Falleció el director Mauro Bolognini
ROMA (ANSA).- El cineasta italiano Mauro Bolognini, famoso sobre todo por haber llevado al cine grandes obras literarias, falleció ayer en su casa de Piazza Spagna, en la zona céntrica de esta capital, luego de una larga enfermedad. Tenía 78 años.
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No llegó a las alturas de Luchino Visconti en sus búsquedas sociales y estilísticas del pasado italiano. Al asomarse al retrato costumbrista no alcanzó la contundencia visual o metafísica de Pier Paolo Pasolini y tampoco su nombre cobró el vuelo al que sí llegaron colegas suyos, como Dino Risi o Mario Monicelli como exponente de las clásicas comedias a la italiana que acometió en su juventud.
Pero no puede negarse que, aun siendo dueño de una carrera despareja y hacia la cual la crítica de su país disparó frecuentemente sus dardos, a veces en forma exagerada, Mauro Bolognini sintetizó en su larga y fecunda filmografía casi todas las corrientes estilísticas, expresivas y de género que caracterizaron al cine italiano en los últimos cincuenta años.
Su obra fue abarcadora y generosa en la observación de tipos humanos y escenarios sociales. Se acercó tanto a los decadentes comportamientos de las clases opulentas como al pulso de sectores populares que jamás disimulaban un activo compromiso político; hubo momentos en que apostó al cine de fuerte contenido testimonial y otros (sobre todo los últimos tramos de su carrera) en los que se volcó sin ambages al erotismo estetizado. También dejó su firma en comedias de tono melancólico, episodios en films colectivos (un clásico de la pantalla italiana en los años 60) y melodramas de un romanticismo intenso y a veces recargado, muchos de ellos convertidos en grandes éxitos comerciales.
Pero, por sobre todo, Bolognini será recordado como un minucioso retratista de la realidad, cuidadoso en las imágenes hasta el detalle y de gran refinamiento visual, especialmente en la adaptación de grandes obras literarias que tuvieron en el realizador un intérprete de gran sensibilidad y fino sentido del humor.
Esa prolijidad extrema, manifiesta sobre todo en las reconstrucciones de época y de ambiente con la que vistió sus mejores films, puede remontarse a los estudios de arquitectura que Bolognini encaró en la Universidad de Florencia, a la que llegó de la cercana Pistoia, donde había nacido el 28 de junio de 1922.
Llegó a Roma a los 25 años, con el propósito de especializarse como escenógrafo en el Centro Experimental de Cinematografía, hasta que uno de sus profesores (el recordado Luigi Zampa) cambió esos planes al convertirlo en su asistente. El azar, la influencia del director de "El médico de la mutual" y trabajos posteriores en París junto a Yves Allegret y Jean Delannoy encaminaron definitivamente al joven Bolognini hacia la realización.
Si al principio de su carrera llamó la atención por el cuidado formal de sus obras, poco habitual en creadores tan jóvenes, fue a partir de "Los enamorados" (1955), "Jóvenes maridos" (1958), con el que obtuvo un premio en Cannes y, sobre todo, de “La noche brava” (1959), que la obra de Bolognini comenzó a destacarse por méritos propios y un lenguaje personal. También se inició con este último título una fértil colaboración con Pasolini.
Aquí comenzó a aparecer el mejor rostro del director. El que utilizaba inmejorablemente la escenografía o el vestuario como recursos dramáticos para asomarse a historias de fuerte resonancia popular, donde el vigor dramático y el retrato de intensos tipos humanos en sociedades urbanas afectadas por la crisis se mueven entre los planteos morales y un refinado erotismo.
Buena parte de ese despegue se debió al aporte como guionista de Pasolini, que puso su inconfundible sello en varias obras (sobre todo “Il bell’Antonio”, en el que por primera vez Marcello Mastroianni lució su estampa de gran seductor) y edificó con Bolognini una curiosa alianza entre un director dispuesto, con reservas, a aceptar el orden social y político vigente con una postura demócrata y un autor inconformista y dispuesto a respaldar desde su marxismo cualquier propuesta transformadora.
No sólo los retratos humanos o la puntillosidad visual eran elementos con los que la figura de Bolognini iba cobrando peso propio entre los cineastas de su país. A partir de esos films, también comenzó a destacarse como hábil director de actores y, a la vez, como reconocido adaptador de obras que extraía del universo literario italiano.
Así, llevó al cine títulos de Mario Pratesi (“La viaccia”), Italo Svevo (“Senilitá”, “El verano del deseo”), Alberto Moravia (“Agostino”), Goffredo Parise (L’Assoluto naturale”) y Vasco Pratolini (“Metello”, donde reveló como actor al cantante Massimo Ranieri). También hizo de “La verdadera historia de la dama de las camelias” una de las aproximaciones cinematográficas más cuidadas y expresivas de la obra de Alejandro Dumas, respaldado además en la enorme expresividad de Isabelle Huppert, quizás el mejor ejemplo de cómo Bolognini sabía aprovechar el talento de sus actores, a quienes elegía cuidadosamente.
En 1984, antes de iniciar la última etapa de su carrera con films en los que sobresalía una mirada estilizada del erotismo (“La venexiana”, “Maridos y amantes”), Bolognini pasó por Buenos Aires con el propósito de reunirse con Ernesto Sabato para llevar al cine “El túnel”.
Aunque el proyecto no llegó a concretarse, el realizador dejó alguna definición jugosa (“El cine es una gran batalla. Hay que filmar siempre para el día de hoy”), se desinteresó de quienes lo acusaban de tener una mirada demasiado optimista e indulgente sobre la sociedad italiana y dedicó buena parte de su tiempo a ver ópera en el Teatro Colón.
El interés de Bolognini por el arte lírico se hizo manifiesto en los últimos años en el hecho de que su último film, en 1993, fue una versión fílmica de “Tosca” y en que su nombre aparecía varias veces como regisseur en las recientes temporadas del Teatro Alla Scala. La carrera de un artista tan preocupado por el detalle y el refinamiento de las imágenes no podía tener un mejor final.