Dilma dio la última batalla, pero sus horas parecen contadas
BRASILIA.– La suerte está echada para Dilma Rousseff. En lo que podría ser su última presentación pública como mandataria, se defendió ayer enérgicamente ante el Senado de los crímenes de responsabilidad que sustentan el juicio político en su contra, pero no parecía haber logrado torcer la mayoría a favor de su destitución.
En un duro mensaje, durante el que se quebró en más de una ocasión, advirtió a los senadores que si su destitución es aprobada será un golpe contra la democracia, y no se privó de acusar de “usurpador” a su sucesor interino, Michel Temer. “El futuro de Brasil está en juego”, advirtió.
Por primera vez desde que empezó el polémico proceso de impeachment, a fines del año pasado, Dilma se presentó en persona ante sus acusadores para justificar las irregulares maniobras fiscales que tomó en los últimos dos años, presuntamente para esconder el déficit. Si dos tercios del Senado (54 de 81 bancas) la declaran culpable en la votación, que debería ocurrir entre hoy y mañana, será automáticamente removida del cargo.
En ese caso, Temer, su distanciado vicepresidente, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), quedaría al frente del Palacio del Planalto hasta fines de 2018. En cambio, si es absuelta, volverá de inmediato al poder.
"Estamos a un paso de la consumación de una grave ruptura institucional, a un paso de un golpe de Estado. Un golpe que si es consumado derivará en la elección indirecta de un gobierno usurpador", resaltó la atribulada presidenta ante el plenario, repleto de periodistas e invitados especiales tanto de la parte acusatoria como de la defensa, como el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, su padrino político, y el músico Chico Buarque.
En su mensaje inicial, seguido con mucha expectativa por todo el país, Dilma, una ex guerrillera de 68 años que fue presa y torturada por la dictadura, optó por un discurso fuerte pero tranquilo y emotivo, que por momentos inclinó la balanza a su favor. Sin embargo, ya en la interpelación de los senadores, a lo largo del día y hasta entrada la noche, no pudo evitar un estilo arrogante que durante su gestión la aisló políticamente y la llevó al riesgoso abismo en el que ahora se encuentra.
"Sé que seré juzgada, pero mi conciencia está limpia; no he cometido ningún crimen. Les pido que sean justos con una presidenta honesta", casi suplicó. Su voz llegó a quebrarse en un trecho del discurso, cuando recordó que superó los abusos de los militares cuando era joven y un cáncer linfático antes de lanzarse a la presidencia; pero aclaró que lo que más teme hoy, ya como madre y abuela, es "la muerte de la democracia", mientras siente el "sabor áspero y amargo de la injusticia".
"No esperen de mí el obsequioso silencio de los cobardes. En el pasado con las armas, y hoy con la retórica jurídica, pretenden nuevamente atentar contra la democracia", agregó, para calificar de "pretextos" las bases legales del impeachment, que para ella fueron medidas de contingencia ante la crisis económica, que otros mandatarios antes también realizaron.
Sus palabras introductorias, que duraron 45 minutos, fueron recibidas por aplausos de algunos senadores petistas y simpatizantes, pero luego el presidente del Supremo Tribunal Federal (STF), Ricardo Lewandowski, que por la Constitución encabeza estas sesiones finales del proceso de impeachment, pidió que no se realizaran expresiones de apoyo o rechazo. "Esto no es un debate, es un juicio", recordó.
Ya durante la interpelación de los legisladores, Dilma fue perdiendo la serenidad y asumió su conocido estilo duro y combativo, reacio al diálogo. En ocasiones, prefirió no responder las preguntas que le hicieron sus acusadores o fue a la carga contra Temer, sus ex aliados del PMDB y el opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), ahora principal socio del gobierno interino. Hizo oídos sordos a las críticas por la mala administración económica en general, que generó una recesión de 3,8%.
"Venció las elecciones [de 2014] faltando a la verdad y cometiendo ilegalidades", la acusó su antiguo rival socialdemócrata, el senador Aécio Neves, mientras que otros legisladores opositores la responsabilizaron también por el escándalo de corrupción en Petrobras.
Con el ojo puesto en una eventual y muy difícil absolución, Dilma reiteró su propuesta de convocar a un plebiscito para realizar nuevas elecciones si llegara a sobrevivir a la votación final. Adelantó también que si es condenada apelará al STF, pero cuando le preguntaron si creía que la Corte Suprema también era parte del "golpe" que se estaba gestando, evitó una definición que le complicara el camino.
Mientras tanto, desde bastidores, Lula hacía todo lo posible por convencer a algunos senadores indecisos y apuntaba a congresistas del empobrecido nordeste. Para los impulsores del impeachment, era una misión infructífera.
"Nada de lo que hagan a esta altura cambiará la opinión de la mayoría de los senadores", comentó a LA NACION Alvaro Dias, del Partido Verde, una agrupación independiente que compartía el pronóstico del gobierno de Temer: unos 60 senadores deberían votar a favor de la condena.
Tranquilo por cuál será el resultado del tablero en las próximas horas, Temer vio por televisión el discurso de Dilma desde su residencia, el Palacio de Jaburu, y por la tarde encabezó un acto con atletas paralímpicos en el Palacio del Planalto.
"Soy obediente de las instituciones y espero que el Senado decida", dijo a la prensa, tras resaltar que no había tenido tiempo para ver toda la interpelación de su ex compañera de fórmula.
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