Un año de acciones concretas tras la ola de escándalos
Roma.- Si para el papa Francisco el 2018 fue un "annus horribilis", marcado por el estallido de una nueva ola de escándalos por abusos sexuales en el clero, comenzada en Chile y por la acusación de un exnuncio del ala ultraconservadora de ser el máximo encubridor de un excardenal estadounidense, 2019 terminó de forma muy distinta.
Desde principios de año, en efecto, consciente de que la Iglesia Católica, desacreditada como nunca, se juega su credibilidad con el horror de los abusos, el exarzobispo de Buenos Aires fue directo al blanco. Y comenzó a dar una respuesta concreta.
Todo ocurrió como en un in crescendo de acciones inimaginables hace algunos años, tomadas pese a la fuerte oposición de los sectores más conservadores, reacios a cambiar esa cultura del silencio que reinó durante décadas.
Francisco primero convocó, en febrero, a una cumbre de los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo en la que, por primera vez, se puso sobre la mesa un tema antes tabú, los abusos sexuales de menores por parte de sacerdotes y su encubrimiento por parte de la jerarquía. En esta reunión las víctimas, antes ninguneadas, fueron protagonistas.
En vísperas de esta cumbre, el Papa redujo al estado laical al excardenal estadounidense Theodore McCarrick, arzobispo emérito de Washington. Nunca, en tiempos modernos de la Iglesia, se había sancionado con esta pena, la máxima, a un prelado de tan alto rango, que fue miembro del Colegio Cardenalicio.
El escándalo McCarrick se había agigantado en agosto del año pasado cuando el exnuncio en Estados Unidos, Carlo María Viganò, sin prueba alguna y con el respaldo de medios ultraconservadores estadounidenses, lo usó para denunciar en una carta a varios pesos pesados de la Curia romana y al propio Francisco, de haber encubierto durante años sus abusos.
En un reflejo de que se acabó la impunidad para los altos prelados de la Iglesia ("no habrá chicos de papá en este pontificado", dijo una vez Francisco), en marzo pasado también se vio algo nunca antes visto.
Un cardenal, en este caso el australiano George Pell, exzar de las finanzas del Vaticano, con una sentencia que confirmó su encierro en una prisión de Melbourne, luego de una condena en primer grado a tres años y nueve meses de prisión por abusar de monaguillos. Algo que jamás hubiera ocurrido en otra época.
Mientras tanto, como primer resultado de la cumbre de febrero, el Papa promulgó el 29 de marzo una nueva ley para el pequeño Estado del Vaticano, que se espera que sea un modelo para todos los episcopados, que obliga a señalar los abusos a las autoridades competentes, prevé sanciones para quienes no lo hagan y un novedoso "servicio de acompañamiento para las víctimas".
El segundo resultado fue el motu proprio Vos estis lux mundi, de mayo, considerado crucial para revertir la cultura del encubrimiento ya que deja claro que es responsabilidad de todos denunciar abusos, no sólo de los obispos y que si hay negligencia, ése será un motivo de remoción.
El tercer resultado, y el más radical, fue la abolición del secreto pontificio en los casos de abusos, algo considerado a todas luces histórico, ya que esta regla durante décadas sirvió de excusa para no colaborar con la justicia civil y para silenciar a las miles de víctimas.
No por nada ayer los también llamados "sobrevivientes", personas marcadas de por vida por el espanto cometido por ministros de la Iglesia, por primera vez dejaron de lado las críticas y manifestaron satisfacción ante el paso adelante dado.
"Quiero agradecer al Papa lo que ha hecho pese a tener obispos y cardenales en contra", dijo a la nacion Juan Carlos Cruz, víctima emblemático chilena, en diálogo telefónico desde Filadelfia.
"El carnaval de oscuridad y terror se termina porque el secreto pontificio es lo que muchos obispos usan como una pared para que no haya transparencia", dijo, y destacó que "aunque esto sigue, hay que darle crédito al Papa de que está haciendo lo correcto".
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