Algunos dicen que los ayuda a pasar desapercibidos y reduce las interacciones sociales, incluso llamar menos la atención de los maestros en la escuela
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Laura* tenía 10 años cuando comenzó a usar una máscara por las mismas razones que todos usamos: para protegerse del Covid-19 y detener la propagación del virus. Ahora, después de casi tres años y al inicio de su pubertad, la máscara tomó otro lugar en su vida: el de un objeto que oculta su rostro y la ayuda a lidiar con las inseguridades sociales.
Su hermana dice que en un viaje a la playa Laura usó una máscara, incluso para entrar al mar. En ocasiones como esta, el sol marca el contorno de la mascarilla en su rostro, haciéndole aún más difícil dejar de llevar el accesorio en público.
Esta historia es uno de los cientos de relatos de jóvenes brasileños que hay en las redes sociales, especialmente adolescentes, que dicen que les cuesta salir a la calle sin mascarilla porque les da vergüenza mostrar su cara.
En muchos casos son los únicos alumnos de la clase que siguen utilizando el accesorio con rigor, y son acosados por compañeros que cuestionan su uso e incluso intentan quitárselo a la fuerza. Otros dicen que la máscara los ayuda a pasar desapercibidos y reduce las interacciones sociales, incluso llamar menos la atención de los maestros.
La situación adquiere complejidad en un momento de recurrencia de casos de coronavirus, en el que se recomienda la mascarilla para frenar la propagación de la enfermedad.
¿En qué momento, entonces, se vuelve preocupante el uso riguroso de accesorios por parte de los adolescentes? ¿Y cómo pueden los padres y profesores hacer frente a esta situación?
Un viejo hábito
El hábito de usar accesorios que distraen la atención de otras personas no es algo nuevo entre los adolescentes. Sudaderas holgadas, gorras y cabello largo sobre la cara son algunos de los “mecanismos” a los que recurren los jóvenes para lidiar con las inseguridades relacionadas con la autoimagen corporal, explica el psicólogo y doctor en educación Alessandro Marimpietri.
La cantante Billie Eilish es un ejemplo de este comportamiento: cuando tenía 17 años declaró que prefería usar ropa holgada para que los fanáticos y la prensa no la sexualizaran por sus grandes senos.
Marimpietri explicó que la reclusión forzosa y la disminución del contacto social impuesta debido a la pandemia del covid-19 agravaron este problema.
“Un adolescente que entró en la pandemia con 13 años y ahora tiene 15, por ejemplo, cambió muy sustancialmente desde el punto de vista físico. Muchos ya no estaban seguros de cómo se presentarían entre sí desde el punto de vista de la imagen y la máscara aparece como un escudo simbólico de protección, como si la propia imagen estuviera protegida por un borde que me protege de la mirada del otro”, agrega.
El experto afirma que los problemas de imagen corporal se inflaron durante la pandemia, cuando nuestro recurso de interacción social a menudo era digital. “Verse todo el tiempo en las pantallas y en los ángulos de las cámaras digitales, cambió la autopercepción de todos los sujetos: niños, adultos, ancianos”, indica.
Lo que se pierde en esconder el rostro
Marimpietri explica que las expresiones faciales son “señales no verbales importantes para el desarrollo de la vida del sujeto, desde el punto de vista psíquico, la interacción social e incluso la cognición”. Al ocultar parte del rostro con la mascarilla por tiempo indefinido, los adolescentes también ocultan estas claves fundamentales para la convivencia y la interacción socio-afectiva.
Esta pérdida es percibida por Simone Machado, profesora de lengua portuguesa de la red pública de enseñanza de São Paulo. “Los profesores leen todo el tiempo a los alumnos, incluso cuando no dicen nada. Son expresiones de duda, por ejemplo, que nos hacen repetir una explicación. Las mascarillas dificultan ese intercambio”, afirma.
La docente relata que aquellos alumnos suyos que siguieron usando el tapaboca, aun cuando se relajó la medida, ya tenían conductas introspectivas y dificultades de socialización. Uno de ellos, dijo Machado, fue aún más tímido después de la pandemia. “Es como si la máscara fuera otra pared en su socialización con el mundo. Incluso su mirada se ha vuelto menos expresiva, y cuando le hago preguntas, solo responde asintiendo; ni siquiera puedo recordar cómo sonaba su voz”, revela
Añade que esta situación es especialmente delicada con el aumento de casos de contagio de coronavirus. “¿Cómo decirle a los padres de un estudiante que su hijo ‘lleva la máscara todo el tiempo’?”, inquiere.
Cómo manejar la situación en casa
La madre de Laura, el personaje que abre este texto, describe el comportamiento de su hija como algo pasajero. Según la hermana de la niña, “mi mamá dice que es solo una fase, y que Laura* está ‘jugando’”.
Relata que un tío ya obligó a Laura a quitarse el cubrebocas en un evento familiar, pero que la joven estaba visiblemente incómoda. “Le digo a mi madre que lleve a Laura a un psicólogo, pero ella no escucha”, agrega la chica, quien explica que su hermana pasa la mayor parte del día en la computadora, jugando RPG, un juego en el que cada jugador está representado por un personaje ficticio, con su propia narrativa y características.
Fabiana*, otra madre cuyo hijo también tiene dificultades para salir de casa sin mascarilla, dice que a los padres les puede resultar difícil entender este comportamiento. Como perdieron a dos familiares cercanos por covid-19, ella asoció el uso estricto de la máscara de su hijo con el miedo a infectarse y propagar el virus.
Con el tiempo, se dio cuenta de que el accesorio adquirió otras connotaciones. “Pasó la pubertad en la pandemia, ahora tiene granitos y se puso frenillos. Más de una vez me dijo: ‘Soy feo, mamá’”.
La mujer admite que perdió la paciencia con el comportamiento de su hijo. Pero dice que, por lo general, se suele hablar del tema y que él mismo ya decidió flexibilizar ese uso el próximo año.“Esta es una de las estrategias más importantes que los padres pueden adoptar”, asegura Marimpietri.
“No hay receta. Pero, en un mundo que se construye con palabras, es necesario acceder a los jóvenes a través de ellas: comprender qué motiva este comportamiento y pensar, poco a poco, en formas alternativas de enfrentar estos sentimientos”, explica.
En el ambiente escolar
En la escuela, la profesora de geografía Luciana Cardoso destaca la importancia de las conversaciones entre profesores. “Fue en el ‘consejo de clase’ que descubrí, por otro maestro, que un alumno mío siempre usa una máscara por vergüenza debido a que le falta un diente”, comenta.
Si un profesor de Educación Física, por ejemplo, observa que el alumno practica deporte con sudadera y mascarilla, esto dispara una alerta diferente para los docentes que solo los ven en el aula, indica Cardoso.
Para Machado, una estrategia interesante es no hablar directamente del uso insistente del tapabocas, sino tratar de incentivar la socialización de estos alumnos de otras formas, transmitiendo el trabajo en grupo dentro y fuera del aula, por ejemplo.
La pediatra Evelyn Eisenstein recuerda que, entre los jóvenes, es más común que haya conductas negligentes con respecto a las medidas sanitarias para combatir la covid. “Estamos en un momento de cautela, en el que se debe utilizar la mascarilla en aglomeraciones como el transporte público, los centros comerciales y también en los colegios”, finaliza.
*Por Ian Alves
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