El Tribunal Electoral inhabilitó al expresidente para ser candidato hasta 2030, pero el domingo pasado reunió una multitud de seguidores en San Pablo que siguen apoyando su mensaje
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
SAN PABLO.- Durante un instante, pareció que habían vuelto los viejos tiempos. “¡Vamos a escuchar al mitooooo!” anunció a los gritos el presentador a través de los altoparlantes. “¡Vamos a escuchar a la leyenda!”. Cuando Jair Bolsonaro subió al escenario, la multitud de cientos de miles que se reunió el domingo pasado sobre la avenida Paulista, muchos luciendo la tradicional “verdeamarela” del seleccionado de fútbol brasileño, estallaron en una cerrada ovación.
Pero la ilusión duró poco y rápidamente quedó claro que éste era un Bolsonaro diferente, más sofrenado. En vez de atacar a sus adversarios, el expresidente se enfocó en defenderse a sí mismo y a sus aliados de los problemas legales derivados de sus intentos por subvertir el resultado de las elecciones de 2022.
“¿Qué es un golpe?”, balbuceó Bolsonaro con voz casi lastimera. “Un golpe es tanques en las calles, armas, una conspiración: nada de eso ocurrió en Brasil”, dijo el expresidente, y a continuación se quejó de los “abusos” de quienes están en el poder, pero se cuidó de no apuntar directamente por sus nombres ni al presidente Luiz Inacio Lula da Silva ni al Supremo Tribunal Federal (STF), los habituales villanos de su relato.
Yo estaba ahí -con una remera violeta apartidaria, dejo constancia- y me pareció que la multitud estaba decepcionada y esperaba ver más sangre. Cuando promediaba su discurso, ya muchos de los presentes se habían puesto a hablar entre sí, y un par rumbeaban tempranamente hacia las calles de salida. “Lo vi un poco apagado”, me confesó Roberto Schmidt, que para escucharlo había viajado 14 horas en micro desde Rio Grande do Sul con su grupo de la iglesia evangelista. “Pero sigue siendo nuestro líder”.
¿Qué hay que entender de lo que pasó? ¿Por qué se presentó en la mayor concentración de partidarios desde que dejó la presidencia y después, de repente, reculó?
Bueno, parece un reconocimiento de que la realidad política en Brasil ha cambiado: Bolsonaro sabe que sigue siendo el líder espiritual de un poderoso movimiento conservador, pero los problemas legales que enfrenta son tan complicados que su carrera política probablemente esté terminada.
En ese sentido, lo que ocurrió el domingo fue más que una manifestación: fue el comienzo de un traspaso de poder a sus posibles sucesores.
El tribunal electoral de Brasil ya inhabilitó a Bolsonaro para postularse nuevamente hasta al menos 2030, al acusarlo de abuso su poder por sembrar dudas sobre el sistema electoral del país. A principios de febrero, la policía confiscó el pasaporte de Bolsonaro, lo que generó especulaciones de que pronto podría ir a la cárcel.
Sin embargo, mis fuentes en Brasilia señalan que el arresto de Bolsonaro no les parece inminente. “Dependerá de su comportamiento”, dicen en Brasilia. Mientras el expresidente se abstenga de atacar directamente, sobre todo, al STF, Bolsonaro podría quedar indefinidamente en una especie de limbo legal, un escenario recurrente para los políticos brasileños.
Si Bolsonaro puede mantenerse en esa línea, podrá retener un considerable capital político. Durante el año pasado, su popularidad se mantuvo notablemente estable en torno al 40%, según datos de la encuestadora Atlas Intel. Los datos demográficos sugieren que el giro conservador en la política brasileña probablemente continúe. En 2010, los cristianos evangélicos representaban el 22% de la población de Brasil, pero en el censo de 2022 ya eran más del 30%, y en 2023 directamente podrían superar en número a los católicos, según proyecciones de la agencia nacional de estadísticas.
Sin embargo, el bolsonarismo sin Bolsonaro podría ser muy diferente.
En particular, el gobernador del estado de San Pablo, Tarcisio de Freitas, parece representar la opción de una política conservadora sin la inestabilidad y el caos antidemocrático del fundador del movimiento. Antes de ser ministro de Infraestructura de Bolsonaro, Freitas, un tecnócrata de carrera, trabajó en gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) y desde que es gobernador ha forjado un vínculo cordial con Lula. En la avenida Faria Lima, el Wall Street de Brasil, directamente lo idolatran.
Y es justamente por esas razones que algunos conservadores sospechan de De Freitas. Pero una encuesta realizada por investigadores de la Universidad de San Pablo en la marcha del domingo reveló que cuando se les pregunta a quién preferirían como sucesor de Bolsonaro, el 61% de los bolsonaristas nombraron a De Freitas. La exprimera dama Michelle Bolsonaro quedó en segundo lugar, con un 19%. Ningún otro alcanzó los dos dígitos.
¿Y adivinen quién estaba ahí el domingo para besar el anillo?
“Usted representa a todos los que descubrieron que vale la pena luchar por la familia, por el país, por la libertad”, dijo De Freitas, dirigiendo sus comentarios a Bolsonaro. De Freitas también habló sobre el derecho de propiedad, la libertad de expresión, la “justicia social” y la “previsibilidad, para que vengan las inversiones que necesitamos para cambiar Brasil”.
Difícil saber cómo recibió la multitud esa mezcla de mensajes: la transición que parece haber ocurrido el domingo pasado en San Pablo está plagada de incertidumbre.
Americas Quarterly
Traducción de Jaime Arrambide
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