Sarkozy, del cambio al desencanto
PARIS.- Nicolas Sarkozy ganó las elecciones de 2007 con la propuesta de cambiar una Francia adormecida, pero durante sus cinco años de mandato se labró una imagen de presidente desordenado e impulsivo y llegó a convertirse en el mandatario más impopular de la V República.
Sarkozy, de 57 años, se enfrentará en la segunda vuelta con el socialista François Hollande, y aunque desde hace meses las encuestas lo vienen dando sistemáticamente derrotado en el ballottage del 6 de mayo, no baja los brazos.
Ya de chico su sueño era ser presidente. Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa, hijo de un inmigrante húngaro, lo logró pese a que su familia no formaba parte de la burguesía francesa y a que él no había estudiado en las prestigiosas escuelas en las que se forman las elites del país.
Ambicioso, trabajador, enérgico, comenzó su militancia en la derecha a los 19 años. Con apenas 28 años fue elegido alcalde de Neuilly, un suburbio acomodado de París. A los 34 conquistó su primer escaño de diputado y cuatro años después logró una cartera ministerial, la primera. A los 52 fue elegido presidente.
Al llegar al poder con 53% de los votos en mayo de 2007 -derrotando en la segunda vuelta a la socialista Ségòlene Royal- con la promesa de "reformar Francia", gozaba de una popularidad sin igual para un mandatario francés desde el general Charles de Gaulle, fundador de la V República en 1958. "No tengo derecho a decepcionar", dijo el día de su asunción.
Pero el estado de gracia duró poco y terminó siendo el presidente más impopular de Francia, el primero de la V República que no gana en la primera vuelta electoral.
Nicolas Sarkozy es un estilo. Sin complejos, como la derecha que desea encarnar, quiere trastrocar los códigos, decir las cosas directamente, avanzar rápido.
Pero sus modos escandalizaron a muchos en Francia. La misma noche de su elección, festejó su victoria en el exclusivo restaurante Le Fouquet's de los Campos Elíseos, antes de pasar sus vacaciones en el yate de un acaudalado empresario. Rápidamente recibió el calificativo de "presidente bling-bling ", expresión con la que se hace alusión a una vida de nuevo rico. También irritan su manera de ejercer el poder y su voluntad de controlar y decidirlo todo, relegando al premier, François Fillon, al rango de simple "colaborador".
A la hora del balance, sus partidarios alaban su voluntarismo, que lo empujó en 2011 a ser el motor de la intervención internacional en Libia o a contribuir a encontrar soluciones para evitar la bancarrota del sistema bancario global en 2008.
Es elogiado también por su "coraje" para imponer medidas impopulares para, según ellos, hacer que Francia avance, como la reforma del sistema de jubilaciones, la reducción de funcionarios (al no reemplazar uno de cada dos jubilados) o el servicio mínimo en los transportes públicos en caso de huelga.
Deborah Pasmantier
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