Murió García Berlanga, maestro del cine español
El extraordinario director de La vaquilla tenía 89 años
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"Sólo Buñuel le puede hacer sombra", dijo un apesadumbrado Alex de la Iglesia después de abrir como presidente de la Academia del Cine Español, en la sede de esa entidad, la capilla ardiente en donde ayer fueron velados los restos de Luis García Berlanga, quien falleció ayer, a los 89 años, en su casa de Madrid.
"Mi padre ha muerto tranquilo, después de haber cenado su tortilla de patatas. Y ha amanecido plácidamente con cara de señor dormido", dijo el mayor de sus cuatro hijos, José Luis Berlanga, con un humor que seguramente hubiera agradado al extraordinario cineasta que supo como ninguno retratar a lo largo del tiempo los sueños y las pesadillas de su patria durante el siglo XX, desde el desgarro de la Guerra Civil.
"Estuvo por encima de todas las modas, las censuras y los impedimentos", señaló ayer Marisa Paredes acerca de un hombre que siempre se las ingenió para sortear los obstáculos sin dejar de marcarlos con la filosa y ácida ironía de su cine. Nadie podía objetarlo, porque su mirada era inconfundiblemente española. "Soy hijo de la escuela valleinclanesca y de los pintores de la Edad de Oro", confesó más de una vez.
Con ese humor negro y corrosivo tan característico, que iba de la carcajada irrefrenable a la mueca trágica, volvía una y otra vez a su tema predilecto: "Mi cine es una reflexión sobre la fagocitación de ese individuo que lucha solo frente a la sociedad, que es para él una atracción seductora y también un descenso a los infiernos". Los protagonistas de sus films (algunos, verdaderas obras maestras) expresaron desde el costumbrismo esa obsesión existencial en una recorrida por la historia contemporánea española: la Guerra Civil ( La v aquilla), el terrible mundo de la posguerra ( Bienvenido Mr. Marshall, Plácido, El verdugo ) y el alumbramiento de una nueva burguesía ( La escopeta nacional y la serie posterior con el marqués de Leguineche como personaje central). Las pirañas , que rodó en la Argentina en 1964, no estuvo a la altura de sus mejores obras, pero lleva igualmente su sello, así como el del extraordinario guionista Rafael Azcona, su colaborador ideal.
Reforzaba esa socarronería con sus propias contradicciones (durante la Guerra Civil llegó a pelear en ambos bandos) y su confesa adicción por el erotismo, reflejada en la antológica Tamaño natural (la historia de un hombre enamorado de una muñeca de plástico). Dejó como legados más recientes un último film, París-Tombuctú (1999), amarga reflexión sobre la muerte, y otra humorada: una caja de contenido secreto depositada en el Instituto Cervantes, de Madrid, que sólo podrá abrirse el 12 de junio de 2021, cuando se cumplan 100 años del nacimiento de este valenciano universal.
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