Boicot y prohibición: por qué Kundun se convirtió en una película maldita dentro de la filmografía de Martin Scorsese
Estrenado en 1997, el film basado en la vida del Dalai Lama pasó prácticamente inadvertido y se convirtió en una rareza dentro de la carrera del director
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A mediados de los 90, Martin Scorsese venía de filmar uno de sus mayores éxitos, Casino, junto a Robert De Niro, Joe Pesci y Sharon Stone. Sin embargo, la película que le siguió a esta historia acerca de dos hombres que competían por el amor de una mujer y que estrenó a fines de 1997 no tenía a un solo actor de Hollywood en su elenco. Es más, ni siquiera indagaba en las raíces de la violencia estadounidense como muchos otros trabajos suyos, desde Taxi Driver hasta Buenos muchachos, aunque este concepto tenía, como siempre, una gravitación de peso en ella, al menos por omisión. A fin de cuentas, Kundun contaba la vida del Dalai Lama, quien se había visto forzado a abandonar su Tíbet natal con la llegada de la China comunista; la historia de un líder espiritual atravesado por el dilema de hasta dónde debía honrar el principio de la no violencia, central en el budismo.
Sin embargo, Kundun probablemente sea, hasta el día de hoy, una de las películas menos conocidas del gran cineasta estadounidense de origen italiano. Una desventura en la que al parecer influyeron factores geopolíticos y económicos ajenos a cualquier apreciación cinematográfica y que su reciente incorporación al catálogo de MUBI busca subsanar, al menos en parte.
Una meticulosa recreación de la cultura tibetana
La película de Scorsese cuenta la vida del Dalai Lama en orden cronológico entre sus dos y sus 24 años. Su título, Kundun, se basa en uno de los tantos nombres que le dan los tibetanos y que se traduce como “la presencia”, mientras que el más conocido, “Dalai Lama”, significa “océano de sabiduría”. La primera mitad de la película se centra en la infancia del pequeño gurú, quien fue tratado como la manifestación terrenal de dios desde muy tierna edad, cuando fue “descubierto” por una avanzada de monjes en un humilde hogar campesino en 1937. Posteriormente fue recluido y educado como líder espiritual en el palacio de Lhasa. En este sentido, Kundun tiene varios puntos en común con El último emperador, de Bernardo Bertolucci (1987), quien diez años antes había contado la historia de otro niño obligado a renunciar a la despreocupación para someterse a la devoción ajena y cuyo destino había sido también torcido por la China comunista: la del último emperador de China, Puyi.
“Escuché por primera vez acerca de Tíbet a principios de los 50 a través de una película de los estudios Columbia que se llamaba Tormenta sobre el Tíbet, dirigida por Andrew Marton. Creo que filmó en Tíbet en los años ‘30 y luego mechó algunas escenas rodadas en Hollywood. Nunca olvidé esas imágenes en blanco y negro. Eran imágenes auténticas, documentales, del arte y los rituales religiosos tibetanos. Era algo tan bello y tan sorprendente”, comentó Scorsese en el documental En busca de Kundun, de Michael Henry Wilson (1998). Lo que probablemente explique la atención que le brindó a recrear meticulosamente y con gran detalle los antiguos ritos y las pomposas ceremonias que marcaban la cultura y religión de esta región del Himalaya.
El Dalai Lama tenía apenas 15 años cuando los chinos invadieron el Tíbet. Por eso, la segunda mitad de la película se centra más bien en la colisión entre aquel territorio de costumbres ancestrales con el imperio de Mao, que como todo líder marxista veía en la religión “el opio de los pueblos”. Este contraste es subrayado cromáticamente por la película, que contó con la impresionante fotografía del británico Roger Deakins, habitual colaborador de los hermanos Coen. Mientras que en el Tíbet predominan los colores primarios como el rojo y el amarillo, que adornan túnicas, paredes, alfombras y estatuas, cuando finalmente el joven monje viaja a Pekín para intentar un acercamiento, la paleta de colores de la película vira al gris, interrumpida apenas por los tonos apagados verde oliva y beige de los uniformes o el negro de los lustrosos mocasines de Mao. En tanto, la música del compositor Philip Glass aporta la dosis justa de misticismo y extrañeza.
Este enfrentamiento entre dos mundos antagónicos es contado a través de la crisis que experimenta el joven monje, que debido a su inexperiencia y al aislamiento impuesto por su crianza palaciega, pero también a su educación en la no violencia, duda acerca de qué postura debe adoptar frente al gigante chino. Finalmente, decide que la supervivencia del Tíbet depende en gran medida de la suya y en 1959 huye hacia India para establecerse en Darhamsala, en el Himalaya indio, donde vive en el exilio desde entonces.
El Dalai Lama, en su mayor pico de fama
Pero, ¿qué llevó a Scorsese a interesarse en la historia de la supuesta decimocuarta reencarnación del Dalai Lama? Antes que nada, vale la pena recordar que, en los 90, el monje tibetano gozaba de gran popularidad en Estados Unidos y había sido abrazado por estrellas de Hollywood como Steven Seagal y Richard Gere, quienes aprovechaban sus apariciones públicas para rendirle pleitesía. Incluso músicos como Adam Yauch, de los Beastie Boys, organizaban conciertos para reunir fondos para la causa tibetana, y Sharon Stone tenía el honor de que el lama la considerara su amiga.
Gran parte de este furor tenía que ver con el Premio Nobel de la Paz que el monje budista había ganado en 1989 “por defender las soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo para preservar la herencia histórica y cultural de su gente”, según el comité que le otorgó la distinción. Este auge hizo que en 1997 no se estrenara una, sino dos películas acerca del gurú. Además de Kundun, un par de meses antes había llegado a las pantallas Siete años en el Tíbet, del francés Jean-Jacques Annaud, con Brad Pitt en el papel principal (muchos recordarán el paso del actor por el país junto a su entonces novia, Gwyneth Paltrow, para rodar en Mendoza). En ella, Pitt se puso en la piel del alpinista austríaco Heinrich Harrer, quien en su juventud pasó varios años en el Tíbet, donde se desempeñó como preceptor del Dalai Lama. Grande fue la conmoción cuando el semanario alemán Stern reveló luego que Harrer había pertenecido a las SS.
Por otra parte, Scorsese había llevado a la pantalla diez años antes la historia de Jesucristo en La última tentación de Cristo (1988), con lo cual encargarle el retrato de otro líder espiritual tampoco parecía descabellado. El dilema que enfrentan los protagonistas de estas dos películas es muy parecido. También el Jesucristo interpretado por Willem Dafoe se debatía entre el hacha y el amor en medio de la ocupación romana, como reflejaba aquella recordada escena en la que Juan Bautista lo interpelaba diciéndole: “Dios exige ira. ¿Acaso crees que el amor es el único camino?”.
De hecho, Kundun se convertiría en la segunda de tres películas de carácter religioso del director, la tercera de las cuales fue el drama jesuita Silencio (2016), con Andrew Garfield y Adam Driver. “Siempre me interesaron los tipos que tienen las agallas para hacer cosas a través de la no violencia”, afirmaba Scorsese durante el rodaje de Kundun. “Quizá porque soy tan consciente de lo otro, de quienes lo hacen a través de la violencia”, añadía.
Una visión acrítica
El proyecto para llevar la vida del Dalai Lama a la gran pantalla llegó a Scorsese a través de otra de sus fervientes admiradoras, Melissa Mathison, quien había trabajado en el guion durante casi una década. La guionista de ET, el extraterrestre contaba con el beneplácito del gurú, quien creía que la película podía ser una “buena publicidad” para la causa tibetana. Fue ella quien pensó en Scorsese para dirigirla, lo que, según contó, hizo que sus agentes exclamaran: “¿Estás loca?”. “No sé si la va a querer hacer, pero sé que la va a hacer bien”, les contestó ella. Mathison afirmó que, por entonces, ella y el secretario del Dalai Lama se preguntaban qué película del director podrían mostrarle al tibetano para que conociera su trabajo. Pero, a medida que repasaban títulos como Calles salvajes y Buenos muchachos, llegaban a la conclusión de que ninguna era adecuada para sus ojos pacifistas. Al final, decidieron no mostrarle ninguna.
Dado que filmar en el Tíbet era imposible y el permiso de India nunca llegó a tiempo, Kundun se rodó en el sur de Marruecos, más específicamente en Uarzazat, cerca de las montañas Atlas, en el borde con el desierto del Sahara. El elenco estaba conformado exclusivamente por no actores de origen tibetano para los cuales participar de la película iba mucho más allá de lo artístico: la mayoría sentía que estaba contando su historia y la de sus antepasados. El Dalai Lama fue interpretado por cuatro actores distintos: los pequeños Tenzin Yeshi Paichang, Tulku Jamyang Kunga Tenzin y Gyurme Tethong para representarlo a los 2, 5 y 12 años, respectivamente, y Tenzin Thu Thob Tsarong, quien se puso en la piel del religioso a sus 20 años y quien, además, era su pariente: la tía del joven estaba casada con un hermano del lama. Para ayudar a los más pequeños, la película se rodó en orden cronológico. Scorsese afirmó que, durante el rodaje, se dedicó a ver varias películas del italiano Vittorio De Sica como Ladrón de bicicletas (1948) y El oro de Nápoles (1954), y también Pather Panchali, del director indio Satyajit Ray, en las que aparecen varios niños en papeles inolvidables.
Que Mathison se refiriera al Dalai Lama como “Su Santidad” probablemente explique la visión acrítica del religioso que presenta la película de Scorsese, que no pone nunca en duda su legitimidad. A pesar de que el gurú atravesaba uno de sus mayores momentos de fama en los 90, eso no significa que por ese entonces no hubiera también voces críticas sobre su figura más allá de China. Ya por 1998, el polemista angloestadounidense Christopher Hitchens señalaba en sus artículos que el supuesto líder pacifista había apoyado los ensayos nucleares de India, entre otras contradicciones. Más acá, el cronista argentino Martín Caparrós escribía en un texto titulado “Lama y la madre: más buenos que Lassie”, reunido en el volumen La guerra moderna (editorial Norma, 1999): “A veces me sorprende cómo los grandes líderes del mundo-y los intelectuales y los periodistas y tantos otros-, que se bañan en democracia todas las mañanas, hablan con semejantes respeto y entusiasmo de un dios-rey”. Y añadía: “Muchos se quejan de que claudicó ante los chinos, que ya no pide la independencia sino la autodeterminación, que su ‘parlamento’ en Darhamsala no tiene nada de democrático, que se pasa los días de gira por el mundo en vez de ocuparse de su país, que su discurso no-violento es una concesión al enemigo”.
Un estreno discreto
Hay un capítulo de la famosa serie Los Soprano en el que Christopher Moltisanti (Michael Imperioli), sobrino y protegido de Tony Soprano, está haciendo fila para entrar a un boliche cuando pasa raudamente a su lado Martin Scorsese (interpretado por un doble). Al verlo, Christopher exclama, con el puño en alto: “¡Kundun! ¡A mí me gustó!”. El chiste daba cuenta del statu quo de Kundun, de la que prácticamente nadie hablaba. ¿Qué había pasado?
Kundun se estrenó el 25 de diciembre de 1997, justo a tiempo para ser considerada para las nominaciones de los Oscar. Compitió en cuatro categorías: mejor fotografía, mejor dirección de arte, mejor música y mejor vestuario, pero no ganó en ninguna. A modo comparativo, por esa misma fecha se estrenaba Mr Magoo, con Leslie Nielsen, en 1.857 pantallas de Estados Unidos; Kundun lo hacía en apenas dos. Las dos eran distribuidas por Walt Disney Studios Motion Pictures.
En su libro Alfombra roja: Hollywood, China y la batalla global por la supremacía cultural, editado a principios de año en Estados Unidos y del cual el diario The Washington Post publicó hace poco un extracto, el periodista Erich Schwartzel ensaya una explicación. Según afirma, en la década del ‘90, Estados Unidos estaba tratando de conquistar el mercado chino. Disney en particular estaba construyendo Disneyland Shangai, que iba a ser el primer parque de diversiones del ratón en la China continental. Fue entonces cuando, según reconstruye Schwartzel en su libro, Peter Murphy, director de planeamiento estratégico de Disney, recibió una llamada de la embajada china en Washington manifestando su molestia por el inicio del rodaje de Kundun en Marruecos.
De acuerdo con Schwartzel, quien escribe sobre cine para el The Wall Street Journal desde hace años, un preocupado Murphy le pidió consejo al ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, quien en 1972 había negociado el encuentro clave entre el presidente Richard Nixon y Mao, y era considerado un experto en las relaciones chino-estadounidenses. La solución a la que arribaron los ejecutivos en ese momento, de acuerdo con Schwartzel, fue estrenar la última película de Scorsese en tan pocas salas que casi nadie llegaría a prestarle demasiada atención, con la ventaja de que China tampoco podría ser acusada de censura.
Esto no evitó que, tras su estreno, se le prohibiera temporalmente el ingreso a China a Scorsese. Lo mismo le sucedió a su guionista, la ya fallecida Mathison, y a su entonces esposo, Harrison Ford. Desde entonces ya pasaron casi 25 años, un tiempo más que prudencial para que este trabajo de Scorsese sea reivindicado. Quienes busquen una aproximación equidistante a la figura del Dalai Lama no la encontrarán en esta película. Lo cual no impide dejarse invadir por su abrumadora belleza.
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