Piensen lo que piensen, lo importante es ir a votar
La decisión de que el Reino Unido permanezca o no en la UE puede estar en manos de neozelandeses, australianos y canadienses. Una de las peculiaridades del sistema electoral británico es que muchos ciudadanos de la Commonwealth que viven en el Reino Unido tienen derecho a votar en el referéndum, mientras que los franceses e italianos que llevan 30 años viviendo aquí, no. No tiene ningún sentido, pero, como decía Benjamin Disraeli, en Inglaterra no gobierna la lógica, sino el Parlamento.
En cualquier caso, si tiene usted derecho a votar, sea joven o viejo, inglés, escocés, irlandés o jamaicano, por favor, vaya a votar.
Lo único en lo que están de acuerdo las dos partes de un debate cada vez más enconado es en que ésta es la decisión más importante que van a tomar los británicos desde hace 40 años. Si creemos en el autogobierno democrático, es obligatorio que acudamos a votar cuantos más, mejor. El autogobierno democrático es un punto fundamental del Brexit. De hecho, es su argumento más noble, muy alejado del alarmismo sobre la inmigración. En unos comicios que están perdiendo a toda velocidad cualquier atisbo de respeto mutuo, me parece importante decir que en el bando favorable a la salida hay algunos, no recién llegados como Boris, sino euroescépticos de toda la vida, que llevan años hablando de ello.
Y si el argumento central de los que quieren marcharse es que los británicos deben decidir democráticamente sus leyes y su futuro, entonces son ellos quienes deberían insistir más en que la gente se inscriba para votar. Pero resulta que pasa todo lo contrario. Los que están exhortando a ejercer el derecho democrático al voto son los partidarios de seguir en la Unión, mientras que sus adversarios guardan un extraño silencio.
El motivo del extraño silencio de los del Brexit está claro. Si el 23 de junio hay más participación, eso favorecerá seguramente la opción de quedarse. Sobre todo si esos nuevos votantes son jóvenes. Según el último recuento, las personas con derecho a voto que se han inscripto son aproximadamente el 95% de los mayores de 65 años, pero sólo el 70% de los que tienen entre 20 y 24 años. Los de más edad tienden a ser partidarios de marcharse, y los más jóvenes, de permanecer. Por tanto, siendo realista ¿o cínico?, el bando del Brexit debería querer que los mayores hagan su larga marcha hasta los colegios electorales y que los jóvenes se llenen de pastillas y se vayan al festival de Glastonbury. En lugar de la mentira de que Gran Bretaña envía 350 millones de libras semanales a Bruselas, sus autobuses deberían llevar este lema: "Acude, abuelo; relájate, nieto".
He hablado con la comisión electoral para intentar averiguar cómo están las cosas. Un minucioso estudio realizado en 2014 llegó a la conclusión de que había alrededor de 7,5 millones de personas mal inscriptas, el 15% del electorado. Los que menos se inscriben suelen ser los jóvenes, los que acaban de mudarse y los que viven de alquiler (podemos aventurar que en estas dos últimas categorías se incluyen muchos jóvenes, aunque también personas más pobres que, según los sondeos, estarían más dispuestas a votar por el Brexit). Otro informe indica que en las elecciones de 2015 sólo votó el 43% del grupo de entre 18 y 24 años, frente al 78% de los mayores de 65.
Una pregunta interesante pero imposible de responder es hasta qué punto esa abstención es fruto del azar y de la apatía, de cambios de domicilio sin darse cuenta de que hay que inscribirse, o más bien una exhibición activa de partidismo. Incluso entre mis alumnos de Oxford, que no son precisamente el grupo más desfavorecido del país, me encuentro con muchos que dicen que "si el voto cambiara las cosas, lo abolirían": piensan que la política es cosa de unas élites remotas e interesadas y que el verdadero poder lo tienen las grandes farmacéuticas y Google.
Algunas de las medidas dirigidas a los jóvenes recuerdan a una abuelita poniéndose una minifalda de cuero. David Cameron ha utilizado Tinder, la aplicación de citas, para convencerlos. Una campaña publicitaria llamada #votin (votin.co.uk) utiliza una jerga supuestamente juvenil mientras una chica se sumerge en el océano. Es de vergüenza ajena, y más bien condescendiente.
Pero no me parece mal que una organización llamada Bite the Ballot (muerde la boleta) haya lanzado una campaña para que se inscriba la gente antes de que acabe el plazo. Unos estudiantes de Oxford tienen una página de Facebook, Pledge2Reg, en la que la gente deja fe de que se ha inscripto. Ofrecen recompensas como 150 donuts y la visita de un camión de helados para los colegios con más inscriptos. Yo he añadido a las donuts un premio de 500 libras al colegio de Oxford que tenga mayor porcentaje de alumnos inscriptos para votar.
No voy a negar que espero que voten por la permanencia, pero les aseguro que prefiero que voten por la salida a que se abstengan. Pase lo que pase, éste debe ser un gran momento para la democracia deliberativa, como fue el referéndum sobre la independencia escocesa en 2014. Hasta ahora, la campaña ha sido una mezcla entre una partida de mentirosos y una riña de bar.
El autor es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford
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