El largo viaje a Hungría, la nueva puerta al futuro
BUDAPEST.- Cuando Jean-Paul Apetey piensa en todo lo que tuvo que pasar, le cuesta creer que pudo llegar a Europa.
Apetey tiene 34 años, es de Costa de Marfil y piloteó un bote atestado de inmigrantes de Turquía a Grecia, perdió su mochila evadiendo a la policía en Macedonia, escapó de traficantes bengalíes, se enfrentó cara a cara con matones de puñal en mano en Serbia y finalmente logró pasar gracias a la amabilidad de una turista francesa fascinada con sus rastas.
Ahora está en Hungría, una puerta trasera cada vez más transitada por los inmigrantes que buscan ingresar ilegalmente a Europa. Ese viaje no está exento de peligros, pero por lo general no se trata del riesgo mortal de un cruce por mar a Italia, travesía que tan sólo en el último mes causó más de 1000 muertos en el sur del Mediterráneo.
Y la así llamada "ruta de los Balcanes" tampoco suele terminar en deportación. Por el contrario, los que llegan hasta Hungría, como Apetey, suelen salirse con la suya, porque Hungría hace poco para impedir que los inmigrantes sigan camino, rumbo al Oeste. En menos de una semana, la mayoría logra entrar en Francia o Alemania.
"¡Estoy en Europa!", exclama Apetey. "Puedo volver a convertirme en un ser humano."
En los últimos dos años, con el refuerzo de los controles en la "ruta de España" y la multiplicación de muertes en los cruces por mar, los traficantes de humanos pusieron la mira en Hungría, por donde durante este primer trimestre ya se produjeron más de 33.000 ingresos.
Sandrine Koffi, una marfileña de 31 años, y su hija de 10 meses, Kendra, llegaron con un grupo de africanos occidentales que partieron a pie desde el norte de Grecia en febrero. El ex soldado que los acompañaba les cobró 500 dólares por cabeza para guiarlos hasta la frontera de Macedonia con Serbia.
Caminaron bajo la nieve y la lluvia, casi siempre de noche, para evitar ser detectados. La comida y el agua eran escasas. Al décimo día, fueron alcanzados por la policía, y la mayoría fueron deportados, aunque algunos lograron escapar.
En la confusión, madre e hija quedaron separadas. La policía abandonó a la madre en Grecia, mientras que la beba fue llevada por inmigrantes que escaparon hasta Lojane, una ciudad de la frontera macedonia con Serbia donde los traficantes reúnen a los inmigrantes.
Desesperada, Koffi hizo dos intentos de ingresar a pie a Macedonia, y la tercera vez lo logró.
Cuando llegó a Lojane, su hijita Kendra ya no estaba: se la habían llevado otros inmigrantes que cruzaban Serbia rumbo a Hungría.
La madre tardó otra semana más en cruzar a Serbia y llegar hasta el campo de refugiados húngaro de Debrecen, donde encontró a Kendra con bajo peso por la diarrea y llorando por los dientes que le empezaban a salir.
Koffi tiene la esperanza de llegar a París, donde viven su esposo y su hermana. "Luché por venir hasta acá por mi beba. Quiero que tenga más oportunidades en la vida", dice Koffi. "Pero más allá de eso no vale la pena."
Lojane es un nido de traficantes que administran "casas seguras" en las afueras de la ciudad. Pero en realidad los inmigrantes que llegan con poco dinero descubren pronto que la casa puede convertirse en una sala de tortura.
Apetey se encontró prisionero en una de ellas durante 10 días. Según cuenta, los guardias los apresaron y golpearon. A un amigo suyo le rompieron un brazo, "y a otro le golpearon la cabeza contra la pared; a otro le volaron los dientes".
"O me escapaba o terminaba muerto", relata Apetey.
Les mintió a sus captores y les dijo que tenía que ir hasta Lojane a llamar por teléfono a sus parientes para que le enviaran dinero. Cuando los traficantes lo interceptaron, Apetey pudo huir.
"Corrí como loco", dice, aunque enseguida ya había guardias detrás de él, pisándole los talones.
Finalmente, logró cruzar a Serbia, donde lo esperaba una banda de hombres que se hacían pasar por policías y que cuchillo en mano le pidieron dinero. Pero Apetey no cedió y los hombres fueron detrás de otro grupo de inmigrantes.
Mientras cruzaba Serbia a pie, Apetey oyó un bocinazo y giró la cabeza. La conductora era una turista francesa que estaba parando en un hotel cercano y que estaba fascinada con las rastas de Apetey.
Minutos después, estaba sentado en el auto y ya estaban hablando de si ella podía llevarlo todo el camino hasta Francia.
Pasó dos días con ella, quien solamente aceptó llevarlo hasta el interior de Hungría.
"Nos besamos -dice Apetey-. Tuve que ilusionarla para que me llevara en el auto."
Traducción de Jaime Arrambide
D.Bennety S. Pogatchnik
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