Los Kirchner nadan contra la corriente
Los líderes de las principales potencias coincidieron durante el fin de semana en que la crisis de la economía global debe ser enfrentada, como lo fue la Gran Depresión de los años 30, con políticas monetarias y fiscales expansivas, capaces de atenuar la contracción de los próximos años. Esa corriente internacional encuentra a la Argentina, otra vez, nadando en contra. Mientras sus colegas se preparan para devaluar y gastar más, los Kirchner están inquietos por asegurar el superávit fiscal, resistir la corrida contra el dólar y contener la inflación. El mundo vuelve a Keynes (que formuló sus teorías en el marco de aquella depresión) y se cruza con el gobierno argentino, que sale de viaje hacia la ortodoxia.
Dos razones principales explican la contradicción. Una es que la desen- frenada expansión de la demanda que el Gobierno alentó, contra todos los consejos, durante los últimos años melló los instrumentos de política económica que ahora, con las vacas flacas, se vuelven imprescindibles.
La otra explicación es conceptual: los Kirchner todavía no sacaron todas las conclusiones que se desprenden de la hecatombe internacional. Si lo hicieran, acaso tampoco podrían adaptarse a la nueva geometría.
La Argentina se despreocupó de la inflación cuando casi nadie lo hacía, forzó un tipo de cambio fijo y alto cuando los vecinos revaluaban sus monedas y exageró el gasto público hasta ponerse al borde de la cesación de pagos. Ahora, cuando llegó la hora de aplicarla, la receta de la reactivación no está disponible. El Gobierno saldrá a esquiar en traje de baño.
Néstor Kirchner, que a pesar del espectáculo de luz y sonido montado por Sergio Massa en la Casa Rosada sigue siendo el único conductor de la política económica, está obsesionado por el monto de la recaudación, el nivel de las reservas y la velocidad de la corrida hacia el dólar. Son desvelos anacrónicos, pero inevitables.
Hay muchas evidencias de ese desfase. Mientras para Massa el principal objetivo del Gobierno es mantener el nivel de actividad y que no se destruyan empleos, Martín Redrado subió dos veces la tasa de interés en los últimos 10 días. El costo del dinero es hoy una de las dificultades mayores para cualquier proyecto productivo. Se lo puede contar a Kirchner su amigo Sebastián Eskenazi: YPF, la mayor empresa argentina, peleó con las AFJP toda la semana para capturar 150 millones de dólares, pero todavía no los consiguió por su negativa a convalidar una tasa del 14%. Es lo que pagó AT&T el miércoles pasado en los Estados Unidos.
El mismo Massa, con sus inspecciones oculares al Indec, ha de ser el único funcionario del planeta preocupado por demostrar que la inflación está bien medida. Ahora le pedirán explicaciones sobre los índices de empleo y actividad. Hasta la Coalición Cívica, inspirada en un keynesiano puro como Alfonso Prat-Gay, señaló que la inflación debería ser hoy, frente al desempleo, una inquietud tangencial.
Está naciendo un mundo para el que Guillermo Moreno comienza a volverse inofensivo. El fraude estadístico ya no interesa a los bonistas: los títulos públicos cotizan con tasas del 35%, lo que indica un riesgo similar al de días antes del default de 2001. Que la inflación sea del 10 o del 30% ya no afecta al negocio: nadie quiere esos activos. Por eso los Kirchner parecen detenidos en el tiempo para otra operación relevante: el canje de deuda.
Un juego imposible
Uno de los más hábiles operadores del mercado financiero lo explica así: "El bono de descuento que pedían los bonistas cayó un 40% desde que se realizó el anuncio. Ahora ellos exigirán mucho más. Y eso hará bajar los precios porque se ofrecerán más títulos de esos que el mercado rechaza. Un juego imposible". Aun así, allegados a Massa siguen peleándose por el monto de las comisiones con los bancos que se sumaron a la reestructuración.
Y el contador Florencio Randazzo promete que también se le pagará al Club de París. A esta altura del colapso, esa repentina buena conducta tal vez resulte estéril. Es como si alguien intentara salvarse del hundimiento del Titanic poniéndose a ordenar el camarote.
El derrumbe en el precio de los bonos puso bajo la mira de los funcionarios la política de compras del Banco Central en los últimos meses. Expertos del mercado calculan que en estos días la entidad puede haber perdido alrededor de US$ 1000 millones. En la primera -y tal vez última- reunión del Comité de Seguimiento de la Crisis, se le pidió a Redrado que coordine las compras con el resto de los organismos públicos. Fue por indicación expresa de Kirchner. Con la postergación, en el mejor de los casos, del acuerdo con los holdouts -el de los préstamos garantizados sigue adelante- habrá menos recursos fiscales.
Retrato en sepia
El Presupuesto 2009 ya es un retrato en sepia. En la Secretaría de Hacienda confiesan que se lo calculó sobre la base de un precio de US$ 400 dólares para la tonelada de soja. El "yuyo" cotizó el viernes a US$ 334,35. En los valores siderales que habían alcanzado las commodities tuvo que ver el consumo asiático, pero también la especulación financiera. La baja en el precio del petróleo (el barril cerró a US$ 76 el viernes) también afecta a la soja, porque fabricar biocombustibles será menos rentable.
Es posible que Cristina Kirchner, cuando despotrica contra la burbuja, no advierta hasta qué punto se benefició de ella. Con la caída de los hidrocarburos también puede caer (en ridículo) Julio De Vido, que insiste en viajar a Houston en noviembre para proponer un plan de exploraciones off shore que ya no era atractivo cuando el barril cotizaba a US$ 146. Eso sí, De Vido podrá festejar que bajarán de precio los combustibles que la Argentina debe importar como consecuencia de su política energética. Moreno podrá colgar los guantes también en su pelea con las petroleras.
Frente al derrumbe de los ingresos por exportaciones, diputados como Jorge Sarghini reclamaron el envío de otro presupuesto. Pero el oficialismo quiere tratar la ley esta semana.
El proyecto da por supuesta la recaudación del impuesto al cheque, que vence a fin de año y todavía no fue prorrogado.
El Gobierno se dice preocupado por la pérdida de empleos, pero igual se aferra a ese instrumento, que opera como un yugo sobre las pymes. También eximirá al Banco Nación de la prohibición de destinar al Estado dineros reservados a la producción. Urgidos por fondos, los Kirchner se vuelven recesivos.
Otra variable desactualizada en el presupuesto mejora las cuentas: la paridad cambiaria de $ 3,19 por dólar. El dólar cerró el viernes a $ 3,29 después de que el Banco Central cedió reservas por más de US$ 300 millones, según funcionarios de la entidad.
Kirchner es quien fija el tipo de cambio, según la devaluación del real. Como a la UIA, le gustaría llevarlo a $ 3,50 o más. De paso, licuaría el gasto fiscal. La teoría del desdoblamiento oficial de cambios, a la bolivariana, vuelve a estar de moda. Pero Redrado atemoriza a su jefe con una estampida inflacionaria.
También en esto el Central bracea contra la corriente, víctima de que la Argentina ya adoptó, durante años y a deshoras, el rumbo que el resto del mundo se dispone a tomar en estos días.
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