El gobierno militar, nuevo blanco del extremismo islámico
El CAIRO.- Después del golpe de Estado en Egipto , en julio pasado, algunos analistas agitaron el fantasma de Argelia, donde la intervención del ejército también impidió un gobierno de corte islamista salido de las urnas en 1991, pero provocó una sangrienta guerra civil.
Medio año después, el escenario argelino parece descartado en el valle del Nilo. Sin embargo, una cadena de atentados sacudió al país estos meses y amenaza ahora el retorno a la estabilidad que pregonan las autoridades.
"Los grupos jihadistas inspirados en Al-Qaeda tienen un apoyo reducido entre los egipcios, y su capacidad de golpear las fuerzas de seguridad es limitada. No creo que puedan desestabilizar realmente el sólido Estado egipcio", sostiene Mohammed Faiz, un experto en movimientos islamistas del think-tank Al-Ahram.
La península del Sinaí, una zona desértica, inhóspita y remota, se convirtió después de la revolución de 2011 en un santuario para una nebulosa de organizaciones radicales islamistas que tenían a Israel en su punto de mira. Sin embargo, tras el golpe contra el presidente islamista electo Mohammed Morsi, redirigieron sus atentados contra las fuerzas de seguridad egipcias.
Sus acciones más habituales son ataques contra puntos de control del ejército en las rutas, o bien atentados contra las comisarías, a veces con el uso de coches bomba. La mayoría de las acciones tienen lugar en el Sinaí, pero su capacidad operativa se está extendiendo por todo el país. Se calcula que ya murieron cerca de 200 agentes de policía y soldados, mientras que las bajas de los grupos armados superan las 700.
A menudo, los atentados no son reivindicados o lo hacen grupos poco conocidos. "Hasta ahora, sabemos poco de estas bandas, sobre su ideología concreta y organización, y sobre cuáles son sus relaciones con Al-Qaeda", comenta Faiz, que señala a Ansar Bait al-Maqdis ("los partisanos de Jerusalén") como el grupo más activo y peligroso.
"Nació después de la revolución producto de una fusión de Tawhid ual-Jihad, una organización salafista formada por beduinos del Sinaí, con activistas venidos de otras provincias de Egipto y de Gaza", añade.
Ansar Bait al-Maqdis es la organización que ejecutó los atentados más audaces, como el intento frustrado de asesinato del ministro del Interior, Mohammed Ibrahim, o la explosión del coche bomba contra la comisaría de la ciudad de Mansura, en diciembre pasado, que provocó una veintena de muertos.
A pesar de que este grupo reivindicó el atentado, las autoridades prefirieron atribuir su autoría a los Hermanos Musulmanes para poder así declararlos oficialmente una "organización terrorista". Y es que el gobierno, bajo tutela militar, aprovechó la ola terrorista para lanzar una cruzada contra su adversario político más poderoso. No en vano, el grupo, un histórico movimiento islamista que renunció a la violencia en los años 70, se impuso en las primeras elecciones libres tras la revolución del 2011.
"Por ahora, no hay ninguna prueba clara que demuestre que los Hermanos Musulmanes están complotados con los grupos jihadistas. De hecho, mientras gobernaba Morsi, criticaron su gobierno por no haber creado un Estado islámico", recuerda Faiz . Algunos analistas sugirieron que existe un gran riesgo de que algunos sectores de la juventud islamista, alienada y frustrada por el golpe de Estado, llegue a la conclusión de que la única vía posible para alcanzar sus objetivos es la lucha armada y se aliste en las bandas jihadistas.
La "guerra contra el terrorismo" se convirtió en el gran eslogan legitimador del gobierno, una estrategia que parece sacada del manual del ex presidente norteamericano George W. Bush. Con ese argumento, el ejecutivo restringió las libertades de los ciudadanos, y se prevé que sirva para justificar la más que probable candidatura presidencial del jefe de las fuerzas armadas, Abdul Fatah al-Sisi. Sin embargo, los expertos señalan que la represión policial no puede ser la única herramienta en la lucha antiterrorista, ya que debe ir acompañada de medidas que fomenten el desarrollo del Sinaí, una de las zonas más marginadas del país.
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