tanto padres, su rol central es que sus hijos estén seguros, y prefieren esperar a que haya una vacuna aprobada que inscribir a sus hijos en un ensayo clínico”.
Por lo general, los investigadores les hacen una advertencia adicional a los jóvenes: como la desinformación sobre las vacunas y los ataques personales son algo tan generalizado, los voluntarios deben evitar hablar en las redes sociales de su participación en los ensayos clínicos.
Aunque el nuevo coronavirus ha afectado mucho menos a los niños que a los adultos mayores, en Estados Unidos se han reportado unos 2,2 millones de casos pediátricos de Covid y alrededor de 280 niños han muerto de la enfermedad, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades CDC). Además, unos 2060 niños han desarrollado una enfermedad rara y peligrosa relacionada con el coronavirus llamada Síndrome Inflamatorio Multisistémico Pediátrico (MIS-C), que puede causar una falla multiorgánica que resulta fatal.
Como la invasión de una fuerza enemiga, la pandemia se ha apoderado de la vida de la mayoría de los niños: cierre de escuelas, fin de los deportes y de casi toda forma de socialización. Por eso algunos adolescentes luchan contra esa sensación de impotencia ofreciéndose como voluntarios para los ensayos clínicos de las vacunas.
Sam tiene 12 años y participó en el ensayo de Pfizer en el Hospital de Niños de Cincinnati. “Quise participar para ayudar a la ciencia y salir de la pandemia”, dice Sam. “Es mi manera de agradecerles a los trabajadores de la salud que nos cuidan”.
Su hermana Audrey, de 14 años, que también participa en el estudio, dice: “Me parece una muy buena historia para contarles a mis hijos y nietos, que yo ayudé a crear la vacuna”.
“Y también pensé que era importante que estuviesen representadas personas de diferentes edades y razas”, agrega Audrey, que al igual que su hermano Sam, es asiática. (Su madre, Rachel, enfermera investigadora que fue voluntaria en un ensayo en adultos, pidió mantener en reserva sus apellidos por razones de privacidad).
En general, en los ensayos de adolescentes hay menos diversidad racial, porque los resultados de los ensayos en adultos no mostraron diferencias sustanciales por raza. Y como los ensayos en adultos fueron tan exitosos, se les puede inocular la vacuna real, en lugar de un placebo, a hasta dos tercios del total de adolescentes involucrados.
Pfizer ya completó su cupo y espera tener resultados de sus ensayos para niños de 12 a 15 años en el primer trimestre de este año, que luego presentará a la Administración de Alimentos y Medicamentos para su revisión. Moderna todavía está reclutando para sus ensayos de adolescentes, y tendrá un anticipo de los datos después de junio, en algún momento del verano boreal. Hay otras empresas que esperan comenzar pronto sus ensayos en adolescentes. Poco después, los investigadores abrirán ensayos para niños de hasta 5 años, probablemente con dosis más pequeñas.
Otro problema del reclutamiento de adolescentes y niños es el tema de la compensación. A los voluntarios suelen ofrecerles dinero por su tiempo y los gastos de viaje, pero el monto no puede ser lo suficientemente importante como para parecer un incentivo. La compensación actual es de aproximadamente 15 dólares por hora invertida. El ensayo de Pfizer en Cincinnati también compensa a los padres, con el razonamiento de que contribuyen con tiempo y dinero, como choferes y acompañantes de sus hijos.
Monica Mitchell, educadora de salud comunitaria que trabaja en el Hospital de Niños de Cincinnati, participó a mediados del año pasado en un ensayo de la vacuna Pfizer. A su hija Melanie, estudiante secundaria, también le daba mucha curiosidad, pero en ese momento los voluntarios debían ser mayores de 16 años. El día que cumplió 16, Melanie llamó para inscribirse.
Tanto madre como hija se han convertido en embajadoras de la vacuna. “Alguien me dijo que les estaba haciendo el trabajo a los blancos”, recuerda Melanie, que es negra. “Yo les dije que era todo lo contrario: que lo estaba haciendo por mi gente”.
Mitchell, que también es psicóloga e investigadora pediátrica, recibió críticas por permitir que su hija participara en los ensayos. “Algunos familiares no entendían cómo hice eso, pero saben que Melanie es muy independiente y que tomó su propia decisión”, dijo Mitchell.
Como la mayoría de los voluntarios del ensayo, los niños se preocupan por los efectos secundarios. Y efectivamente, después de recibir la segunda dosis en hospital de Cincinnati, Sam la pasó mal. Se despertó en medio de la noche con un dolor punzante en la cabeza. Luego, escalofríos, febrícula, dolores musculares.
“Estaba a la miseria, pobrecito”, recuerda Rachel, su madre. “Una cosa es hablar teóricamente sobre los efectos secundarios, pero verlo tan mal era difícil para cualquier madre.”
En ese momento, Rachel se arrepintió de haberlo animado a participar. “Perdoname”, le dijo a su hijo de 12 años.
Pero a Sam lo desconcertó la reacción de su madre. “¡Estoy re feliz!”, la tranquilizó. “¡Esto significa que me tocó la vacuna real!”
Su hermana Audrey, por el contrario, después de recibir su dosis no sintió nada. “Me da envidia”, dice.
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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