Mi papá es un gato es un verdadero festival de equívocos
Mi papá es un gato (Nine Lives, Francia-China/2015, hablada en inglés y presentada también en versión doblada al español). Dirección: Barry Sonnenfeld. Guion: Gwyn Lurie, Matt R. Allen, Caleb Wilson, Daniel Antoniazzi, Ben Shiffrin. Fotografía: Karl Walter Lindenlaub. Edición: Don Zimmerman. Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine. Diseño de producción: Michael Wylie. Elenco: Kevin Spacey, Jennifer Garner, Robbie Ameill, Cheryl Hines, Mark Consuelos, Malina Weissman, Christopher Walken. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 86 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: mala
Por una vez, el millonario protagonista de este desdichada comedia presta atención al pedido de su hija y para su cumpleaños le regala lo que ella quiere: un gato. De esa conducta, inesperada en un tipo como él que sólo tiene tiempo para su empresa y su gloria personal, y del rebuscado accidente que padece, deriva la serie de catástrofes presuntamente graciosas que pudieron concebir cinco guionistas y dirigió sin mayor acierto un Barry Sonnenfeld que en los 90 (El nombre del juego, Hombres de negro) pareció tener algún brío para el género.
Mi papá es un gato, en cambio, es un verdadero festival de equívocos comenzando por su condición: se trata de una coproducción franco-china hablada en inglés, pero entre nosotros también presentada en versión doblada al español). Veamos.
Hay quienes creen a esta altura que basta con que los animales hablen para resultar graciosos. Poco importa que esta vez no se trate de animales de dibujo animado y que las voces suenen desde la imagen de un gato real pero con la voz de Kevin Spacey en su idioma. Mucho menos si lo hacen en español neutro, quizá porque se pensó que el film podía interesar al público infantil, otro equívoco.
La historia es tan desvaída y tan carente de ingenio –todo se reduce a las intrigas de poder que se mueven en torno del gobierno de la poderosa firma, ahora que su dueño está encerrado en un felino, y en los desastres que el micifuz puede generar en casa– que encontrar un chiste eficaz en los diálogos de una hora y media de película es empresa ilusoria. Y el propósito didáctico poco agrega. Al contrario: se supone que el film quiere satirizar a muchos padres de hoy siempre absortos en sus trabajos y en el progreso de sus empresas y poco atentos a sus hijos, que aún así los aman con incomprensible devoción.
No es lo único incomprensible. Que Spacey, Garner y Walken se hayan comprometido con este producto sólo demuestra que hay muchos actores dispuestos a trabajar en piloto automático solamente pensando en el cheque. Es de suponer que ninguno de ellos –ni tampoco los que asumen papeles secundarios- se preocuparán demasiado si la mención de este título desaparece de su curriculum.
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