La burguesía y los anarquistas, la alianza que impulsa el separatismo catalán
El liberal Puigdemont y el socialdemócrata Junqueras lideran el gobierno; los anticapitalistas de la CUP los empujan al camino más radical; cuentan con una eficiente red de activistas
BARCELONA.- Los separa un abismo ideológico, pero los ata un sentimiento. Después de dos años de conflictos internos, recelos y purgas, el bloque independentista de Cataluña afronta cohesionado la etapa definitiva de su insurrección.
Desde lejos, parecía imposible la supervivencia de una alianza política contra natura formada por la burguesía tradicional catalana, los republicanos socialdemócratas y el anarquismo anticapitalista y asambleario de la Candidatura de Unidad Popular (CUP). El propio presidente Mariano Rajoy cayó en la trampa de creer que se iban a matar entre ellos antes de afectar en serio a España. La crisis del referéndum desnuda su error.
Le faltó valorar otro factor de la ecuación: la red de militancia social que tejen desde hace al menos seis años los activistas de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. Conforman una maquinaria de eficacia asombrosa, capaz de organizar manifestaciones con un millón de personas en la que cada asistente se acomoda en un lugar asignado.
Todo explotó en la calle. Una protesta masiva del 11 de septiembre de 2012 en Barcelona sacó del nacionalismo pactista al histórico partido de poder en Cataluña, Convergencia. El principal canal de participación política de la burguesía. Su líder de entonces, Artur Mas, prefirió subirse a la ola separatista antes que ser arrastrado por ella.
Lo amenazaba el crecimiento del rival por la hegemonía del catalanismo, Esquerra Republicana de Cataluña (ERC). Los independentistas de toda la vida.
El giro de Mas tuvo sus traumas. Se partió la alianza de su partido con los democristianos de Unió. Y, en un contragolpe fulminante, desde Madrid se alentaron las investigaciones sobre la corrupción rampante en la administración catalana de la era posfranquista. En la pelea cayó el patriarca, Jordi Pujol, presidente de la Generalitat durante 23 años, obligado a admitir que tenía dinero negro en el exterior mientras se investiga por lavado a toda su familia.
A Mas sólo le quedaba victimizarse y acelerar. ERC lo acompañó no sin temor de ser fagocitado por sus antagonistas de tanto tiempo. Su líder, Oriol Junqueras, un historiador de formación jesuita que milita por la independencia desde que estaba en el colegio primario, cedió al corazón. O al sueño de ser el primer presidente de la república catalana.
Después de un simulacro de consulta separatista el 9 de noviembre de 2014, Mas y Junqueras diseñaron su próximo plan: coaligarse en un frente, Juntos por el Sí, convocar unas elecciones autonómicas en septiembre de 2015 que bautizaron de “plebiscitarias”. Si la mayoría los votaba, sería el mensaje al mundo de que Cataluña había decidido "desconectarse" de España. La CUP -radical, al fin- prefirió competir con lista aparte, aunque anunció que habría que contar sus votos en el sí.
El “plebiscito” lo perdieron. Sacaron 47,8%. Y sin embargo el resultado les dio la mayoría del Parlamento. Ese fue el momento de la CUP. Sus 10 diputados tenían -tienen- la llave del gobierno. Exigieron que Mas dejara la presidencia. La corrupción lo inhabilitaba, dijeron.
Lo lograron. En su lugar, la coalición ofreció a Carles Puigdemont, un ex periodista y jugador de las segundas líneas de Convergencia cuyo gran mérito es haber sido independentista desde siempre. Junqueras asumió como vicepresidente. Es el hombre fuerte, quien tendría ahora más votos si la alianza se rompiera.
Reconocida como motor de la rebeldía, la ANC saltó a las instituciones. Su anterior líder, Carme Forcadell, asumió como presidenta del Parlamento que se dispone a proclamar la independencia.
A ella la reemplazó Jordi Sánchez, un activista flamígero que perfeccionó la amalgama social al servicio del proyecto político de ruptura. Su organización gestionó el operativo secreto y de novela para esconder miles de urnas en casas de particulares y dejar en ridículo a los investigadores que buscaron durante un mes el instrumento principal para celebrar el domingo el pretendido referéndum de autodeterminación.
En estas horas de ansiedad y dudas, la CUP cumple el papel de empujar a la radicalidad. El partido es un rompecabezas en sí mismo, pero su cara más visible es Anna Gabriel, una profesora de derecho de 42 años, que hace campaña pidiendo “mambo”.
El equilibrio de todas esas fuerzas determinará el futuro inmediato de Cataluña. La gran incógnita del momento es quién tendrá el dedo sobre el botón cuando se paren enfrente del último puente sin dinamitar.
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