Ana Katz habla de su nueva película, El perro que no calla: “Siempre me asombró el rechazo de la sociedad hacia los hombres que se emocionan”
La prolífica directora, autora y actriz adelanta detalles de su sexto largometraje, que se estrena este jueves en los cines y al mismo tiempo compite en el Festival de Cine de Mar del Plata
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“Veo a la gente muy sensible, ahora que estamos en un momento menos áspero de la pandemia”, dice Ana Katz. La prolífica y aplaudida actriz, autora y directora encuentra una pausa para hablar con LA NACION de su sexta película, El perro que no calla, que llega este jueves 25 a los cines mientras participa al mismo tiempo de la competencia latinoamericana del Festival de Mar del Plata. Fue, además, la única producción argentina seleccionada para la selección oficial del renombrado Festival de Sundance y ganó el premio Big Screen en otra prestigiosa muestra internacional, la de Rotterdam.
El perro que no calla es una historia austera y contenida, filmada a lo largo de varios años, sobre un joven llamado Sebastián (personificado por Daniel Katz, hermano y habitual colaborador autoral de la directora) que atraviesa de manera bastante complicada sus treinta y pico. No puede sostener un trabajo estable, va y viene en cuestiones afectivas y su sensibilidad lo lleva por caminos inesperados.
Todo se dificulta todavía más cuando aparece en el aire una especie de virus que obliga a las personas a usar todo el tiempo una escafandra y además afecta movilidades y desplazamientos. Katz nunca imaginó que esas imágenes se harían premonitorias. “Empezamos a hacer esta película en 2016 –cuenta– y esas secuencias se filmaron un año antes de que apareciera la pandemia real. Yo lo llamaba un ataque mundial o una peste, y tenía que ver con algo que seguramente ya estaba en el aire, entre la falta de escucha entre nosotros y los problemas ambientales encadenados”.
-Esta es la película más corta de toda tu carrera, con apenas 73 minutos, y la que más tiempo te llevó hacer.
-Sí, es verdad. Una de las herramientas principales de El perro que no calla es la elipsis. Y pasé todos estos años con ella a cuestas. Sentía que de esa manera aparecía lo más desafiante y hermoso que tenía esta historia, la construcción de las emociones. Quería narrar la vida de Sebastián a través de esas emociones como si fuesen las estaciones de un año, que son las estaciones de la vida de él.
-No es la manera convencional de contar una historia de vida.
-Desde el principio quería que el espectador no la viviera con la estructura clásica de que primero pasa una cosa y después la otra. Que sintiera lo mismo que pasa por el cuerpo cuando recordamos ciertas cosas y aparece una ráfaga de memoria emocional que no se construye de la misma manera que un álbum de fotos. Por eso me permití usar distintas herramientas, como los dibujos. Es además la primera vez que escribo algo que tiene como protagonista y conductor del tren a un personaje varón y sus emociones. Me animé a soltar amarras y lo siento como un regalo.
-¿Qué quiere decir eso de soltar amarras?
-Que me animé a hacerla ahora porque tengo más experiencia. Eso me permitió, por ejemplo, cortar una escena en un momento crucial y pasar a unos dibujos. Por otro lado, yo quería contar una historia sencilla. Acercarme a toda la poesía de la vida de Sebastián desde un lugar cercano, íntimo. No delirante o que no se entendiera.
-Cuando un director recurre a la elipsis está invitando al espectador a completar con la imaginación aquello que no se muestra.
-Me parece hermosa esa idea tan simple de no estar, de construir sin la imagen, algo que está muy presente en la literatura. Estamos tan sobreestimulados de imágenes que a veces hay una especie de autosordera o autoceguera frente a lo que se repite todo el tiempo. “Otra vez sopa”. A veces se desactiva la capacidad más humana de conectarte con una historia, porque tenemos automatizado el mecanismo de ver algo. ¿Qué pasa cuando veo algo, me conecto, me río, lloro y resulta que al final eso que me cuentan no me importa? Yo trabajé mucho con lo que pasa cuando se corta la luz. Al principio decís “me muero” y después, de a poco, se te ocurre ir a la terraza, prender una vela, mirar a tu alrededor. Y cuando la luz vuelve sentís un poco de pena. Se acabó lo que aparecía como un espacio humano de verdad. Esta película está ahí, en ese momento de luz cortada. Y en ese intento de escuchar a alguien. Algo que estuvo siempre, pero hoy aparece un poco alejado de nosotros.
-¿Con qué actitud esperás que la gente se disponga a ver tu película?
-Me gustaría que la vean con el corazón y desarmados. Lo que más me conmueve es la capacidad que tiene el cine de pensar desde un lugar no construido previamente. Hay una zona que tiene que ver con lo que se define o nombra como “humano” y que precisamos mucho. Yo veo a la gente muy sensible, ahora que estamos en un momento menos áspero en relación a la pandemia. Y ya no habla. Hoy lo que más se fortalece en términos narrativos es la intimidad. No me parece algo chiquito. Allí vibra algo necesario.
-¿Hay en tu círculo cercano o tu memoria personajes parecidos a Sebastián que hayas conocido y quedan representados en esta película?
-Sí, definitivamente. Por eso también quería que mi hermano Dani actuara. Siempre me asombró el rechazo de la sociedad hacia los hombres que se emocionan, que cuidan una planta o un perro, que acompañan a un enfermo. Muchos de mis amigos son Sebastianes. Y mucho del trabajo de este feminismo que hoy está revolucionando todo pasa por darle el lugar que corresponde a esos varones.
-Sebastián es un héroe para vos.
-Tal cual. Algunos dicen que es un personaje pasivo, que no hace nada. Y yo siento en cambio que una persona capaz de dejar un trabajo con tal de no abandonar a su perro es alguien que no para. En el mundo hay muchos sebastianes que la han pasado muy mal. Ahora se les da un poquito más de lugar, pero sigue ocurriendo. Existen, hay un montón. Carlos Portaluppi es uno. Mi hermano Daniel es otro. Nico Villamil, que hizo la música de la película y nos dejó hace poco, también.
-¿Como lo convenciste a Daniel para que fuese el protagonista?
-Cuando se lo propuse le dije que estaba buscando una verdad que sabía que él me iba a dar en sus ojos, en la manera de mirar y de conectarse con los demás. Y yo quería solamente esa verdad desde su lugar de varón.
-Mientras esta película tiene una economía narrativa notable, aparece por otro lado para vos la posibilidad de tomarte todo el tiempo del mundo para contar otras historias en series que se ven ahora en las plataformas, como Terapia alternativa.
-En el medio del proceso más duro de la pandemia yo escribí muchísimo y en equipo, que es una de las cosas más hermosas que se pueden hacer. Tuve la oportunidad de trabajar con grandes autores y con actores maravillosos, a quienes traté de darles la posibilidad de jugar sus solos dentro de una gran orquesta para que se luzcan.
-¿Qué te ofrece el tipo de narración que se programa y se ve en una plataforma de streaming?
-Aprovechar esa llegada a un montón de gente para contar cosas desde un lugar un poco más desarmado y absurdo. En el caso de Terapia alternativa me tocó trabajar a partir de una idea que ya existía, pero me dieron muchísima libertad para que la hiciera mía. Me siento muy cómoda en este lugar. Siento que estoy en mi terreno. Me gusta seguir a los personajes, me gusta escribir, me gusta este tipo de puestas. Es una fiesta hacer series como Terapia alternativa, pero también puede pasar que después de todo esto me toque manejar intermitencias. Mi idea no es trabajar sin parar. No es mi estilo y además soy madre. Voy y vengo. Yo escribiendo siempre estoy haciendo mucho. Ahora tengo tres guiones de largometraje, uno desde hace ocho años. No los abandono. Los voy pensando.
-Y a Terapia alternativa se agrega Supernova, la serie que estás haciendo para Amazon.
-Terminé de filmar la primera temporada el 4 de noviembre. Estoy muy contenta. Solo tuve que lidiar con el tema de los tiempos porque todo es muy precipitado y muy voluminoso. Trabajé con un equipo de guionistas precioso, un grupo de inmensos actores y con mi hermano, que es un regalo de la vida. Daniel es muy capo. Tengo mucha suerte.
-Hace poco, en una nota que hicimos para LA NACION, Carla Peterson describió el “mundo Katz” como un lugar en el que puede haber alguien llorando y al lado otra persona mirando Tik Tok. Y en el que caminás por un lugar seguro y diferente a la vez.
-Puede ser. Ando siempre por ahí tratando de pescar momentos de verdad no solo desde la actuación, también desde la puesta en escena. Yo soy la pesadilla de los foquistas, siempre estoy jugando con escaparme de algunos andariveles para ver si lo que busco está ahí o lo encuentro en otro lado. A veces invierto escenas. O le pido a un actor que haga algo inesperado. No me quedo conforme hasta que encuentro algo que se parece a la verdad. El cine me permite ese misterio. Una escena puede salir de una manera con sol y la planifico así. Pero también quiero repetirla sin sol para ver qué pasa.
-¿Por qué elegiste contar la historia de El perro que no calla en blanco y negro?
-Por todo lo que te decía a propósito de los cortes de luz. A menos información, menos distracción. Amo el color, pero creo que estuvo bien en este caso usar el blanco y negro. Cuando navegamos con el bote demasiado lleno hay que tirar algunas cosas para mantenernos a flote. Esta vez dije: tiremos el color. No era necesario.
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