Atrapados en una pesadilla sin salida
Cloverfield-Monstruo ( Cloverfield , EE.UU./2008). Dirección: Matt Reeves. Guión: Drew Goddard. Fotografía: Michael Bonvillain. Montaje: Kevin Stitt. Con Lizzy Caplan, Jessica Lucas, T.J. Millar, Michael Stahl-David, Mike Vogel. Hablada en inglés. Presentada por UIP. Duración: 85 minutos. Calificación: para mayores de 16 años.
Nuestra opinión: muy buena
El productor y director J. J. Abrams no da puntada sin hilo. El y todo su equipo son profundos conocedores de la historia del cine y de la TV y también hábiles exploradores de la cultura en general. Basta con seguir ordenadamente la hiperexitosa serie Lost , de la que se habla -y espera- mucho más que de cualquier éxito cinematográfico.
A veces discutido, pero mayormente elogiado por su capacidad de dar en el blanco de lo que el público quiere (ese algo impreciso que finalmente consagra o no un producto para cualquier tipo de pantalla), Abrams acierta una vez más con esta propuesta dirigida por su amigo Matt Reeves que permite ser analizada desde diferentes ángulos, pero que, antes que cualquier punto de vista "contenidista", merece una aclaración estrictamente cinematográfica: Cloverfield es un producto que echa mano, como Lost , de la historia del cine y la TV de las últimas décadas y explota, hasta las últimas consecuencias, un tema que tiene que ver con el deseo de la gente de dejar testimonio de su paso por la vida a través de un registro que, al mismo tiempo, permita recuperar sus propias experiencias ante su entorno. Debe aclararse que el título elegido no tiene relación alguna con la historia (es el nombre del bulevar de la ciudad de Santa Mónica donde estaba ubicada la oficina de producción del film). Aquí, su distribuidora le acopló la palabra "monstruo", cosa de dejar en claro que en la película hay uno.
Colosos aterradores
Todo comienza con esas barras para ajustes de colores que anteceden a algunos videos, en este caso uno casero que es una sucesión de planos secuencia que cuentan la historia de una madrugada a todo horror. En ella, Rob (Michael Stahl-David), el hermano de un joven yuppie de Manhattan que está al filo del matrimonio, entrega su cámara digital a Hud (T.J. Miller), un amigo en común, para que registre a cada uno de los invitados a la despedida de soltero que tendrá lugar pocos minutos después en un penthouse .
Sin que la cámara se detenga, Hud cumple su misión. Pero de golpe y porrazo unos sonidos y caídas de tensión eléctrica llevan al grupo a la terraza. Algo pasa, y no es nada bueno. Este es el principio de una carrera a toda velocidad de Hud, los hermanos en cuestión y dos chicas, una morocha bastante inteligente (Jessica Lucas) y otra más rubia bastante conflictuada (Lizzy Caplan), como para ser descripta con pocas palabras.
Todos ellos correrán por calles o túneles atestados de ratas, cuestión de llegar al puente de Brooklyn. Un ser grande y monstruoso los ataca, y también otros más pequeños y multípodos que son tanto o más letales que los aliens del clásico de Ridley Scott (como todo lo que ocurre desde esa medianoche, por menos expuestos, más aterradores). La cámara se convierte en los ojos del espectador, que corre, que se tropieza y cae, que sufre cada golpe, latigazo o mordedura con ellos y hasta son salpicados por su sangre. Hay en Cloverfied un poco de King Kong, otro poco de Escape de Nueva York , del Proyecto Blair Witch y de Exterminio , de los ataques al World Trade Center, de La guerra de los mundos y hasta de la coreana Gwoemul ( The Host) , y la sensación de que el pánico golpea a la puerta. En todo caso, el mismo que tras Hiroshima y Nagasaki dio a luz reptiles mutantes tan grandes como el mítico Coloso de Rodas en el cine de ciencia ficción oriental.
El film de Reeves tiene varios punto para destacar: un tan complejo como preciso plan de producción y edición; una historia de amor mínima para que la atención se centre en lo que les ocurre a los personajes como si fuese en vivo; jóvenes elementales con los que cualquiera podría sentir empatía, y efectos especiales realistas a pesar de su despliegue.
Hay también un trabajo de cámara memorable, funcional a la idea de que todos somos capaces de dejar registro del fin del mundo. Hay, además, sobresaltos, golpes de furca bien dosificados y está el miedo con mayúscula, instalado en la gente desde el 11-S, el mismo que sufrieron miles de japoneses cuando ellos -los norteamericanos- lanzaron sus primeros ataques nucleares. Por si no quedó en claro, en Cloverfield hay miedo, y mucho, de que lo único que pueda sobrevivir al terror sea nada más que el video de uno mismo despidiéndose para siempre.
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