En alerta máximo
Londres, con temor a ser el próximo blanco
"Salvadores de Vidas." Así bautizó la policía de Londres la campaña que lanzó hace un par de semanas en esta ciudad, en alerta máxima por la posibilidad de ataques terroristas como los del 11 de marzo en Madrid. El gobierno, la policía y los servicios de inteligencia británicos consideran que el Reino Unido, y en especial Londres, son el "objetivo obvio" tras la masacre de Madrid.
La campaña, por medio de mensajes informativos en la radio, TV y afiches en cada rincón de la ciudad, apunta a transformar a cada londinense en un potencial "salvador de vidas" y en los virtuales ojos y oídos de Scotland Yard, que admitió estar al borde de sus fuerzas ante tanto peligro. El mensaje consiste en pedir a los ciudadanos que llamen a una línea antiterrorista directa si observan cualquier "comportamiento sospechoso" o si encuentran bultos o bolsos sin dueño aparente en lugares públicos como el subte, trenes, colectivos, bares y escuelas. Pero esa estrategia trae sus problemas: muchos de los llamados son falsas alarmas, bromas de mal gusto y hasta amenazas. La policía debe separar la paja del trigo en cada una de las cientos de denuncias diarias.
David Veness, comisionado de la policía para operaciones especiales, ha dicho que se trata de convertir a Londres en "uno de los entornos más hostiles para los terroristas" y que con ese fin fue triplicado el despliegue de agentes en la ciudad. Agentes vestidos de civil recorren cada vagón de los cientos de trenes que atraviesan Londres por minuto. Sin embargo, Veness ha reconocido que las fuerzas de seguridad necesitarán mucha ayuda de la gente para enfrentar un ataque terrorista, calificado de "inevitable" por Scotland Yard. Pero no sólo la prevención de un ataque preocupa aquí: si lo peor ocurriera, todo indica que Londres no está preparada para enfrentar una emergencia. Así lo ha dicho el director de la Sociedad de Planificación de Emergencias, Patrick Cunningham: "El personal vital para responder a una emergencia carece del equipo y entrenamiento necesario, y por lo general falta una cultura del planeamiento de emergencias.
París, en alerta permanente
En los 80 y los 90, París no fue ajena al terrorismo. Varios atentados en restaurantes y estaciones de trenes estremecieron la capital francesa. Pero fue sólo en los últimos tres años que las calles de la Ciudad Luz fueron ocupadas por un creciente número de gendarmes y hasta militares, en caso de niveles de alerta elevados. En parte, debido a la amenaza de megaatentados como los de Nueva York, pero también por el aumento del delito urbano, el gobierno lanzó en 2002 un plan de vigilancia extrema, reforzó el número de policías y destinó brigadas especiales para las redes de agua, servicios de transporte y lugares sensibles, como la Torre Eiffel, o la decena de museos que hacen de París una meca del turismo.
A los ojos de los gendarmes, se agregaron también cientos de ojos electrónicos. Tras los ataques de Madrid, las autoridades pidieron a los dueños de centros comerciales, cines, teatros y sitios religiosos que incrementaran la seguridad y el número de cámaras. Además, quienes vayan al Louvre, por ejemplo, no sólo estarán supervisados por cámaras, policías y guardias sino que también deberán pasar por los detectores de metal. Tras los atentados del 11 de septiembre, el gobierno incluso decidió cambiar todos los tachos de basura, donde podían esconderse explosivos, por sostenes para bolsas de residuos transparentes.
Nueva York, adiós a la meca del turismo
La estatua de la Libertad permanece cerrada desde hace dos años y medio, y aunque el gobierno prometió reabrirla este año, los 4 millones de turistas que la visitan cada año deben contentarse, por ahora, con verla desde una prudente distancia. Para ingresar en la sede de la ONU se deben atravesar controles de seguridad tan rigurosos como los de un aeropuerto. Varios cines y teatros de Broadway han instalado incluso detectores de metales en sus puertas, y ya no es posible subir a ningún edificio de oficinas sin antes tener que presentar un documento y recibir el visto bueno de la persona que se va a ver. Las sinagogas están fuertemente vigiladas con agentes de seguridad y cámaras de video, mientras que aparatosas barreras de alambres de púas y bloques de cemento rodean los edificios públicos. Resulta más que claro que, a más de dos años de los ataques contra las Torres Gemelas, la imagen de Nueva York como una tentadora Gran Manzana ya no está acorde con los nuevos tiempos de inseguridad.
De todos modos, los neoyorquinos -famosos por quejarse por todo- se han acostumbrado a vivir en una ciudad fortificada y a veces militarizada. Ya nadie se sorprende al ver más policías que espectadores en los conciertos de música clásica en el Central Park o en las celebraciones callejeras de fin de año en Times Square. Y a nadie molestó que desde hace dos semanas a los policías que resguardan las estaciones de subtes se hayan sumado nuevas patrullas antiterrorismo con 700 agentes que realizan inspecciones sorpresa en los vagones del subte y de los trenes suburbanos.
La gente se ha armado de paciencia para afrontar las largas colas que se forman en los aeropuertos para pasar por los detectores de metales y los scanners de valijas, y hasta antes de que el oficial de turno dé la orden, ya todos los neoyorquinos están descalzos.
Las quejas se escuchan del otro lado, entre los extranjeros que llegan y deben dejar registro de sus huellas dactilares así como una foto digital. Similares controles fueron puestos en marcha este año en el puerto, donde se acaban de inaugurar sensores de radiación por los que deben pasar todos los contenedores.
Atenas, en la mira por las Olimpíadas
La Atenas de los Juegos Olímpicos tal vez sea el modelo de la ciudad acorralada por amenazas terroristas y por constantes alertas oficiales. La seguridad será en agosto próximo el punto crítico, tanto que algunas delegaciones, entre ellas la británica, advirtieron que no participarán de los juegos olímpicos si el gobierno griego no garantiza que la metrópolis estará blindada por completo contra cualquier peligro.
Si en otras capitales del mundo, como Washington o París, hay determinados lugares considerados de mayor riesgo -como la Casa Blanca, los museos o la torre Eiffel-, en Atenas, todos los espacios -desde ómnibus y subterráneos hasta barrios cercanos a la villa olímpica y pequeños comercios- son blancos de alto peligro.
Por eso, el gobierno de Grecia no sólo gastó 1000 millones de dólares en seguridad -tres veces más de lo que destinó Sydney a la protección en los Juegos de 2000- sino que además tuvo que apelar a la ayuda militar de la OTAN.
Patrullas de buzos y naves de la alianza atlántica navegarán constantemente a lo largo de las costas de la capital griega mientras helicópteros y aviones de reconocimiento Awacs surcarán el cielo en busca de posibles focos de actividad sospechosa. Cada rincón de la ciudad será vigilado por 1400 cámaras de seguridad emplazadas en las calles. Y una fuerza de seguridad de 51.000 agentes custodiará estadios (que además estarán todos protegidos por cercos), aeropuertos, rutas, shopping centers, restaurantes. Es decir que Atenas será a la vez una gran campo de deportes y una verdadera base militar.
Madrid, ante el fantasma de Atocha
Los atentados del 11 de marzo en Madrid, que sacudieron al mundo y pusieron en alerta a Europa, cambiaron drásticamente la vida de millones de españoles, que se despertaron a la realidad de que deberán empezar a convivir con la amenaza del terrorismo islámico.
El histórico esquema de seguridad, centrado en el desafío del terrorismo doméstico de la ETA, fue sorpresivamente superado por la amenaza mayor, y la certeza de que el país se ha convirtió en blanco. El gobierno de José María Aznar, derrotado en las urnas unos días después de la masacre de Atocha, puso en marcha el férreo esquema de seguridad, con el masivo despliegue de la policías y militares en todo el país.
Los esfuerzos para "sellar" la capital contra un nuevo ataque terrorista son evidentes en todos lados. La presencia policial fue reforzada en sitios estratégicos y las fuerzas armadas fueron incorporadas a las tareas de seguridad.
En poco más de un mes, Madrid será escenario del casamiento del príncipe Felipe con Letizia Ortiz, y no se descarta que la ocasión pueda convertirse en blanco potencial para los terroristas.
Tras la decisión del socialista José Luis Rodríguez Zapatero de retirar las tropas de Irak y marcar distancia con Estados Unidos, España no parece estar hoy en la lista de los blancos inmediatos de Al-Qaeda, pero los madrileños poco a poco se van acostumbrando a vivir rodeados de policías, con un constante ruido de sirenas y vuelos de helicópteros que surcan el cielo de la capital en sus controles diarios. En cualquier punto de la ciudad, el menor estruendo provoca la inmediata presencia de uniformados y hace resurgir el temor entre la población. Cualquier bolso o valija dudosa puede provocar una corrida de cientos de personas en una terminal de ómnibus.
Los trenes, el último blanco elegido, van ahora acompañados por efectivos de la Guardia Civil, y por momentos custodiados desde el aire.