El icónico made in Italy se desvanece en manos de los inversores extranjeros
En los últimos 6 años, cada dos días una empresa pasó a manos de propietarios foráneos, incluso argentinos
ROMA.- Italia no es más italiana. Esa es la tesis de un libro de investigación salido recientemente en el bel paese, en el que el periodista y escritor Mario Giordano desgrana minuciosamente cómo en las últimas décadas el famoso made in Italy ha ido desapareciendo. De hecho, las grandes marcas de la moda y de la alimentación, las grandes industrias químicas, siderúrgicas, metalmecánicas y hasta sectores estratégicos como el de las telecomunicaciones e incluso centenares de pymes -el orgullo italiano, que fue la base del famoso "miracolo" económico de la posguerra-, ya no son italianas.
Todo fue vendido a multinacionales, grandes grupos extranjeros franceses, alemanes, chinos, japoneses, estadounidenses, canadienses, australianos, belgas e incluso argentinos.
Al respecto, el libro cita el caso de tres históricos viñedos del delicioso vino Brunello di Montalcino comprados por el empresario argentino Alejandro Bulgheroni en Toscana, así como los aeropuertos de Florencia y Pisa, que fueron integrados por la Corporación América, del también argentino Eduardo Eurnekian.
Repleto de datos y titulado Italia no es más italiana, los nuevos piratas que nos están robando nuestro país, el libro de Giordano -autor de otros 17 libros y periodista más bien de derecha- es impactante.
Aunque se sabe que en los últimos años muchas marcas famosas de la moda italiana dejaron de ser tales -el último que capituló fue Versace, que en septiembre pasado fue vendido al estadounidense Michael Kors-, al recopilar datos el autor cayó en la cuenta de que, en los últimos seis años, cada 48 horas una empresa italiana cayó en manos extranjeras.
Las cifras
Según una investigación de los institutos Reprint-Politecnico de Milán-Ice (Instituto para el Comercio Exterior), en 2012 había 12.185 empresas italianas en manos de extranjeros, mientras que en 2017 pasaron a ser 13.052. "Es decir, 867 más en seis años, exactamente 144 por año, una cada dos días", subraya Giordano, alarmado.
Francia, el amado-odiado vecino del otro lado de los Alpes es uno de los grandes inversores, en adquisiciones marcadas por la falta de reciprocidad. De 2007 a hoy, Francia hizo adquisiciones por 52.000 millones de euros, mientras que Italia solo por 8000 millones, casi siete veces menos. Lo peor es que Francia derrotó a Italia en el "partido" más doloroso: la alta moda. El coloso francés LVMH, de Antoine Arnault, adquirió marcas de lujo legendarias como Loro Piana (que por dos siglos produjo suéteres y prendas de vicuña y cachemira), Bulgari, Fendi, Pucci y Acqua di Parma.
Kerig, el holding de François-Henri Pinault, se quedó por su parte con sellos míticos como Gucci, Pomellato, Bottega Veneta y Brioni.
Los franceses no fueron los únicos que salieron a arrancarle a la península marcas que la hicieron famosa en el planeta. La icónica maison Valentino hoy es de un fondo qatarí; Krizia y Sergio Tacchini están en manos chinas; Borselino, en suizas; Fila, en coreanas, y Cerruti, de un fondo anglo-sueco.
Golpe a las pymes
Giordano relata también en el libro centenares de casos desconocidos que explican cómo Italia fue perdiendo además pequeñas empresas que caracterizaban la creatividad y genialidad italianos.
Por ejemplo, una pequeña empresa fundada en Brescia en 1996 por Andrea Venturelli, que comenzó con tubos de goma para lavarropas, pero que luego se volvió líder mundial en la producción de stents y catéteres de altísima calidad e innovación, que conquistaron los hospitales de todo el mundo. En 2010 Venturelli vendió su joya al coloso estadounidense Medtronic, de Minneapolis, por 500 millones de euros. Entonces, afirmó que era la única forma de asegurarle un futuro a su empresa.
Pero en 2018 Medtronic anunció que los establecimientos de la empresa de Brescia cerrarán en 2020 y que toda la producción se relocalizará en México. Algo que significa desocupación para más de 300 empleados.
A lo largo del libro, el autor enumera centenares de casos dramáticamente similares.
Y agrega en la desgarradora lista a colosos alimentarios emblemáticos como Parmalat, de lácteos, hoy francesa; los chocolates Pernigotti, hoy turcos; la cerveza Peroni, creada en 1846, pero ahora japonesa; los licores Gancia, en manos rusas; el aceite de oliva Carapelli, Bertolli y Sasso, o los salamines Fiorucci, de dueños españoles.
Al mismo tiempo, la multinacional Nestlé compró productos símbolo como los chocolates Baci Perugina o el agua mineral con gas San Pellegrino, entre otras marcas.
Pero hay más. Giordano lamenta que también el italian style ya no es italiano. Las tradicionales bicicletas Bianchi están en poder de Cycleurope Ab, un coloso sueco; las moto Ducati y Lamborghini, prodigio de la ingeniera italiana, de Volkswagen, y la emblemática Piaggio, de una multinacional estadounidense. Y son solo algunos ejemplos. Tampoco ya es italiana la línea de cruceros Costa (del grupo estadounidense Carnival), ni las grandes tiendas de La Rinascente (de un magnate tailandés) o los hoteles de lujo de la familia Cipriani.
Sectores estratégicos
Italia hasta les dijo adiós a sectores estratégicos de la economía -industrias pesadas, químicas, siderúrgicas, metalmecánicas, telecomunicaciones, bancos, puertos, aeropuertos-. Telecom está controlada por los franceses de Vivendi y el fondo norteamericano Elliot. Pirelli es de los chinos.
Ante esta hemorragia, los servicios secretos del país, en un informe de 2018 al Parlamento, lanzaron la alarma por la transformación de Italia en un "terreno de conquista económica".
"Nuestro país no existe más, lo hemos cedido, lo hemos malvendido, lo hemos dejado ir, por culpa de una generación que no ha sabido defenderlo, que no ha sabido corregirlo, que no ha sabido hacerlo grande, como lo hicieron nuestros padres", escribe Giordano, que ataca a esa globalización sin protección que, según él, ha saqueado a Italia.
"Ahora el dogma de la globalización sin peros es tal que defender al propio país se ha vuelto algo feo, sucio, malo. Incluso han inventado a propósito una palabra como ?soberanismo', que es usada como una forma de insulto", se queja.
"Como si defender la soberanía de la tierra de uno -agrega- no fuera lo que ha empujado a enteras generaciones de italianos a combatir, construir, luchar, emprender, fabricar, fundar, arriesgar y hacer".
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