Los desafíos de una era sin Mandela
Tras el fin del apartheid , el gobierno debe enfrentar nuevos problemas, como el desempleo y el crimen
PRETORIA.- Atrás quedaron los festejos por la asunción de Thabo Mbeki y la cálida despedida a Nelson Mandela. Para Sudáfrica es el punto de partida de una nueva etapa, con un gobierno del mismo partido, pero del que se espera que tenga un perfil propio y sin la presencia activa de su líder indiscutible.
Hay aquí una enorme expectativa por lo que hará el nuevo gobierno y un reclamo en voz baja para que Mbeki concentre sus mejores esfuerzos en buscar soluciones para los graves problemas por los que atraviesa el país. La figura carismática y excluyente de Mandela obró como un imán para captar la atención internacional, pero ello no siempre significó que puertas adentro todo anduviera sobre rieles.
Gran parte de la incógnita comenzó a ser develada ayer con los anuncios de la designación del vicepresidente, cargo que recayó en Jacob Zuma, y la composición del nuevo gabinete. Zuma ocupa ahora un lugar que en un principio estaba destinado al líder del partido Inkhata (zulú), Mangosuthu Buthelezi, quien se negó a un pacto con el Congreso Nacional Africano (CNA, en el poder) por el cual el Inkhata debía resignar la jefatura de gobierno en Natal, donde una reñida elección entre el oficialismo y la agrupación zulú los obliga a buscar alianzas con partidos menores. Buthelezi conservó la cartera de Interior.
El traspaso de poder que se vivió hace pocas horas no sólo representa un cambio generacional, sino la concreción en los hechos de algo que ya existía: mientras Mandela oficiaba como una suerte de presidente "ceremonial", Mbeki tomaba las decisiones desde hacía más de dos años en las cuestiones prácticas de gobierno.
"El interrogante no es si Sudáfrica puede sobrevivir sin Mandela, sino si Mandela era la persona indicada para encarar una etapa que exige mucho más que la reconciliación como meta", afirma Grieg Mills, director del Instituto Sudafricano de Relaciones Internacionales.
Si bien en los primeros cinco años del CNA en el poder se sentaron las bases jurídicas y las reglas de juego en la Sudáfrica que nació tras enterrarse la segregación, hay consenso en que ahora es tiempo de dar batalla a los flagelos que azotan el país, especialmente el desempleo, que según las estadísticas alcanzaría el 40 por ciento, y la falta de seguridad.
Desempleo creciente
Miles de puestos de trabajo se han perdido en los últimos años debido al lento crecimiento de la economía, a las necesidades de muchas empresas de adaptarse a una mayor competitividad global y a leyes laborales, consideradas demasiado estrictas, mientras el mercado informal se ha incrementado proporcionalmente.
No obstante una suba en el volumen de la inversión extranjera, ésta no alcanzó el nivel esperado, mientras que las exportaciones de plata, carbón y oro cayeron, debido a la crisis asiática.
"El nuevo gobierno debe concentrarse en la eficiencia y en acelerar las privatizaciones", señala Mills, que alude así en primera instancia a la política de "acción afirmativa", plasmada en una ley denominada de igualdad en el empleo, que tiende a favorecer a quienes han estado en desventaja, es decir, la población negra, al establecerse cupos de acuerdo con la composición demográfica. "Los cargos deben darse, tanto en el sector público como en el privado, sobre la base del mérito personal", añade Mills.
Las privatizaciones han sido demoradas por el Cosatu, la central sindical, socia del CNA en el gobierno.
El drama del desempleo se vincula con el otro grave problema que aqueja a la sociedad sudafricana, el de la falta de seguridad, que no es nuevo pero alcanza picos alarmantes. Ya en 1986, cuando Botha eliminó la aberrante obligatoriedad de los pases para poder circular en virtud de las áreas segregadas, miles de pobladores negros de zonas rurales deprimidas se volcaron a las ciudades en busca de trabajos inexistentes, porque las sanciones económicas ya golpeaban con dureza la economía. A ello se sumó el relajamiento de los controles fronterizos, que hizo que gran cantidad de armas livianas, en desuso por la finalización de las guerras civiles en Angola y Mozambique, ingresaran en forma ilegal a Sudáfrica por medio de distintas mafias.
Si bien las leyes son estrictas para obtener aquí un arma, sí se pueden comprar con llamativa facilidad en el mercado negro. Fue así como muchas de esas armas fueron a manos de desocupados, desesperados por asegurarse su supervivencia. El resultado: un incremento de robos, asesinatos, secuestros de automóviles, violaciones y otros delitos, a tal punto que un reciente informe del Parlamento indicó que hay ya 6000 compañías privadas de seguridad registradas que ofrecen sus servicios.
"Hay un creciente reclamo por reimplantar la pena de muerte desde vastos sectores de la población, tanto negra como blanca", apunta Clive Napier, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Sudáfrica. La pena capital fue abolida en 1994 por la nueva Constitución, y sólo podrá ser reimplantada si se enmienda la carta de derechos.
La ilusión del arco iris
"La gente la pide para los delitos graves, porque piensa que tendrá un efecto disuasorio. Es materia opinable. Pero sí es absolutamente necesario establecer fianzas más severas y mejorar la estructura policial", añade Napier.
Los azotes del desempleo y el crimen han opacado los avances logrados -aunque lentos- para reconciliar a la sociedad, que se refleja en una atmósfera de menor tensión. Sin embargo, todos reconocen que aún habrá que esperar para que esa "sociedad del arco iris" deje de ser una ilusión. "Este país ha pasado por 300 años de odio y racismo, y es ilógico pensar que en cinco años todo habría quedado olvidado", dice el analista político Dirk Kotzé.
Seguramente, serán las futuras generaciones sudafricanas las encargadas de hacer realidad ese sueño, porque conocerán el apartheid sólo por los libros de historia.
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